Las letras transfronterizas.
La Academia Antártica
y la red de comunicación entre los poetas*

Tatiana Alvarado Teodorika

Academia Boliviana de la Lengua
t.alvaradoth@gmail.com

Este trabajo se centra en la Academia Antártica y las redes fecundas gracias a las cuales debe su existencia. Como prueba «inicial» de ello, hago un escrutinio de los autores de la materia preliminar y paratextual de dos obras de poetas antárticos, el Arauco domado de Pedro de Oña y la Primera parte del Parnaso Antártico de Diego Mexía de Fernangil. El recorrido a través de nombres y obras nos dará una imagen panamericana e incluso hispana de las redes literarias de la época, que viene a reafirmarse con la posterior difusión de ambas obras entre las dos orillas y su influencia en la literatura posterior, claro está.

1. De la academia filosófica de la Antigüedad a la academia literaria áurea

Puesto que voy a tratar de la llamada Academia Antártica, creo que es menester iniciar este trabajo con unas pocas palabras introductorias sobre el concepto de academia. Para ello, creo conveniente remontarme a la Antigüedad, cuando ­Platón, profundamente decepcionado de la polis, tras la condena de Sócrates, desea fundar una institución dedicada a la enseñanza de la filosofía, convencido de que solo el hombre educado como filósofo puede hacerse cargo del Estado. Viaja entonces a Sicilia en el 387 y allí se relaciona con Arquitas de Tarento y quizás con Timeo; además, es posible que haya tenido contactos con círculos mistéricos dionisiacos y órficos. Por otro lado, Dion, cuñado del tirano Dionisio I, se hace seguidor y amigo suyo. A su regreso de este viaje, Platón funda la Academia en Atenas: una escuela destinada a los aristócratas, que tenía como fin el capacitarlos para llevar una vida acorde con la filosofía del maestro (Librán Moreno y Sanz Morales, 2008: 229-258).

Tratándose de una academia, la referencia a Platón es obligatoria no solo por ser la primera y por la función que cumplía esta de difusión de los escritos (respondiendo a las preocupaciones de Platón), sino por ser el modelo de inspiración para la que se fundara en Florencia siglos más tarde, por iniciativa de Marsilio Ficino. Aunque, para ser más exactos, cabría decir que de dos traducciones que había encargado Cosme de Medicis en 1459 (una de Platón a Ficino, y otra de Aristóteles a Argiropoulos), la única que se llevó a cabo fue la traducción que haría Ficino, y como este último había quedado tan marcado por la doctrina y el pensamiento platónicos, la Academia florentina seguiría, de alguna manera, esta línea1.

El fenómeno de «mutación» que atraviesa el concepto de academia, que pasa del orden filosófico (platónica o neoplatónica) a ser una de orden literario, parece estar relacionado con las primeras academias modernas y quizás pueda remitirse a Italia. Puede considerarse como prueba del interés creciente por este arte, así como del ánimo exegético de la academia italiana y su afición por la poética (que se reconoce en los comentarios a poéticas antiguas o artes poeticae del siglo xvi), y sumado a ello, el que escribieran sobre poética muchos maestros de poética y retórica, amén de admiradores y conocedores de la poesía y los propios poetas, con Torcuato Tasso a la cabeza; o filósofos como Patrizi, Campanella o Bruno (Tatarkiewicz, 2004: 197-223).

2. Las academias literarias hispánicas. La Academia Antártica

Es así que, a imitación de las academias italianas, como afirmaba José Sánchez en su ya clásico estudio, «empiezan en España a fundarse centros semejantes en muchas ciudades del país a fines del siglo xvi y principios del xvii» (Sánchez, 2016: 12). El autor se refiere a la península y no incluye, en su ineludible trabajo, a las academias americanas, aunque sí dedica un monográfico exclusivo a las Academias y sociedades literarias de México, en 1951. Debo confesar mi continua sorpresa ante esa frontera artificial que se ha establecido en el estudio de las letras hispanas de los siglos xvi-xviii, separando la producción peninsular de la ultramarina, una división que se debe, quizás, a conveniencias políticas, o a un afán de configuración de entidades nacionales a través de la literatura. Pero tomando prestado el término que empleara Francesco Barbaro en su carta a ­Poggio ­Bracciolini en 1417, quiero referirme a la Academia Antártica desde la óptica de la Respublica litteratum en la que queda integrado lo filosófico, esa república de las letras que revisitará Fumaroli (2015) en su sesuda disertación.

La Academia Antártica, que lleva en el nombre su esencia misma, la vertiente clásica de la que bebe y el espacio en el que se desarrolla, no solo representa la entronización del Renacimiento italiano en la literatura americana y la constitución de un pensamiento letrado particular que serviría en la construcción de las nuevas sociedades, sino mucho más que eso. Para entenderlo hay que referirse ante todo al estudio fundador, que nos permite un análisis inicial de esta academia, el de Alberto Tauro (Esquividad y gloria de la Academia Antártica), y a los que van a seguir, entre otros, los de Antonio Cornejo Polar, Alicia Colombí Monguió o de Trinidad Barrera.

Paul Firbas (2006: 344-356), por su parte, propone un interesante acercamiento a lo antártico; su trabajo me servirá para sentar ciertas bases, de modo que me referiré brevemente a los planteamientos que expone en él. Lo antártico, por oposición a lo ártico, siguiendo cierta línea del pensamiento griego clásico que concebía la tierra como una esfera, representaba el equilibrio entre las masas continentales de ambos hemisferios; esta fue una teoría que, a pesar de sus detractores, atravesó el medioevo gracias a Cicerón, Macrobio y san Isidoro. Firbas subraya lo inapropiado que es este término en el discurso geográfico, y lo apropiado que resulta para la poesía y el imaginario de un mundo desconocido por antonomasia, que si bien es territorio fértil para el relato, nunca había sido territorio de enunciación. Pero el uso que un grupo de poetas hizo de este término, que Firbas inscribe en un tiempo que denomina «ciclo antártico», representará el nacimiento, e incluso, la ostentación de la palabra en tanto lugar desde donde se enuncia. Firbas hace referencia a obras que, ya en su título, ostentan su pertenencia a este nuevo espacio, y vale la pena citarlas.

Solo unas décadas después de la fundación, en 1542, del reino del Perú, Miguel Cabello de Balboa escribía la Miscelánea antártica en 1586 (aunque la obra permanecería manuscrita hasta 1951); en 1596, el criollo chileno Pedro de Oña, licenciado por la Universidad de San Marcos, en Lima, publicaba su Arauco domado; en 1602-1603 Diego Dávalos y Figueroa imprimía en Lima su Miscelánea austral y Defensa de damas; en 1608 Diego Mexía de Fernangil sacaba en Sevilla su Primera parte del Parnaso Antártico, de obras amatorias; y Juan de Miramontes Zuázola escribe sus Armas antárticas hacia 1609. Quizás podríamos incluir en esta lista a Pedro Sarmiento de Gamboa que por sus viajes a Magallanes puede llamarse «cosmógrafo antártico» (aunque él no emplee el término), y que tiene un soneto sobre el tema de la enunciación desde el polo austral en los preliminares de la traducción que Enrique Garcés hiciera del Rerum vulgarium fragmenta de Petrarca.

Las primeras menciones explícitas que se hacen de la Academia Antártica aparecen en tres obras. Primeramente, en los preliminares del Arauco domado de Pedro de Oña, encontramos el soneto laudatorio que Gaspar de Villarroel y Coruña escribe en nombre de una Academia Antártica; luego, en los preliminares de la Primera parte del Parnaso Antártico de Diego Mexía de Fernangil encontramos un soneto laudatorio que Pedro de Oña escribe también en nombre de una Academia Antártica de Lima. Por último, los versos de otra figura clave que también evidencia la existencia de esta institución son los de una figura anónima y femenina, autora del Discurso en loor de la poesía un texto metapoético «escrito desde el saber del Humanismo y en defensa de la creación poética» (Hampe Martínez, 2013: 116), que está compuesto de 808 tercetos dantescos «de una señora principal deste reino», que Ricardo Palma bautizaría como Clarinda en el siglo xix. Se ha discurrido mucho sobre la identidad de esta dama, y me referiré a ella más adelante. En este Discurso desfilan nombres de la tradición bíblica, de la poesía latina cristiana, de la tradición grecolatina mítica e histórica, de la épica, la lírica, del humanismo italiano y de poetas del Nuevo Mundo. Entre ellos, la autora menciona a Francisco de Figueroa, Duarte Fernández, Pedro de Montes de Oca, Sedeño, Pedro de Oña, Miguel Cabello de Balboa, Juan de Gálvez, Juan de Salcedo, Diego de Hojeda, Juan de la Portilla, Gaspar Villaroel, Diego Dávalos, Luis Pérez Ángel, Antonio Falcón, Diego de Aguilar, Cristóbal de Arriaga y Pedro de Carvajal; a todos ellos se suma, claro, Diego Mexía de Fernangil (a quien la anónima reconoce como exponente máximo), y tres mujeres poetas cuyos nombres quedan velados.

Tomando en cuenta que las dos obras en las que queda explícitamente mencionada la Academia Antártica son el Arauco domado y la Primera parte del Parnaso Antártico, vale la pena detenernos en ambas. Lo haré desde los textos literarios que componen el aparato paratextual de cada una de ellas, ese «lugar privilegiado de la relación pragmática entre la “obra y su lector”», como diría Genette (1981: 9), y que es, además, lugar privilegiado en la relación que podemos establecer entre el autor de la obra y su entorno, la red de la que forma parte y a partir de la cual se reconoce la circulación de ideas. Así pues, ya que el espacio no me permite inquirir en las obras de todos los poetas que habrían compuesto la Academia Antártica (obras que, en algunos casos, nos son hoy desconocidas), revisaremos estos dos preliminares para explorar las redes de comunicación de estos poetas.

2.1. El Arauco domado de Pedro de Oña y su aparato paratextual

En el caso del Arauco domado, que se imprime en la Ciudad de los Reyes en 1596, en la imprenta del turinés Antonio Ricardo, los poemas encomiásticos que anteceden a la obra son siete:

  1. El poema del doctor Francisco Figueroa, a quien también se elogia en el Discurso en loor a la poesía, que podría ser también el autor de un soneto encomiástico en la Miscelánea austral de Diego Dávalos. Es difícil dar con este letrado, pues son varios los homónimos de los que tenemos conocimiento. Alberto Tauro (1948: 135-141) consideraba que se trataba del dominico autor del Tratado breve del dulcísimo nombre de María repartido en cincuenta discursos (Lima, 1642), lo cual le daría una longevidad proverbial; pero Javier Cheesman Jiménez (1951-1952) reconoce más bien al médico sevillano de la cámara del virrey marqués de Montesclaros, autor de Dos tratados, uno de las calidades de la aloja, y otro de una especie de garrotillo o esquilencia mortal (1615).
  2. El que sería el primer poema conocido del sevillano Diego de Hojeda, fraile dominico autor de la Cristíada (Sevilla, 1610), poema que constituye la máxima expresión de épica culta sacra en español. José de la Riva-Agüero se refiere a él con estas palabras:

    El joven fraile, de veinticuatro años, contemporáneo de Oña, hallaba los Andes peruanos, de grave ceño y áspero semblante, dura cama de viva peña, sin duda aun más desapacible que las tarimas del noviciado; empinados y valientes, pero faltos de belleza. Deseaba para ellos flores y mirtos, como en los collados de Andalucía. A la atmósfera de Lima, en que no llueve pero garúa sin despejarse, tan turbia en comparación con Sevilla la radiosa, la califica de «pardas nubes de invierno, denso tapiz, y oscuro velo, que por fuerza de secreta virtud no serenáis la frente remojada». Sólo es benévolo, y en demasía, con el Rímac, al que apellida caudaloso, por su ancho cauce y veloz corriente veraniega (1936: 4).

    Por otra parte, Vicente Cristóbal califica la Cristíada como «una de las epopeyas hispanas del Siglo de Oro más celebradas y mejor valoradas por la crítica, y acaso la más clara muestra de epopeya religiosa, puesto que tiene por argumento los sucesos que constituyen el núcleo de la fe cristiana» (2005: 50). En los preliminares de la edición princeps se leen los versos que Lope de Vega compusiera para Hojeda:

    Aunque de espinas tantas
    coronada y ceñida
    al Autor de la vida
    la tierna frente cantas,
    la tuya, sacro Hojeda,
    de laurel inmortal ceñida queda.

    Tu lira lastimosa
    que pinta en tierno llanto
    bañado el rostro Santo
    de madre tan piadosa,
    con envidia del suelo,
    viva entre las imágenes del cielo.

    El arco soberano
    con cuyas juntas cerdas
    hirió sus dulces cuerdas
    tu diestra y limpia mano,
    iris del cielo sea,
    porque en su llanto los colores vea.

    El antártico polo
    y el nuestro que has honrado
    historiador sagrado,
    te llamen sacro Apolo,
    y en el orbe distinto
    nuevo David y evangelista quinto.

  3. El soneto de Jerónimo López Guarnido, abogado de la Real Audiencia de Lima entre 1573 y 1595. Considerando que firma como tal, cabría pensar que escribió el poema en 1595, año anterior al de la impresión del Arauco, o incluso antes; fue también asesor letrado del Cabildo de Lima entre 1574 y 1581, y rector de la Universidad de San Marcos entre 1575 y 1578 ­(Lohmann Villena, 1983: 204).
  4. Luego tenemos el soneto de don Pedro Luis de Cabrera, figura en torno a la cual habrá que seguir inquiriendo.
  5. Los versos de Cristóbal Arriaga Alarcón, que recibe el encomio de la anónima en el Discurso en loor a la poesía. Arriaga Alarcón, quien fue regidor del Cabildo de Lima entre 1612 y 1616 y llegó al Perú en 1584. Javier Cheesman Jiménez (1951: 341-348) afirma, en el breve artículo que le dedica, que nace en Cuenca, hacia 1562 y, tras haber sido alguacil mayor en su ciudad natal, en Albacete y Granada, se embarca hacia Perú en 1584 en la flota en la que viajaba el nuevo virrey, conde de Villardompardo.
  6. Finalmente, el poema de Gaspar Villarroel y Coruña (en nombre de la ­Academia Antártica), como abogado que fue de la Cancillería Real de Lima en 1595. Según los datos que recoge Emilia Romero de Valle (1966: sub voce), Gaspar Villarroel y Coruña nace en Guatemala, estudia leyes (quizás en México) y luego pasa a Ecuador, Perú y Chile.

2.2. La Primera parte del Parnaso Antártico de Diego de Mexía y su aparato paratextual

En lo que se refiere a la Primera parte del Parnaso Antártico, su paratexto es bastante sucinto en comparación con el de Oña. Los poemas encomiásticos que lo componen son uno de Pedro de Oña en nombre de la Academia Antártica de la Ciudad de Lima, uno de Pedro de Soto, otro de Luis Pérez Ángel y el ya mencionado Discurso en loor de la poesía dirigido al autor y compuesto por una señora principal de este reino, que vendrá seguido de un soneto del autor en respuesta a la señora que le dirigió el discurso poético:

  1. Pedro de Oña, además de ser el autor del Arauco domado (1596), el primer libro de poesía impreso en el Perú, escrito por instrucción del virrey don García Hurtado de Mendoza para intentar «referir los sucesos ocurridos en Chile durante la administración de don García que había quedado deslucida en la epopeya de Ercilla» (Calderón de Cuervo, 1997: 174), es también el autor de El Vasauro, el poema heroico en once cantos con 1.230 octavas reales que Menéndez y Pelayo califica de «verdaderamente extraordinarias». El manuscrito fechado en 1639 en el Cusco no pasó a la imprenta sino hasta 19362. Pedro de Oña es autor, además, de un soneto encomiástico en los preliminares de las Constituciones y ordenanzas de la Universidad, y Studio general de la ciudad de los Reyes del Perú (1602)3, y autor de El temblor de Lima (Lima, 1609) y el Ignacio de Cantabria (Sevilla, 1639).
  2. Es mucho más difícil localizar a Pedro de Soto, quien firma como «catedrático de Filosofía en México, en nombre de su claustro», debido a la cantidad de homónimos que he podido hallar. He podido dar con escribanos reales e incluso con dos catedráticos de filosofía de la Universidad de México (Menéndez Pelayo, 1948: 96 nota) que llevan el mismo nombre4. Con todo, no tengo noticia de su producción literaria.
  3. Tampoco he podido dar con señales de Luis Pérez Ángel, que compone el siguiente soneto del aparato paratextual. J. de la Riva-Agüero (1914: 385-427) afirma que habría sido vecino de Arica y que mantenía correspondencia literaria con Mexía, pero no da mayor detalle sobre la misma.
  4. Sin embargo, el caso de los 808 versos dantescos del Discurso en loor de la poesía es distinto, pues se ha escrito ya mucho sobre ellos. A decir de Pilar Latasa (2005: 418), el nombre auténtico de la autora «era Leonor de Ribera y Orozco, natural de Chuquisaca Viley y hermana de Rodrigo de Orozco, presidente de la Audiencia de Panamá en 1606, distinguido después con el título de Marqués de Mortara». El Discurso en loor de la poesía es un texto cuya estrategia es la alabanza de la figura contemporánea y su integración en una larga lista de figuras que componen la tradición clásica (Ruiz Pérez, 2004: 67-68), la de Mexía de Fernangil, y si se tratara de Leonor de Ribera y Orozco, Diego Mexía de Fernangil le dedica la Égloga intitulada El Buen Pastor que compone en Potosí, según confiesa en los versos finales de esta obra.

3. Las redes de los poetas de la Academia Antártica.
Yendo más allá de Lima

Como se puede constatar con lo dicho, con la pretensión inicial de reconstruir (aunque sea parcialmente) las redes de los poetas de la Academia Antártica a través de los preliminares de dos obras, el conjunto de composiciones del aparato paratextual de Pedro de Oña muestra una clara y estrecha vinculación con la Ciudad de los Reyes. Si bien Pedro de Oña nace en Angol (actual Chile) en 1570, se traslada a Lima en 1590, donde estudia en el Real Colegio de los jesuitas de San Felipe y en San Marcos; luego ocupa diversos cargos administrativos en Jaén de Bracamoros, Yauyos (ambos en el actual Perú) y Vilcabamba (en lo que hoy es Ecuador). En Lima se imprime su composición literaria: El Arauco domado y el Temblor de Lima, en 1569 y 1609 respectivamente; y quienes componen los versos encomiásticos que anteceden su Arauco domado residen todos en Lima: Íñigo Hormero, Francisco Figueroa, Diego de Hojeda, Jerónimo López Guarnido, Cristóbal Arriaga Alarcón, Gaspar Villarroel y Coruña.

Si me circunscribo al Arauco domado, podría coincidir con Sonia Rose (2008: 83)5 cuando afirma que

el fenómeno letrado es un fenómeno urbano y —sin negar que haya habido otras ciudades con una ingente vida cultural, al menos en un momento dado, como es el caso de Huánuco a fines del siglo xvi, o del Cuzco— es Lima la que, por ser cabeza de reino y concentrar todos los poderes, será el centro de mayor peso. Aun cuando vivieran en otras regiones del reino, es en el espacio letrado limeño donde aspiran a actuar los personajes asociados con el proyecto de la academia.

Sin embargo, la obra de Mexía de Fernangil, desde su aparato paratextual, nos invita a tener un acercamiento distinto. Pedro de Oña escribe desde Lima, Pedro de Soto desde México; no sabemos desde dónde escribe Luis Pérez Ángel, pero si seguimos las afirmaciones de Riva Agüero, parece que estaba afincado en Arica; finalmente, si la autora del Discurso en loor de la poesía era realmente Leonor de Ribera y Orozco, de ella solo sabemos que era chuquisaqueña y que sería fundadora y abadesa de las monjas descalzas de la Limpia Concepción del monasterio del Señor San José de la Ciudad de los Reyes. Así pues, en el paratexto de la Primera parte del Parnaso Antártico, a imagen de la heterogeneidad de los nombres presentes en el Discurso en loor de la poesía, no deja de llamar la atención un marcado «panamericanismo» en el que los caminos nos llevan desde Chile hasta México pasando por la Real Audiencia de Charcas. Mexía es, sin duda, la prueba de que la letra crea un entorno inestimable y sustancial para establecer contacto con otros hombres de letras.

4. Del Nuevo Mundo al viejo. Scripta volent

Más allá del aparato paratextual y siguiendo con la perspectiva de la Respublica litteratum inicialmente propuesta, es útil indagar la presencia del Arauco domado y de la Primera parte del Parnaso Antártico más allá del Nuevo Mundo, en ese transitar natural de la literatura, ese vaivén que se daba entre las dos orillas, explorando el camino de cada una de las dos obras en la península.

Se ha analizado en diversas ocasiones la influencia del Arauco domado de Pedro de Oña en la composición homónima de Lope de Vega, comedia que Lope pudo haber compuesto en 1599, a decir de Morley y Bruerton (1940: 170-171), esto es, tres años después de la publicación de la obra épica de Oña. Antonio Sánchez Jiménez analiza además la impronta del poeta chileno en La dragontea, de 1598; la Jerusalén conquistada, de 1609; «La Circe», de 1624; La Dorotea, publicada en 1632; y Rimas de Tomé de Burguillos, publicado en 1634. No hay que olvidar que tras la impresión limeña del Arauco domado y debido al éxito que tuviera la obra, se hizo una segunda impresión en Madrid en 1605, en casa de Juan de la Cuesta. Y como si todo esto no fuera prueba suficiente del susodicho vaivén, Lope ensalza al poeta de Chile de manera explícita, en dos ocasiones, en La dragontea6 y en el Laurel de Apolo7.

En lo que se refiere a la Primera parte del Parnaso Antártico, el caso es muy distinto, primeramente porque Diego Mexía de Fernangil es sevillano de nacimiento (nace en torno a 1565). Deja el viejo continente a temprana edad, hacia 1576 o 1577, como se deduce del prólogo a sus Heroidas, fechado en 1597: «Navegando el año pasado de noventa y seis, desde las riquísimas provincias del Perú a los Reinos de la Nueva España […] pues hace veinte años que navego mares y camino tierras».

Se traslada al Perú en 1581 y sus viajes son continuos entre Lima, Potosí y México hasta que en la década de 1610 abandona Lima y se afinca en Potosí. Es además autor de la Oración en loor de santa Ana, de la égloga de El Buen Pastor y la égloga de El dios Pan, incluida en la Segunda parte del Parnaso Antártico, que dedica al virrey Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, según dicta la «Advertencia al lector» con fecha de 15 de enero de 1617 (la Segunda parte del Parnaso permanece inédita, el manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia). Habiendo publicado La Primera parte del Parnaso en Sevilla, su difusión en la península no correría embates8, de hecho su traducción de Ovidio, además de ser la primera traducción completa de las Heroidas, se convertirá en la canónica hasta 1986, cuando Francisca Moya del Baño publicara una nueva en prosa. Esto, sin embargo, no representaría un obstáculo para que la obra llegara al Nuevo Mundo, donde Mexía residía y terminaría sus días; además, el que Mexía fuera mercader de libros sería, sin duda, de gran ayuda para ello. La presencia de esta obra se ha atestiguado

en el inventario potosino de Valentín de Acosta [librero portugués, que no adquiría sino títulos que tenían venta asegurada] con su Parnaso Antártico (1614, núm. 86 [signatura en el inventario de Acosta]), publicado en 1608 en Sevilla. Puede también evidenciarse la circulación de esta obra en la ciudad de La Plata, gracias al ejemplar que compone el inventario de bienes de un tal Domínguez, del año 1693 (Inch, 2008: 458).

Como si esto fuera poco, los versos que dedica Cervantes a Pedro de Oña y a Mexía de Fernangil vienen a confirmar su canonización en ese largo poema de «dignificación de la poesía española mediante la presentación de los ingenios más destacados del momento» (Sáez, 2018: 53) que hiciera en su Viaje al Parnaso9.

5. A guisa de conclusión

Si bien es cierto que estudiosos como Sonia Rose, sostienen que «la academia […] hacía posible al hombre de letras entrar en contacto con otros poetas y hombres de letras, pero también significaba la posibilidad de establecer relación con los notables, que les facilitarían la obtención de cargos burocráticos» (2008: 86)10, concuerdo más bien en decir, con Alicia de Colombí Monguió, que «tal como la Iglesia no es otra cosa que la comunión de sus fieles, la Academia tiene acabada realidad en los miembros que la conforman» (2003: 49). En otras palabras, no es tanto la Academia Antártica la que otorga la posibilidad de establecer relación con los notables, como son los miembros que la componen quienes hacen de ella una realidad cultural. No se trata, pues, de reivindicar una existencia más allá del centro de poder, a partir de la creación de una academia en la ciudad de Lima11, sino de establecer y reivindicar la existencia de un espacio más allá de Lima, inicialmente propio de lo imaginado (como claramente expone Firbas), como espacio de enunciación, iniciándose así una identidad a partir de las letras. Una identidad que buscaba diferenciarse quizás de la Metrópoli, pero no desentendiéndose de ella.

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Recibido: 19/04/2019

Aceptado: 01/12/2019

Las letras transfronterizas.
La Academia Antártica y la red de comunicación entre los poetas

Resumen: Partiendo de una breve reflexión sobre el concepto de academia y sus avatares renacentistas, este artículo se centra sobre todo en la americana Academia Antártica, no ya como una entidad anclada en un espacio urbano en particular, concretamente Lima, como se venía pensando, sino como una idea poética cuyos miembros y máximos exponentes se encontraban a menudo separados por las enormes distancias geográficas del reino del Perú, que lograron acortar al tejer unas solidas redes en las que se estableció una fecunda relación letrada. A partir del escrutinio de la materia preliminar y paratextual de obras contemporáneas se llega a establecer una nómina de poetas interrelacionados en sus escritos de tal manera que será en la letra impresa donde cobre especial forma y existencia la Academia Antártica. Los autores fueron de suficiente renombre para que sus versos no solo se imprimieran en la metrópoli, sino que fuesen encomiados en los escritos de plumas de la categoría de Miguel de Cervantes.

Palabras clave: Academia Antártica, Primera parte del Parnaso Antártico, Diego Mexía de Fernangil, Arauco domado, Pedro de Oña.

Hispanic letters beyond the confines.
The Academia Antártica and the intelectual network of poets

Abstract: From a brief account concerning the concept of academia and imitations of it in the Renaissance, this article studies essentially the Spanish American Academia Antártica no as an entity that was circumscribed to a particular urban space (the city of Lima), as has sometimes been advanced, but rather as a poetic idea whose members and most notable poets found themselves separated by the vast geographical spaces of the Kingdom of Peru. They strove nevertheless to make these distances shorter by creating solid networks in which a flourishing lettered community was established. The detailed study of preliminary matter and other paratexts of contemporary works enables us to put forward a list of poets interrelated in their writings to such a degree that the existence of the Academia Antártica took from more on the printed page than in a physical place. The authors were of sufficient renown so as to see their verses printed in the Spanish mainland, but also highly praised by such eminent writers as Miguel de Cervantes.

Keywords: Academia Antártica, Primera parte del Parnaso Antártico, Diego Mexía de Fernangil, Arauco domado, Pedro de Oña.


1 Véase la carta de Ficino a Diacceto (1493), «Del conocimiento peripatético al misterio».

2 Se trata de la edición anotada que publica Rodolfo Oroz en 1936.

3 «Esclarecida fuente de agua pura, / tan pura que ante el sol victoria cantas, / por quien el valle antártico, sus plantas / baña de humor, y viste de frescura. / Tú, que conforme al peso de tu altura, / a la región sublime te levantas, / donde tus gotas son estrellas santas, / que tornan con su luz, la luz escura, / no dudes ya de que las aguas vivas / de tu doctrina, y regla saludable, / alcances a las últimas naciones, / pues en un Marco y un Filipo estribas / que por mostrar tu fuerza inexpugnable / figurados están en dos leones». Eduardo Hopkins Rodríguez (2003) propone un análisis del soneto no sin antes establecer el contexto jurídico, social e institucional de la Universidad de San Marcos en Lima.

4 Al respecto, José M. Gallegos Rocafull escribe: «los tres últimos profesores nombrados en el siglo xvi fueron el maestro Juan Núñez de Guzmán, que había nacido en México, después de haber hecho oposiciones varias veces sin ganar cátedra, la obtuvo en 24 de noviembre de 1590 […]. El bachiller Pedro de Soto, que tomó posesión el 13 de febrero de 1593 de una cátedra de artes, que se adjudicó por oposición “temporalmente por cuatro años”; no puede ser el Pedro de Soto, dominico, que vino a México por este tiempo y marchó después a Filipinas donde murió, según Beristáin, pues este Soto, después de haber obtenido en propiedad la cátedra de artes, está en 1602 regentando otra de medicina» (1974: 300).

5 Rose retoma los propósitos que ya publicara en 2005.

6 «La cual cómo pasó nadie se atreva / contar mejor en verso castellano, / aunque parezca en Chile cosa nueva, / que Pedro de Oña, aquel famoso indiano; / éste dirá mejor de vuestra Cueva, / que es monte de Helicona y soberano, / gran don Beltrán, que no mi Vega humilde, / que apenas soy de aquellas letras tilde».

7 «Finalmente, en el polo de Calisto / del pájaro no visto / las estrellas antárticas temblaron, / y los diamantes de temor guardaron, / que el mar septentrional su trompa oyera / en la última Tile, / el aire navegando vagarosa, / si propia a Escocia nuestra lengua fuera, / pues que, por serlo, en la remota Chile / con fuerza sonorosa / las Musas despertó Pedro de Oña, / no con ruda zampoña, / sino con lira grave, / poema heroico, armónico y suave / del patriarca Ignacio de Loyola, / entre los cisnes de las Indias sola» (Silva II, 74-89).

8 En la otra orilla, contamos con los ejemplares que pertenecieron a personalidades de distinto tenor: don Álvaro Altamirano (?), Isidoro Champaneio de la orden del S. P. de la iglesia del Santo Agustino, Ambrosio Grosso (¿proveedor del ejército de Tarragona?), la condesa del Campo de Alange o Pascual Rodríguez de Arellano (autor de «Marta la piadosa»), entre otros.

9 En el capítulo IV leemos: «Desde el indio apartado del remoto / mundo, llegó mi amigo Montesdoca, / y el que anudó de Arauco el nudo roto; / dijo Apolo a los dos: “A entrambos toca / defender esta vuestra rica estancia / de la canalla de vergüenza poca, / la cual de error armada y de arrogancia, / quiere canonizar y dar renombre / inmortal y divino a la ignorancia; / que tanto puede la afición que un hombre / tiene a sí mismo, que, ignorante siendo, / de buen poeta quiere alcanzar nombre”» (vv. 448-459). Y en el capítulo VI: «Hacer milagros en el trance piensa / Cepeda, y acompáñale Mejía, / poetas dignos de alabanza inmensa». Sigo la edición de Adrián J. Sáez.

10 Mabel Moraña (1988) explora la literatura barroca hispano-americana en el complejo vaivén entre su alcance universalista, es decir, su abarcamiento de los más amplios modelos europeos, por un lado, y su conciencia de una marginalidad frente al centro cultural y político español, por el otro. Privilegia claramente esto último.

11 Sonia Rose afirma que «La academia […] será una puerta privilegiada de acceso a los círculos de poder, y ello explica que, a fines del siglo xvi, un grupo de hombres de letras se decida a proyectar la creación de una de ellas en la ciudad de Lima» (2008: 86). Las cursivas son mías.

* Este artículo se adscribe al proyecto «Diccionario Hispánico de la Tradición Clásica (DHTC)» (FFI2017-83894-P), I+D de Excelencia del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades de España.