JOSÉ TORIBIO MEDINA Y LOS SIGLOS DE ORO
(ALGUNOS EJEMPLOS SOBRE AMERICANISMO
Y TRADICIÓN HISPÁNICA)

José Carlos Rovira

Universidad de Alicante
rovi@ua.es

A la memoria de Florencio Sevilla

Siempre he prestado atención a aquellos críticos e historiadores hispanoamericanos que, conscientes de que estaban buscando una aportación a los estudios sobre América, no quisieron perder de vista la tradición clásica de la literatura española, porque sabían que, en caso de desconocerla, iba a ser como perderse en atajos que provocaban pérdida de perspectiva o, peor, el naufragio en la comprensión de lo propio. He tenido por eso máxima atracción hacia algunos nombres, como el chileno José Toribio Medina (1852-1930)1 y el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946)2. Voy a tratar aquí del primero, en la medida en que significa una visión nueva, trasatlántica, del Siglo de Oro.

Busqué a Medina, al tiempo que a otros, como propuesta didáctica. Durante años, he iniciado los cursos explicando que no sabrá literatura hispanoamericana quien no sepa, al menos, los fundamentos clásicos de la literatura española, pero ¡ay! del que sepa solo literatura española sin tener en cuenta el caudal literario de la hispanoamericana.

Planteo por eso aquí la lección de una figura principal de la crítica y la historiografía. Lo intento situar ante los Siglos de Oro como aproximación de la que, creo, se derivan lecciones importantes a uno y otro lado del océano. Lo hago también, sobre todo, por una constatación realizada por Daniel Eisenberg, en su panorama sobre la crítica e historiografía cervantista cuando afirmaba: «Las ediciones y estudios cervantinos del chileno José Toribio Medina han tenido poquísima acogida» (1991: n. 213). Es curioso que, en general, los estudios historiográficos de Medina no hayan despertado la atención que merecían.

1. Entre la bibliografía y la historia literaria

Los casi trescientos libros que el chileno José Toribio Medina produjo, también como editor, nutren una tradición bibliográfica que fue imprescindible para el conocimiento de la producción de la imprenta en los países de la América hispánica. Son obras en las que, junto a la ficha bibliográfica más completa, se unen indicaciones y notas con información de autores, editores, imprentas y referencias bibliográficas anteriores. Junto a este trabajo que lo identifica esencialmente, Medina realiza una serie de obras historiográficas y literarias que tienen como objetivo las grandes líneas y figuras presentes en los países que estudia, principalmente en el suyo, Chile.

Uno de sus primeros trabajos fue su Historia de la literatura colonial de
Chile, publicada en 1878 y fruto de una memoria presentada en la Facultad de Filosofía y Humanidades de Santiago. Tenía Medina 26 años y el dictamen sobre su obra, con valoración de Gregorio Víctor Amunátegui y Benjamín Vicuña Mackenna, pone de relieve que se trata del primer estudio de esa envergadura para la determinación de una «literatura colonial». En más de mil páginas, se desgrana una obra en la que lo literario se aúna a la oratoria sagrada y la historia del territorio y de sus aconteceres cronísticos, pareciéndome relevantes sobre todo los capítulos dedicados a Ercilla, que abren el primer volumen; los que presentan ampliamente a Pedro de Oña, el Purén indómito, el Cautiverio feliz o la aportación más débil por su objeto de poemas sueltos, satíricos, místicos, amorosos.

Concluye la larga introducción a esta obra con una consideración importante por las orientaciones que indica y trataré luego.

Antes de terminar este rápido bosquejo de nuestra antigua literatura, debemos insistir en un hecho por demás curioso y que hemos tenido oportunidad de insinuar ya en más de una ocasión, y es la notable coincidencia que se observa en la marcha de nuestras letras en relación con las de la Península. Florecían en España, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo […]3 y en nuestra tierra los conquistadores se entregaban con ardor al ejercicio de la rima; Ovalle escribía el libro de estilo más acabado de aquella época, y Rosales estaba ya acopiando los materiales de su apreciable Historia. Termina en España el siglo de oro de su literatura, y entre nosotros no se ve aparecer durante casi un siglo entero más que las indigestas obras teológicas a que acabamos de referirnos (Medina, 1878: I, CXXXII-CXXXIII).

Es evidente el paralelismo que intenta trazar entre lo que consideraríamos primer Siglo de Oro y su proyección literaria en algunos ejemplos que determinan la primera identidad cultural chilena, como Alonso de Ercilla y Pedro de Oña. Es indudable también que su atención está centrada en los grandes modelos de Cervantes, Lope y Quevedo, con olvido, por bastantes razones, de Góngora que Medina no indica como referente. Calderón, sin duda, lo será en otros espacios historiográficos.

2. Cervantes como universo

Cervantes fue un argumento recurrente y extenso para él, como el principal universo literario al que se aproximó. Sus Estudios cervantinos contienen sin duda una original perspectiva historiográfica y son la recopilación, realizada por Rodolfo Oroz Scheibe, de la mayor parte de los trabajos dedicados a Cervantes por el polígrafo chileno4.

El primero, sobre El disfrazado autor del Quijote, es un recorrido, a través de casi ciento cincuenta páginas, de la cuestión de quién es el autor de la segunda parte apócrifa. Avellaneda resulta para Medina el fraile Alonso Fernández, lo que ya había anticipado Adolfo de Castro, aunque luego se desdijera para atribuir la autoría a Juan Ruiz de Alarcón, por las referencias que la obra contiene a Indias. Al margen de que todavía sea un enigma, sobre el que hay casi tantas contribuciones importantes e imaginativas como atribuciones, casi un centenar, el trabajo de Medina resulta un ejemplo de crítica filológica en el que se recorre las contribuciones principales desde sus orígenes y se reconstruye la biografía y la obra del dominico placentino, Alonso Fernández, a partir de los recuerdos en el falso Quijote de ciudades (Zaragoza, Toledo, Alcalá…), o de significados de sus libros, su lenguaje y sus conocimientos religiosos. Tras el estudio de Medina, escrito en 1918, seguimos, por supuesto, sin poder afirmar la autoría, que parece de imposible solución por carencia documental, a pesar de los múltiples intentos históricos, pero encontramos una deducción interesante que ha sido muy poco atendida.

La edición de La Tía fingida en 1919, con la discusión sobre la autoría y la afirmación por parte de Medina como obra de Cervantes, en polémica con Raymond Foulché-Delbosc (1899) y Francisco A. de Icaza (1916), apoyándose en Julio Cejador, a quien dedica la edición, con minuciosa anotación lingüística y cultural del texto, es también la entrada a un debate antiguo y nunca resuelto.

Entre otras obras, su cervantismo se hace imprescindible cuando vincula al escritor a presencias americanas5, a partir de un discurso pronunciado en el tercer centenario de su muerte, el 23 de abril de 1916 en la Academia Chilena de la Lengua, que conmemoraba la efeméride (Medina, 1916): Cervantes americanista: lo que dijo de los hombres y cosas de América es una primera propuesta global de miradas que van a ser duraderas. Que el nombre «América» solo aparezca en el capítulo 48 de la primera parte del Quijote, no es óbice para la presencia del Nuevo Mundo en múltiples textos que recuerda y en las ansias del viaje transoceánico que Cervantes quiso hacer, aunque no pudiese realizarlo. Algunos personajes cervantinos son también recorridos, como el inquisidor Francisco Tello de Sandoval que en El Rufián dichoso aparece como tal, en su viaje a México en 1544, acompañado por Lugo, y aclara Medina:

Rufián dichoso, que fue un personaje también de verdad: travieso y maleante en sus años de juventud, estudiante secular primero, se hace clérigo en Toledo, pasa en el séquito del Inquisidor a México, y allí se mete fraile y permanece hasta merecer con el ejemplo de sus acciones el título de «dichoso», digamos en buenos términos, el dictado de santo (1916: 81-83).

El protagonista Lugo no es otro que Cristóbal de la Cruz, cuya biografía, como la de Tello de Sandoval, también reconstruye Medina a través de fuentes concretas que fueron las utilizadas por Cervantes. Pero un personaje como Tello de Sandoval merece además una extensa reconstrucción histórica de su comportamiento en México, su enfrentamiento con el virrey Antonio de Mendoza y su actuación como inquisidor. Al margen de su presencia en la obra de Cervantes, Medina establece un diálogo entre literatura e historia que había plasmado en 1914 en La primitiva inquisición en América a propósito de la figura de Francisco Tello de Sandoval como inquisidor (Medina, 1914: I, cap. 4).

En esta conferencia introduce ampliamente un tema que va a ser recogido con extensión y absoluto rigor años después, como son los poetas americanos celebrados por Cervantes en el «Canto de Calíope» de La Galatea. Esta mirada de Cervantes a América se hace transcendente por la dimensión literaria que adquiere y por la relevancia que tenía en España hacia 1580 la recepción de estos ingenios. En un momento de su conferencia, recuerda cómo lo introduce Cervantes en su obra diciendo que «sí me parece que será bien daros alguna noticia agora de algunos señalados varones que en esta nuestra España viven, y algunos en las apartadas Indias a ella sujetas» (Medina, 1916: 90).

Entre los primeros, los españoles, era imprescindible recordar a Ercilla, para lo que Medina reproduce los famosos versos6:

Otro del mesmo nombre, que de Arauco

Cantó las guerras, y el valor de España,

El cual los reinos donde habita Glauco

Pasó, y sintió la embravecida saña:

No fue su voz, no fue su acento rauco,

Que uno y otro fué de gracia extraña,

Y tal, que Ercilla en este hermoso asiento

Merece eterno y sacro monumento

(Medina, 1916: 91).

Sobre los que comenta:

Que tal es lo que dice del poeta cantor de nuestros orígenes y de la gloria araucana. ¡Ercilla! Bástenos en este momento con inclinarnos ante su nombre, que sería larga tarea analizar su obra y esbozar sus rasgos biográficos, por lo demás, de todos nosotros conocidos (Medina, 1916: 91).

3. Ercilla como contribución imprescindible

Tardó algunos años en dedicarse ampliamente a Alonso de Ercilla y La Araucana, que fue el argumento que más investigación y páginas le ocupó, hasta la monumental edición de la obra en cinco volúmenes, impresa entre 1910 y 1918. El propósito de la misma lo indica en los preliminares del primer volumen:

Persuadidos de que hacía falta en Chile una edición digna de la nación que ha tenido la suerte, única en los tiempos modernos, de que sus orígenes hayan sido inmortalizados por la epopeya más notable de la literatura castellana, desde años atrás habíamos venido acariciando el proyecto de realizarla y de ofrecerla a nuestra patria como debido homenaje a los heroicos defensores de su suelo en tiempo de la conquista, a los valientes y esforzados españoles que la incorporaron a la civilización y al poeta insigne que con levantada inspiración consignó para la posteridad las hazañas de unos y otros (Ercilla, 1910: I, VII).

Había introducido aquí un debate que va a ser continuo en la cultura chilena: el madrileño Alonso de Ercilla ¿creó un extenso poema para cantar a los «heroicos defensores de Arauco» o a «los valientes y esforzados españoles» que los vencieron? La declaración de los primeros versos ariostianos de la obra crea ya la resolución del enigma.

No las damas, amor, no gentilezas

de caballeros canto enamorados;

ni las muestras, regalos, ni ternezas

de amorosos afectos y cuidados:

mas el valor, los hechos, las proezas

de aquellos españoles esforzados,

que a la cerviz de Arauco, no domada,

pusieron duro yugo por la espada

(Ercilla, 1910: I, 1).

Antes, había publicado, entre enero y febrero de 1876, Ercilla juzgado por la Araucana en ocho números de El correo del Perú. Fue su primer trabajo sobre Ercilla y, como sabemos, abre una amplia indagación sobre el autor, sobre su religiosidad, sus rasgos morales y sobre la pintura de pasiones y vicios, que desarrollará en años sucesivos en múltiples escritos. Con estos primeros, forma el capítulo IV de su Historia de la literatura colonial de Chile (1878: 89-117), donde los tres capítulos anteriores reconstruyen una primera biografía de Ercilla en Chile y una primera reflexión sobre la importancia de la obra.

En 1888, aparece un primer trabajo bibliográfico con el título de Bibliotheca Americana (Medina, 1888). Se trata de una rara edición de noventa ejemplares que plantea dos líneas para el futuro: las sucesivas Bibliotecas que compondrá y que el nombre de Biblioteca Americana aparece ya referido a la propia, que irá acrecentando hasta veintidós mil volúmenes de los que el primer núcleo fueron los dos mil novecientos veintiocho títulos que anticipa en esta. En algunos de ellos acompaña breves reseñas biográficas de los autores iniciando el sistema biobibliográfico que asumirá posteriormente. Destacan en el catálogo las treinta y cuatro ediciones de La Araucana que ya posee, señalando un núcleo de interés que posteriormente confluirá en su magna edición de la obra. Las páginas dedicadas a la obra de Ercilla son reproducidas ese mismo año por Abraham König en su edición de La Araucana (Ercilla, 1888).

En 1910, Medina publica el primero de los volúmenes de lo que será la amplia edición de la obra. Es el que contiene el texto. Recordemos que Ercilla determina en su «prólogo», aparte de las dificultades con las que escribió sus versos, una justificación sobre su canto también a la heroicidad de los araucanos:

Y si a alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles (1910: 17).

Sabemos que se abre con este párrafo y con muchos fragmentos de la obra que relatan el heroísmo indígena, un valor determinante para considerar este poema épico como el origen nacional de Chile. Medina mantiene el equilibrio sobre esta cuestión, sin hacer afirmaciones que hubieran sido tajantes, aunque esté vinculada a debates muy presentes en la época.

Su trabajo principal sobre Ercilla lo inicia más tarde, en 1912, cuando viaja a Madrid, porque sabe que en la Biblioteca de la Real Academia hay una documentación de casi seiscientas copias de documentos sobre Ercilla que ha legado el cervantista Cristóbal Pérez Pastor. Según Sergio Villalobos (1952: 24-25), en la Academia no se le permite el trabajo, lo que no se entiende por su condición de «correspondiente» y miembro de la Academia Chilena. Lo tendrá que solucionar Medina mediante reproducciones en el Archivo Notarial de Madrid, donde estaban los originales, para lo que tendrá que obtener influencias y gastar una importante suma de dinero.

Al margen de la anécdota, lo cierto es que, al regreso a Chile en 1913, Medina llevaba copiados los documentos que abrirán el segundo volumen de su edición de La Araucana7, hasta quinientos treinta y tres documentos inéditos concernientes a la vida de Ercilla, sobre lo que dice en el prólogo de este segundo volumen aparecido en el mismo año de su regreso:

A los que poseíamos entonces, sacados del Archivo de Indias y del de Simancas, hemos agregado los del Notarial de Madrid, que se cuentan por centenares, y de cuya noticia somos deudores, justo es reconocerlo, a don Cristóbal Pérez Pastor, ya fallecido. Nuestra labor ha sido por tal causa, harto más vasta de lo que en un principio nos imaginamos, nos ha demandado muchos sacrificios y sinsabores, pero, ciertamente, los damos por bien empleados, vencidas ya cuantas dificultades se nos ofrecieron en nuestro camino, porque, de ese modo, irradiará luz amplísima sobre la vida del cantor de Arauco […] (Medina, 1913: V).

El tercer volumen, Vida de Ercilla (1917), es probablemente todavía, a lo largo de sus 350 páginas, la mejor reconstrucción biográfica de Ercilla desde su nacimiento en Madrid en 1533 hasta su muerte en la misma ciudad en 1594, narrando su periplo americano por Chile y Perú, y su trabajo en España, corrigiendo además múltiples errores de otros biógrafos mediante el acopio documental del volumen anterior.

Los volúmenes cuarto y quinto, que ven la luz en la Imprenta Elzeviriana también en 1918, están dedicados a lo que Medida llama «Ilustraciones», que son un amplísimo comentario crítico que estudia la bibliografía de La Araucana (las cuarenta y ocho ediciones que conoce ya); lo que llama «Preliminares de La Araucana», que van desde documentos de licencias, privilegios y tasas de publicación hasta dieciséis piezas poéticas dedicadas a alabar a la obra y al autor, junto a una en prosa; los «Aprobantes de La Araucana», que son los aprobantes legales y aquellas figuras, como el duque de Medinaceli o el marqués de Peñafiel, que fueron admiradores de Ercilla. Medina se extraña, sin embargo, de la falta de los grandes ingenios literarios en su aprobación.

Otro apartado amplio merece el capítulo de «Variantes» donde coteja desde las ediciones iniciales, en las que intervino el propio Ercilla (de esto dejan constancia significativas variantes sobre todo en la primera parte), hasta sucesivos errores de ediciones que son corregidas. El primer volumen sigue con la «Lexicografía», en donde, a lo largo de 250 páginas, define palabras y las coteja con textos de ingenios de la época inmediatamente anterior o coetáneos: usos de Garcilaso, Cervantes, Balbuena o Pedro de Oña, componen un valioso material lexicográfico. Concluye el volumen con «Voces indígenas»: 160 palabras araucanas son analizadas.

El último volumen de la obra se dedica a materiales históricos y crítico-literarios: «Los compañeros de Ercilla», «Ercilla y sus héroes en la literatura», «Juicio de La Araucana», «Imitadores», «Traductores de La Araucana» y un «Glosario» final, donde ordena alfabéticamente todas las palabras definidas, forman el amplio trabajo que se convierte en una moderna y rigurosa edición de la que deberían haber partido todas las demás contemporáneas.

En 1917 publica trabajos sobre la influencia de La Araucana en el teatro español, con una amplia introducción sobre la historia de América como fuente del teatro; en 1918, continúa esta línea con los nueve romances basados en la obra de Ercilla recogidos del Ramillete de flores de 1593.

4. Pedro de Oña y la distancia de Medina con el gongorismo

No podemos dedicar el espacio que sin duda merece la aportación de Medina sobre el primer poeta nacido en Chile, Pedro de Oña, pero sí señalar la importancia que adquiere su visión de este, desde los capítulos que le dedica en su temprana literatura colonial (Medina, 1878: 154-233); también por las ediciones que realizó del Arauco domado y, sobre todo, de El temblor de Lima de 1609 (Medina, 1909).

Como sabemos, la imitación de La Araucana en el enlace temático con las guerras en Chile es evidente, aunque, mientras en Ercilla hay casi un héroe colectivo en las dos partes en lucha, con múltiples personajes principales, el Arauco domado es un canto glorificador al gobernador de Chile, García Hurtado de Mendoza, al que Oña canta por encargo. Sabemos los problemas que a Ercilla le causó quien quería que se le considerase personaje principal de la epopeya.

Aunque lo que nos importa ahora es la referencia poética que Oña introduce en su camino al gongorismo, lo que fue muy bien analizado por Teodosio Fernández (2010: 72-80), cuando planteó el crecimiento culteranista en El temblor de Lima de 1609, editado por Medina en 1909, para intensificarse en el Ignacio de Cantabria y en El Vasauro. Medina es tajante cuando edita por primera vez el diálogo entre el Rimac y el Tíber en honor de fray Francisco de Solano, en El temblor de Lima en 1609, que considera la mejor obra de Pedro de Oña, aunque, sin embargo,

Esta pieza, sin duda la más interesante de cuantas conocemos del licenciado chileno, se hace notar por la elevación de su estilo, por más que trasposiciones violentas y otras figuras de un gusto no muy puro vengan en ocasiones a deslustrarla. La ficción a que el poeta ocurre suponiendo que el río Rimac se dirige al Tíber para referirle todos los prodigios atribuidos a fray Francisco nos parece demasiado violenta, como que deja traslucir en alto grado las huellas del culteranismo de mal tono de que el autor estaba ya viciado (Medina, 1878: I, 232-233).

Góngora y el culteranismo no fueron apreciados por Medina, sobre todo, por la escasa tradición en Chile de su presencia, a pesar de su seguimiento inmenso en el virreinato del Perú y en Nueva España, pero más que nada por la inevitable pasión antigongorina de Menéndez Pelayo, a quien el erudito chileno leía desde siempre, a pesar de las distancias que sabemos que mantuvieron en otros temas8.

5. Escritores americanos celebrados por Cervantes

Antes dejé el discurso conmemorativo del centenario de Cervantes con los versos que dedicaba este en el «Canto de Calíope» a Alonso de Ercilla, donde el autor de La Araucana estaba situado entre los soldados-poetas. Más importante resulta la visión de «Ingenios americanos, de Nueva España y el Perú», que Medina recoge en un trabajo de 1926. No ha sido un lugar transitado por la historiografía hispanoamericanista valorar las posibilidades que este texto ofrece9. Sigo pensando que habrá que volver, en el futuro, sobre los versos de Cervantes y que solo un conjunto de indagaciones orientadas podrán responder a una incitación que el polígrafo chileno dejó en pocos ejemplares, aunque hoy podamos encontrarlos en edición digital (Medina, 1926).

El planteamiento de Medina fue intentar unir datos y textos de autores que, en el siglo xvii, fueron conocidos en España: Cervantes cantó —los cito con el orden alfabético que utiliza Medina en su estudio biobibliográfico— a Diego de Aguilar y Córdoba, Pedro de Alvarado, Juan de Ávalos y Ribera, Alonso de Estrada, Rodrigo Fernández de Pineda, Gonzalo Fernández de Sotomayor, Enrique Garcés, Diego Martínez de Ribera, Juan Mestanza de Ribera, Pedro Montes de Oca, Baltasar de Orena, Alonso Picado, Sancho de Ribera, Francisco de Terrazas, y cita al «capitán Salcedo» que Medina identifica como Juan de Salcedo Villandrando.

A pesar del desconocimiento que mantenemos sobre una parte de ellos, resulta relevante el papel de Medina para algunos autores. Un ejemplo es Diego de Aguilar y Córdoba, a quien Cervantes saludaba así:

En todo cuanto pedirá el deseo

Un Diego ilustre de Aguilar admira,

Un águila real, que en vuelo veo,

Alzarse a do llegar ninguno aspira;

Su pluma entre cien mil gana trofeo,

Que, ante ella, la más alta se retira;

Su estilo y su valor tan celebrado

Guánuco lo dirá, pues lo ha gozado

(Medina, 1926: 18).

La dificultosa reconstrucción biográfica de Medina, en ampliación y corrección de datos sobre algunos aspectos trazados por Marcelino Menéndez Pelayo, que había dado algunos apuntes antes sobre Aguilar y su obra El Marañón (Menéndez Pelayo, 1948: 69-71), ha llevado a la edición crítica de la obra por Guillermo Lohmann Villena (1990). Se trata de una edición rigurosa de lo que el crítico peruano considera como una «narración, que ofrece los contornos de una novela de aventuras» (Lohmann, 1990: 10). Un conjunto de poemas, identificados por el historiador español y ampliados por el chileno, dan cuenta de lo que Lohmann llama «los nuevos heraldos», con el que titula un epígrafe que abre perspectivas para búsquedas y análisis que densifiquen la tradición literaria en esos años del siglo xvi de la colonia. En tiempo más reciente, Julián Díez Torres (2011) ha realizado otra edición crítica de amplias posibilidades.

Medina se planteó en otro trabajo, el Laurel de Apolo de Lope de Vega y su nómina de poetas, entre los que de nuevo seleccionó a los americanos. Lope supo de la existencia y cantó la obra de poetas americanos que se llamaron Amarilis, Juan de Arámbulo, Fernando de Avendaño, Gabriel de Ayrolo Calar, Bernardo de Balbuena, Alonso de Bonilla, Francisco de Borja y Aragón, Martín Carrillo de Alderete, Rodrigo de Carvajal y Robles, Alonso de Ercilla y Zúñiga, fray Alonso Franco y Ortega, Gabriel Gómez Sanabria, Luis Ladrón de Guevara, fray Lucas de Mendoza, Cristóbal de la O, Pedro de Oña, Luis Pardo, Matías de Porres, Juan Rodríguez de León Pinelo, Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina) y Jerónima de Velasco.

El enigma de esos nombres sigue siendo, exceptuando los que tuvieron una presencia masiva en conservación de su obra y en estudios posteriores —de la lista citada Bernardo de Balbuena, Alonso de Ercilla, Pedro de Oña, Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina), Enrique Garcés y Francisco de Terrazas— una cuestión historiográficamente relevante. Varios de ellos, españoles llegados a América, un portugués (Garcés) y el primer poeta criollo novohispano (Terrazas) tenían ya una amplia presencia en la época en la que Medina se ocupó de las nóminas de Lope y Cervantes. Sobre estos precedentes, Medina se lanzó a un nuevo trabajo de discusión bibliográfica y de aportación de datos. Como en el caso de Aguilar y Córdoba, todavía habría que intentar secundarlo.

6. Varia de aportaciones y su significado

Quedan muchos más ejemplos de interés que ahora no podemos tratar10. Habría que desarrollar desde luego un apartado sobre sus contribuciones al estudio del teatro áureo en su relación con América: la historia de América como fuente del teatro español, que ya cité, o la edición del auto sacramental de La Araucana, atribuido a Lope de Vega (Medina, 1917), plantea elementos de interés, recuperados afortunadamente en trabajos recientes (Mata Induráin, 2011: 171-186).

Queda, sobre todo, una sensación que es la que he planteado al principio: Medina miró con rigor la tradición literaria hispánica que se había proyectado en América, para dar dimensión a la producción que, sobre todo en Chile que acotó como literatura colonial, se estaba haciendo casi al mismo tiempo. En su obra, se contienen errores que la historiografía literaria ha ido corrigiendo. Eran inevitables por el carácter inaugural que tenía la recopilación de documentos con los que, más que una historia literaria, construyó un conjunto de monografías ordenadas por géneros (poesía, prosa, historia…). El mismo Medina corrigió equivocaciones a lo largo de su vida para lo que son realmente las monografías que construyeron su amplia historia colonial. Uno de sus discípulos principales, Guillermo Feliú Cruz, editó en 1970 sus Estudios de literatura colonial de Chile que contienen textos dispersos, junto a ampliaciones sucesivas que introdujo el propio autor en su obra y también las correcciones que aceptó sobre ella. Entre los textos dispersos, hay algunos muy importantes como los referentes a estudios sobre lenguas indígenas, como los relativos al padre Luis de Valdivia de quien editó su Doctrina cristiana y catecismo con un confesionario, arte y vocabulario breves en lengua allentiac, y cuya biografía reconstruyó; o también aparece una bibliografía de la lengua de los araucanos y nuevos estudios sobre el romancero en América; o sobre los refranes en el Quijote y La Araucana.

Hay una mirada doble continua por tanto al mundo literario español que consideraba imprescindible, y a aspectos principales de la colonia e incluso del mundo indígena, lo cual dota de indudable originalidad su perspectiva cultural, aunque mantiene su mirada principalmente desde la erudición, lo que le impide una interpretación y síntesis que hubiera sido casi imposible en su época.

Se ha analizado que su inicio como historiador de la literatura lo transformó muy pronto en la apertura de nuevos objetivos marcados por la erudición y, sobre todo, por la bibliografía, donde su trabajo fue intenso y memorable.

En sus últimos años, hablaba de una nueva Historia de la literatura chilena que incluso, alguna vez, consideró como ya escrita. Sobre ella planteaba que iba a ampliar a la surgida tras la independencia y llevarla hasta mediados del siglo xix, con otro método basado en siglos y no en materias o géneros (Silva Castro, 1953: 20). Aunque nunca acabó su redacción, determinada solo por fichas y apuntes, su obra es a veces un conjunto de fragmentos que se convirtieron en libro —Cosas de la colonia: apuntes para la historia del siglo xviii en Chile, 1889 y 1910— donde se entremezclaban cuestiones literarias, culturales y de la vida social que podrían ser la base de una historia literaria.

Consideramos sus trabajos sobre los Siglos de Oro una importante aportación por sus visiones de la literatura española y su plasmación en los estudios virreinales. Pensamos algunos olvidos, en la crítica y la historia literaria posterior, como lamentable desconocimiento de una gran tradición bibliográfica e historiográfica hispanoamericana.

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Medina, José Toribio (1922). Escritores hispanoamericanos celebrados por Lope de Vega en su Laurel de Apolo. Santiago de Chile: Imprenta Universitaria.

Medina, José Toribio (1926). Escritores americanos celebrados por Cervantes en el «Canto de Calíope». Santiago de Chile: Editorial Nascimento.

Medina, José Toribio (1958). Estudios cervantinos. Rodolfo Oroz Scheibe (pról.). Santiago de Chile: Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina.

Medina, José Toribio (1970). Estudios de literatura colonial de Chile. Guillermo Feliu Cruz (ed.). Santiago de Chile: Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina.

Medina, José Toribio (1988). Bibliotheca Americana. Catálogo breve de mi colección de libros relativos a la América Latina con un ensayo de bibliografía de Chile durante el período colonial. Santiago de Chile: Typis Authoris.

Rovira, José Carlos (2002). José Toribio Medina y su fundación literaria y bibliográfica del mundo colonial americano. Santiago de Chile: Biblioteca Nacional / DIBAM.

Rovira, José Carlos (2010). «Pedro Henríquez Ureña y la tradición española». En Eva Guerrero Guerrero (ed.), Pedro Henríquez Ureña y los estudios latinoamericanos. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, pp. 41-60.

Silva Castro, Raúl (1953). «Medina, historiador de la literatura chilena. Notas para un estudio». Atenea, 107, pp. 1-15.

Valero Juan, Eva (2016). Ercilla y la Araucana en dos tiempos. Del siglo de oro a la posteridad. Sevilla: Renacimiento.

Recibido: 23/06/2021

Aceptado: 07/07/2021

José Toribio Medina y los Siglos de Oro
(algunos ejemplos sobre americanismo y tradición hispánica)

Resumen: La mirada de José Toribio Medina a la literatura colonial chilena es un ejemplo de reflexión desde su conocimiento profundo de la literatura española de los Siglos de Oro. Su cervantismo amplio y duradero abre caminos que luego no fueron muy transitados. Su trabajo editorial y crítico sobre Alonso de Ercilla, Pedro de Oña, o sobre los poetas americanos cantados por Cervantes y Lope de Vega, son ejemplos de indagación filológica de quien tuvo en la bibliografía americana y en la erudición su tarea abundantísima y principal. En el terreno crítico e historiográfico abundan también las lecciones de quien estaba fundiendo la tradición hispánica con su americanismo principal.

Palabras clave: Medina, Siglos de Oro, historiografía, bibliografía, erudición, americanismo.

José Toribio Medina and the Spanish Golden Age
(some examples about americanism and hispanic tradition)

Abstract: José Toribio Medina’s view of Chilean colonial literature is an example of meditation based on his profound knowledge of the Spanish literature of the Golden Age. His broad and long-lasting Cervantism opens up paths that have not been very much explored since then. His editorial and critical work on Alonso de Ercilla, Pedro de Oña, or on the American poets sung by Cervantes and Lope de Vega, along with many others, are examples of the philological research of someone whose main and most thriving work was American bibliography and erudition. In the critical and historiographical field also abound the lessons of someone who was fusing the Hispanic tradition with his main Americanism.

Keywords: Medina, Spanish Golden Age, historiography, bibliography, scholarship, americanism.


1 Publiqué en Chile un libro sobre Medina en su trayectoria global y en sus aportes e incitaciones para ampliar el canon literario hispanoamericano (Rovira, 2002).

2 Sobre Henríquez Ureña, su tiempo y su visión de la literatura española, realicé una aproximación en Rovira (2010).

3 Aparece aquí el apellido Villegas tras una coma, por lo que se trata de una errata producida por los apellidos de Quevedo, ya que considero que no puede tratarse del poeta coetáneo Esteban Manuel de Villegas, pues sería incongruente que apareciese junto a los nombres mayores de la literatura española que cita.

4 Contiene: El disfrazado autor del Quijote impreso en Tarragona fue fray Alonso Fernández, Novela de la Tía fingida, El Lauso de Galatea de Cervantes es Ercilla, Escritores americanos celebrados por Cervantes en el Canto de Calíope, Cervantes americanista: lo que dijo de los hombres y cosas de América, Cervantes en Portugal y Cervantes en las letras chilenas.

5 Otros trabajos, como Cervantes en las letras chilenas, son un ordenado recorrido, en el que entran múltiples referencias circunstanciales que demuestran, en cualquier caso, a pesar del centenar de registros comentados, la poca trascendencia cervantina en este país, que en el siglo xix se empezó a subsanar mediante actos y escritos conmemorativos.

6 Me ha sido de gran utilidad un libro de Eva Valero sobre Ercilla, donde se plantea entre muchas cuestiones, la relación de La Araucana con el Quijote, en el que aparece una valiosa referencia de la obra en el capítulo del escrutinio de la biblioteca; también se analiza la relación con el concepto de «edad de oro» en los dos libros (Valero, 2016: 50-74).

7 El segundo volumen aparece con el mismo formato en la Imprenta Universitaria de Santiago de Chile. Sobre el amplio trabajo sobre Ercilla, desde sus comienzos juveniles hasta esta edición, es interesante el estudio de Salvador Dinamarca (1952).

8 En mi libro sobre Medina, el último capítulo está dedicado a definir el mundo cultural e ideológico del autor, por lo que una confrontación con Marcelino Menéndez Pelayo —algunos críticos lo consideran su modelo— intenta definir las grandes diferencias que existían entre los dos: el método archivístico de trabajo, la visión de la Inquisición, el americanismo, el liberalismo definen el mundo de Medina frente al erudito cántabro.

9 Resulta sorprendente que, en uno de los mejores trabajos sobre el ámbito cultural peruano del xvi, el de Alicia de Colombí-Monguió sobre el Petrarquismo peruano (1985) se omita cualquier referencia a estas obras de Medina que, en cualquier caso, hubieran permitido densificar la «Academia Antártica» estudiada.

10 Por ejemplo, para completar el universo cervantino de Medina, repaso al cerrar estas notas su edición crítica del Viaje del Parnaso, publicada en 1925. Su prólogo y anotaciones se deberían haber tenido en cuenta en ediciones posteriores de la obra que no han prestado atención a sus aportes.