Los engaños a don Quijote.
Tensión de líneas narrativas

María Stoopen Galán

Universidad Nacional Autónoma de México
mstoopeng@gmail.com

En el capítulo 1 del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que da cuenta de la circunstancia doméstica del hidalgo, despuntan señales de una inevitable tensión, resultado del proceso de transformación del protagonista en caballero andante. Como sabemos, el narrador confiere todo el peso de la mudanza del hidalgo, tanto de la interna como de los cambios que realiza en su mundo inmediato, a su desmedida afición por los libros de caballerías. Focalizado el narrador únicamente en el proceso del hidalgo, no da cuenta aquí de las repercusiones de su conducta sobre los personajes cercanos al protagonista, el ama y la sobrina; solo informa que el cura y el barbero solían sostener con él «competencia […] sobre cual había sido mejor caballero» (Cervantes, 1997: I, 1). Tal afinidad de intereses con «los notables de su aldea» (Buxó, 2010: 137), dotará a estos personajes de una gran ambigüedad para usar en su favor los códigos adoptados por el caballero en ciernes. Este exiguo ámbito familiar1 resultará irremediablemente puesto en crisis a causa de las acciones caballerescas emprendidas por el hidalgo. A cambio, sus pobladores, con lazos de parentesco, servidumbre o amistad con él, pronto buscarán hacer sentir su peso sobre el protagonista por el cambio de vida adoptado. Si, como dice Casalduero, «el encadenamiento temático es un recurso del arte narrativo de Cervantes» (1970: 34), aquí propongo la existencia en el Quijote de otro recurso: la construcción de dos líneas narrativas básicas, sostenidas por dos diferentes perspectivas o visiones del mundo, que tenderán a oponerse cada vez que se entrecrucen a lo largo de toda la obra, si bien es cierto que una y otra sostendrán su propio encadenamiento temático2. La existencia de estas dos líneas narrativas corresponde a la proposición de Henrik Ziomek sobre «la alta incidencia del número dos [que] sostiene la estructura binaria de la novela» (1980: 827).

No es sin razón, pues, que el hidalgo convertido en caballero, al iniciar sus andanzas por el ancho mundo, actúe con sigilo al momento de abandonar el terreno familiar, ya que intuye que los personajes domésticos podrían oponerse a su nueva condición:

Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día […], por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuanta facilidad había dado principio a su buen deseo (I, 2).

Poco más adelante, a punto de ser armado caballero, el discurso que le dirige a don Quijote el ventero, convertido en padrino de armas, oscila entre saberes pseudo caballerescos y consejos prácticos, tales como proveerse de «dineros y camisas limpias» y «una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas» (I, 3). Dichas recomendaciones obligan a don Quijote a volver a casa, así como el peso de la realidad, pues después de haber participado en dos actos caballerescos, regresa molido a palos, auxiliado por un labrador vecino suyo y urgido de cuidados domésticos.

Así, en el capítulo 5 se hace explícita la tensión entre las dos líneas narrativas sugeridas al inicio3. El comedido labrador encuentra la casa de don Quijote «toda alborotada» (I, 5). En efecto, la desaparición del hidalgo ha puesto en crisis el ámbito doméstico, conflicto ahora evidente en voz de las mujeres, quienes, habiendo sido testigos desde el principio de los actos del hidalgo, manifiestan su parecer, no consignado por el narrador en el capítulo 1. Es en el quinto donde las mujeres adquieren mayor relevancia. El ama informa al licenciado Pero Pérez sobre su convicción de que la ausencia del hidalgo se debe a la lectura de los «malditos libros de caballerías» que «le han vuelto el juicio» (I, 5). Por su parte, la sobrina, habiendo percibido indicios de una conducta anómala en su tío, comunica a maese Nicolás su arrepentimiento de no haberles dado aviso a tiempo, pues se percató de que esos «desalmados libros de desventuras» (I, 5) provocaban que el hidalgo emprendiera luchas imaginarias con gigantes, y propone como solución quemar los «descomulgados libros» (I, 5). De este modo, desde su punto de vista, que compartirán todos los personajes domésticos, destruida la causa del daño, desaparecerá la enfermedad. Por su parte, don Quijote sostiene una postura ambigua: aunque reconoce como suya la casa a la que llega y su autoridad sobre las mujeres que la habitan, confía su curación a la maga protectora de Amadís: «Llévenme a mi lecho, y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate de mis feridas» (I, 5). No obstante, la decisión de destruir los libros confiere poder a los personajes domésticos sobre el hidalgo —quien duerme largos periodos— y profundiza la oposición de las líneas narrativas que aflora en el capítulo 1.

Quemados los libros y tapiada la entrada al aposento que los contenía4, las mujeres —habiendo observado los distintos actos de su amo y comprendido los mecanismos de su pensamiento— ahora también son capaces de inventar una causa acorde con el imaginario caballeresco, por lo que culpan a un encantador de la desaparición de la biblioteca. Así, los mundos de don Quijote y de los personajes domésticos, aunque discordes, son a la vez permeables. Aparentemente, la batalla ha sido ganada por los personajes domésticos, ya que el hidalgo «estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos» (I, 7). Sin embargo, su mente sigue trabajando: además de insistir ante sus compadres «que la cosa que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andante» (I, 7), prepara su segunda salida solicitando «a un labrador vecino suyo» (I, 7) para que le sirviese de escudero. En conclusión, el drástico remedio puesto en práctica por los personajes domésticos no resultó eficaz para someter la voluntad del hidalgo. Una vez asimilado el contenido de los libros, su existencia física ya no le es necesaria. No obstante, don Quijote cumple con el verdadero propósito por el que regresó a su casa: el proveerse de dineros «vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas» (I, 7), así como «de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme el consejo que el ventero le había dado» (I, 7); hechos a partir de los cuales abandona los terrenos familiares en la única ocasión que regresa a ellos por decisión propia. De este modo, la línea narrativa doméstica queda interrumpida durante un buen número de capítulos. Predominará, como es lógico, la línea narrativa en la que don Quijote y Sancho son amos y señores.

Será en el capítulo 235, en Sierra Morena, cuando se trace la primera posibilidad de un nuevo cruce de las líneas narrativas en cuestión. Para compensar la pérdida del rucio, don Quijote le promete a Sancho «darle una cédula de cambio para que le diesen tres [pollinos] en su casa, de cinco que había dejado en ella» (I, 23). Más adelante, en el capítulo 25, cuando se dispone a hacer penitencia por Dulcinea, don Quijote decide escribir una carta a su amada y enviársela con Sancho. El escudero, por su parte, le solicita también por escrito «la libranza pollinesca» (I, 25). Puesto Rocinante en libertad por su amo, Sancho pide «tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta» (I, 25). Tales son las decisiones que encaminan al escudero tanto a casa del hidalgo como a El Toboso.

Alejado del lugar donde quedó el caballero penitente, afuera de la venta donde le había ocurrido «la desgracia de la manta» (I, 26), Sancho, montado en Rocinante, es reconocido por el cura y el barbero. Así, de improviso, se encuentran de nuevo personajes de las dos líneas narrativas, aunque ahora con Sancho como protagonista de la caballeresca. La tensión se presenta en un principio, pues los compadres quieren saber dónde se halla don Quijote y el barbero amenaza a Sancho: «si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos […] que vos le habéis muerto y robado, pues venís encima de su caballo» (I, 26). Así, desde el principio, maese Nicolás deja en claro el motivo por el que salió junto con maese Pero de la aldea. Por su parte, Sancho no solo se defiende bien de la amenaza, sino que pone al tanto a cura y barbero de la situación en que dejó a su amo y de «las aventuras que le habían sucedido» (I, 26), así como del encargo de entregar la carta a Dulcinea. De este modo, la tensión entre los personajes cede, dado que la convicción caballeresca de Sancho es precaria, mantenida, sí, por su lealtad a don Quijote, pero principalmente por la promesa del gobierno de la ínsula. Por el contrario, se construye entre los tres una relación afable, aunque dominada por la malicia de los notables de la aldea que se benefician de la lengua suelta del escudero y se divierten con sus fantasías y deslices. En consecuencia, el cura sabe que cuenta con Sancho para conseguir su cometido: «—[…] Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo […]» (I, 26).

Así, utilizando su conocimiento de los ideales que rigen al caballero, el cura le propone al barbero representar una escena «al gusto de don Quijote» (I, 26) vistiéndose «en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese de escudero» (Cervantes, 1997: I, 26). La «doncella afligida y menesterosa» (I, 26) conseguiría la defensa de don Quijote y «desta manera le sacaría de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña locura» (I, 26). De este modo, los muy dudosos defensores de la cordura, con la ambigüedad que los caracteriza, se valdrán del imaginario caballeresco para lograr su empeño. Se gesta de nuevo la tensión entre la línea doméstica, que no ceja en su propósito, y la caballeresca. Por su parte, Sancho colabora guiando a los compadres, pues coincide con ellos en el «gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde lo dejo» (I, 25), según le había expresado a don Quijote, antes de separarse de él. El cura y el barbero, dueños de la situación, manipularán a su antojo a Sancho. Habiéndolo interceptado en su camino y conociendo lo que conviene al escudero, lo envían a buscar a su amo y le recomiendan que le diga que Dulcinea «le mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosa que le importaba mucho» (I, 27), y que ellos le dirían a don Quijote «que luego se pusiese en camino para ir a ser emperador o monarca» (I, 27), consejos que los aldeanos saben que responden a los principales intereses de amo y escudero, a partir de los cuales cura y barbero se ponen en curso de conseguir su propósito.

Capítulos adelante, después de haber escuchado el cura y el barbero la historia de Cardenio y Dorotea, reaparece Sancho informando sobre la negativa de su señor de encaminarse a El Toboso, pues «estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia; y que si aquello pasaba adelante, corría peligro de no venir a ser emperador, como estaba obligado» (I, 29). Con tal resistencia se acrecienta la tensión entre las dos líneas narrativas, ahora con preponderancia de la caballeresca. No obstante, la balanza se inclinará de nuevo en favor de los aldeanos manchegos: Dorotea, al tanto de su cometido y de la locura de don Quijote, se ofrece a hacer «la doncella menesterosa mejor que el barbero» (I, 29). A Sancho se la presentan como heredera «del gran reino de Micomicón» (I, 29), hecho que favorece las ilusiones del escudero. Se crea, así, la paradoja de que los personeros de la línea doméstica y la cordura montan su propia fantasía caballeresca con la intención de combatir el mundo imaginario del hidalgo. Como era de esperarse, don Quijote confía en la farsa trazada por el cura, puesto que encaja en el universo que él mentalmente ha construido, aunque no deja de extrañarle la presencia del cura lejos de la aldea: «—[…] ruego al señor licenciado me diga qué es la causa que le ha traído por estas partes tan solo y tan sin criados y tan a la ligera […]» (I, 29). El cura, obviamente, prefiere inventar una gran mentira que confesar la verdad y echar abajo el verdadero objetivo.

Durante el simulacro, siendo el tracista, la tensión recae principalmente sobre el licenciado, pues tiene que corregir errores, como el de la caída de la barba del barbero / escudero, y ha de remediar los tropiezos de Dorotea / Micomicona y, a la vez, confiar en su capacidad de inventiva. En un principio, don Quijote y Sancho caen redondos en el engaño. «—¿Qué te parece, Sancho amigo? —dijo a este punto don Quijote— ¿No oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar y reina con quien casar»6 (I, 30). De nuevo, los personajes domésticos, uno como actor y otro como tracista, ganan supremacía sobre los caballerescos en su propio terreno. Pero en la misma conversación que sostienen Micomicona, don Quijote y Sancho ante la presencia de los demás personajes, que escuchan regocijados, el caballero refrenda su compromiso de ir al fin del mundo y defender a la princesa de la amenaza de su fiero enemigo, aunque retira su intención de casarse con ella porque le viene a la mente su devoción por Dulcinea. Sancho, que supone que podrá alcanzar un ducado a raíz del matrimonio de su amo, defiende la hermosura de «tan alta princesa» (I, 30) por encima de la de Dulcinea. Los golpes y los insultos de don Quijote no se hacen esperar. El momentáneo éxito de la farsa caballeresca montada por el cura y el barbero corre el riesgo de venirse abajo a causa del vasallaje amoroso del caballero a su dama. Sin embargo, los compadres logran «sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto» (I, 30). Así, los protagonistas de la línea caballeresca, junto con Dorotea y Cardenio, son conducidos por maese Pero Pérez y maese Nicolás «a la venta espanto y asombro de Sancho Panza» (I, 32), desandando el camino que habían emprendido a Sierra Morena. Un triunfo parcial, sin embargo, ya que los personajes de la línea doméstica no insistirán por un prolongado periodo en su propósito de regresar a su compadre a casa; por el contrario, continuarán acompañando a los andantes manchegos y formarán parte de «la cuadrilla de don Quijote» (I, 32).

Una vez en la venta y sin proponérselo, don Quijote gana adeptos a su causa entre los pasajeros que estaban comiendo, mientras el caballero dormía. A partir del comentario del cura sobre los libros de caballerías causantes de la falta de juicio de don Quijote, se produce una discusión en torno a ellos. El ventero, Maritornes y la hija del ventero expresan los diferentes motivos por los que estos libros les placen. En cambio, ante la presencia de dos títulos caballerescos, a los compadres se les despierta el espíritu inquisitorial y el deseo de prenderles fuego, ante lo cual, el ventero esgrime las virtudes que él les encuentra a las historias de Felixmarte de Hircania y de Cirolingio de Tracia. Con esta defensa, el ventero se vuelve aliado de don Quijote, en contra de la postura del licenciado7.

En adelante, en lo que resta de la primera parte, los andantes manchegos perderán la libertad con la que se habían movido hasta el momento en que fueron alcanzados por los personajes del mundo doméstico. Ya no se les separarán los compadres de su aldea y algunos otros personajes y, por añadidura, la voluntad de don Quijote queda temporalmente sometida a la de Dorotea / Micomicona, quien le impide comprometerse en cualquier aventura distinta de la defensa de su reino y, en realidad, que lo aleje del propósito acordado con el cura y el barbero de conducirlo a su aldea. En tanto, las aventuras que tiene el caballero ocurren en la venta, el castillo en donde cree estar alojado. Además, en varios casos disminuirá su protagonismo y quedará convertido en testigo de las historias de otros personajes, a quienes el cura, en general, informará de la manía de don Quijote.

Una vez establecidos en la venta, el caballero logra una victoria al poner fin a la aflicción de la princesa Micomicona, según da voces Sancho a los demás:
«—[…] ¡Vive Dios que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercen a cercen, como si fuera un nabo!» (I, 35). No obstante, el ventero y los huéspedes presencian en el aposento de don Quijote las cuchillada que da dormido a unos cueros de vino, lo cual contradice el supuesto logro caballeresco anunciado por Sancho.

Por otro lado, los protagonistas de las historias amorosas —Cardenio y Lucinda, Dorotea y don Fernando— se han reunido y reconciliado en la venta, y el cura gana ventaja sobre el caballero al conseguir la alianza de don Fernando, que se une a la de Dorotea, para reconducir a don Quijote a casa y alcanzar la esperada cordura. Sin embargo, el caballero obtiene otro triunfo al lograr que todos los asistentes a la cena, sumados el cautivo y Zoraida y los demás caballeros llegados ese día a la venta, escuchasen su discurso sobre las armas y las letras, en el que da predominio a las armas e inicia y termina con el tema de la andante caballería. La coherencia del discurso contrasta notablemente con la reciente lucha tenida con el supuesto gigante enemigo de la princesa. El comentario de los oyentes disminuye el éxito, porque sienten lástima de que el «buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente en tratándose de su negra y pizmienta caballería» (I, 38). Sin embargo, sorpresivamente, el cura lo alienta dándole la razón «en todo lo que había dicho en favor de las armas» (I, 38), además de que, más adelante, el barbero interviene en la disputa sobre la naturaleza del baciyelmo y la albarda / jaez y, en son de burla, hace coincidir su opinión con las de don Quijote y Sancho. Por supuesto, el cura lo secunda y los dos arrastran al juego a los demás personajes presentes, entre los que se inicia una reyerta. Sin duda, empalmadas las dos líneas narrativas, los representantes de la doméstica dominan la situación, aunque valiéndose de recursos quijotescos, sin que los andantes manchegos se percaten. Sin embargo, el escenario es oscilante, pues las autoridades allí presentes, el cura y el oidor, a petición de don Quijote, «que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante» (I, 45), han de encarnar, por disposición suya, a Agramante y al rey Sobrino para poner paz en el altercado entre los concurrentes. Y fluctuante también es la defensa del licenciado en favor del caballero, usando el argumento de su locura frente a los cuadrilleros de la Santa Hermandad, que venían a prender a don Quijote por la liberación de los galeotes, puesto que el cura no puede permitir que su compadre tenga otro destino distinto que la reclusión en su casa.

A los dos días de estancia en la venta, supuestamente liberada la reina Micomicona, cura y barbero deciden llevarse a don Quijote a su aldea. Idean una trampa alevosa y degradante para la dignidad del caballero, quien, estando dormido, es atado de pies y manos y colocado en una jaula por los numerosos huéspedes disfrazados, aliados de los personajes domésticos. Don Quijote «creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que sin duda alguna ya estaba encantado, pues no se podía menear ni defender» (I, 46). El barbero, con «voz temerosa» (I, 46), pronuncia una ilusoria profecía8, en que le anuncia a don Quijote que «la aventura en que tu gran esfuerzo te puso […] se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca paloma tobosina yoguieren en uno» (I, 46); y consuela a Sancho Panza de la visión de su amo en tan malas condiciones al manifestarle que serán cumplidos los ofrecimientos hechos por su señor y pagado su salario. Don Quijote, que ha sido nuevamente engañado en sus propios términos, espera no morir en esa prisión sin antes ver las promesas consumadas y, aunque impotente, ratifica los ofrecimientos a su escudero. El caballero, sin embargo, siente que recibe un trato indigno para los de su profesión: «que me lleven a mí agora sobre un carro de bueyes, ¡vive Dios que me pone en confusión!» (I, 47). Los personajes de la línea doméstica ya no solo se valen de aliados que representan papeles, sino que cometen ahora actos traicioneros tanto en el terreno físico como en el moral, hechos que dejan indefenso a don Quijote.

Finalmente, transportando a su compadre como delincuente, se ponen en camino los notables de la aldea acompañados de los cuadrilleros, y Sancho Panza a cargo de las monturas, quien no va engañado y descree de encantadores y encantamientos. Puestos en ruta, ante el canónigo de Toledo y sus criados, que les han dado alcance en el camino, el escudero descubre la artimaña del cura: «—¡Ah, señor cura, señor cura! ¿Pensaba vuestra merced que no le conozco y pensaba que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos?» (I, 47). Y le pesa no regresar a casa «hecho gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino» (I, 47). Así, cada uno de los andantes manchegos ha sido vencido en sus aspiraciones. El cura gana otro aliado al hacer partícipe al canónigo de su intención y, de este modo, la derrota para don Quijote se acrecienta, ahora en los principios a los que se ha entregado, ya que el canónigo, en charla aparte con el licenciado, destaca los defectos de los libros de caballerías. A solas con su amo, Sancho intenta ganarles la partida a sus compatriotas revelándole a don Quijote, sin éxito, la verdadera identidad de sus carceleros. Don Quijote, sin embargo, puesto en temporal libertad a la hora de comer, aprovecha la oportunidad para sostener «discretas altercaciones» (I, 50) con el canónigo sobre libros de caballerías, tener una pendencia con un cabrero que asegura que «este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza» (I, 52) y emprender la aventura de los disciplinantes, con la que pretende probar a los presentes la importancia de profesar la caballería andante. Un triunfo transitorio para don Quijote sobre sus captores y el canónigo, quienes ni ellos ni Sancho pueden detenerlo. Sin embargo, don Quijote fracasa en la empresa a causa del golpe que recibe de uno de los disciplinantes, y promueve su propia y definitiva derrota al pedirle a Sancho que lo meta de nuevo al «carro encantado, que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos» (I, 52). Sancho también expresa su aspiración de volver «a mi aldea en compañía destos señores que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama» (I, 52), propósito que siembra la posibilidad de dar nueva vigencia a la línea caballeresca9. Por fin el cura y el barbero han logrado triunfar y llegan a la aldea con los andantes manchegos. Las mujeres, al ver el estado en que viene el hidalgo, maldicen de nueva cuenta los libros de caballerías y a sus autores; reciben también el consejo del cura «que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase» (I, 52). La complicidad de los personajes domésticos ha logrado cumplir parcialmente su propósito original, ya que don Quijote, por su parte, tendido en su antiguo lecho «no acababa de entender en qué parte estaba» (I, 52). Así de ajeno le resulta al caballero su ámbito familiar. Don Quijote está en casa, pero su desvarío sigue activo.

Ahora bien, debido al triunfo de los representantes de la línea narrativa doméstica sobre la caballeresca y la supuesta vuelta del hidalgo a la normalidad, dada la opinión del «amigo» formulada en el prólogo de 1605 sobre el libro en cuestión de que «todo él es una invectiva contra los libros de caballerías»10, se reabre la pregunta de si esa es realmente la finalidad principal de la escritura del Quijote. Un intento de solución —si es que la hay— puede ser examinar el diálogo que sostienen el canónigo de Toledo y el caballero hacia el final de la primera parte (I, 49). El canónigo, sustentado en la información que el cura le dio sobre el desvarío de don Quijote y en su conocimiento del género, interroga al manchego sobre su creencia de que va encantado y sobre la verdad de los hechos y personajes de los libros de caballerías y, al igual que los representantes del mundo doméstico, relaciona su lectura con la pérdida de juicio del hidalgo. Don Quijote comprende muy bien el discurso del canónigo y le responde con una mezcla de hechos y personajes históricos y ficticios. Y se ensartan en una discusión sobre la veracidad histórica de las aventuras de numerosos personajes11. Las discretas altercaciones entre el canónigo y don Quijote se reanudan con nuevos argumentos. El manchego esgrime una evidencia incontestable sobre la autorización regia para la impresión de tales libros, considerados mentirosos, y su popularidad entre todo tipo de lectores y a continuación narra hechos absolutamente inverosímiles para demostrar que «cualquiera parte que se lea de cualquiera historia de caballero andante ha de causar gusto y maravilla a cualquiera que la leyere» (I, 50)12. A la veracidad de las historias suma el gusto que proporcionan —contento compartido en parte por el canónigo—13, asegura, además, que para él el ejercicio de la caballería ha sido un camino de perfeccionamiento y retoma el tema de ganar un reino y favorecer con un condado a su fiel escudero, «el mejor hombre del mundo» (I, 50).

Si atendemos al comentario de Francisco López Estrada de que en el extenso diálogo que sostienen los personajes, «se replantea la cuestión de la verdad y la ficción literarias sin resolverse. Los criterios del loco D[on] Q[uijote] y del sensato canónigo chocan, y aunque este parece llevar la razón, aquel gana en fantasía; es cuestión insoluble» (Cervantes, 1997: «Lectura del capítulo 50»), surge una nueva cuestión: ¿por qué Cervantes propicia este diálogo irresoluble en el que don Quijote, vencido, aunque temporalmente liberado, puede exponer con desembarazo y amplitud sus argumentos? Aventuro la respuesta de que el autor encontró en dichos libros, que muy bien conocía, una rica veta literaria, que aprovechó para escribir el mejor libro de caballerías, que a la vez logra ser crítico del género, dado su tratamiento paródico.

Bibliografía

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de los libros de caballerías». En María Stoopen (coord.), Horizonte cultural del Quijote. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 137-149
<http://ru.ffyl.unam.mx/handle/10391/3092>.

Casalduero, Joaquín (1970). Sentido y forma del Quijote. Madrid: Ínsula.

Cervantes, Miguel (1997). «Don Quijote de la Mancha». Centro Virtual Cervantes
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http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/parte1/parte02/cap11/default.htm>.

Chen Sham, Jorge (2013). «Imposturas del barbero maese Nicolás: disfraces y máscaras». En María Stoopen (coord.), Segundones en el «Quijote»: de personajes, invenciones y otras minucias. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 15-27.

Rodilla, María José (2006). «Preludios, correspondencias, reiteraciones y engarces. Claves para una lectura estructural del Quijote». En Gustavo Illades y James Iffland (eds.), El Quijote desde América. Ciudad de México: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego» / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / El Colegio de México, pp. 331-346.

Stoopen, María (2010). «Don Quijote propone: ¿el cura Pero Pérez dispone? Del relato imaginario a la farsa». En María Stoopen (coord.), Horizonte cultural del «Quijote». Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 187-194
<http://ru.ffyl.unam.mx:8080/jspui/handle/10391/3093>.

Stoopen, María (2010). «Don Quijote en casa (1605)». En María Stoopen (coord.), Cervantes transgresor. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 63-71 <http://ru.ffyl.unam.mx:8080/jspui/handle/10391/3093>.

Ziomek, Hienrik (1980). «El uso de los números en el Quijote». En Alan M. Gordon y Evelyn Rugg (eds.), Actas del sexto congreso internacional de hispanistas. Toronto: University of Toronto, pp. 825-827 <http://www.cervantesvirtual.com/obra/actas-del-sexto-congreso-internacional-de-hispanistas-celebrado-en-toronto-del-22-al-26-de-agosto-de-1977/>.

Recibido: 05/02/2021

Aceptado: 12/04/2021

Los engaños a don Quijote. Tensión de líneas narrativas

Resumen: A partir del primer capítulo, el universo diegético del Quijote se construye de dos líneas narrativas básicas que, a lo largo de la historia, mantienen intermitentemente una tensión entre sí: la doméstica —formada por los personajes que comparten la cotidianidad con el hidalgo— y la caballeresca —instituida por el mismo hidalgo convertido en caballero andante—. A lo largo de la historia, en las dos partes del Quijote, los personajes de la línea doméstica intentarán reincorporar al hidalgo a la domesticidad, para ellos promesa de cordura, y utilizarán distintos métodos para lograrlo. Aquí me ocuparé de analizar en la primera parte esas estrategias, así como de la tensión narrativa que crean y del éxito o fracaso que consiguen.

Palabras clave: Líneas narrativas: doméstica, caballeresca; tensión narrativa.

The deceptions of don Quixote. Tension of narratives lines

Abstract: Starting from the first chapter, the diegetic universe of Don Quixote is built on two basic narrative lines that, throughout the story, intermittently maintain a tension between them: the domestic one, formed by characters who share daily life with the hidalgo, and the chivalric one, instituted by the same hidalgo turned knight errant. Throughout the story, in the two parts of Don Quixote, the characters of the domestic line will try to reincorporate the hidalgo to domesticity, for them a promise of sanity, and will use different methods to achieve it. Here I will deal with analyzing those strategies in Part One, as well as the narrative tension they create and the success or failure they achieve.

Keywords: Narrative lines: domestic line, chivalrous line; narrative tension.


1 Considero parte del ámbito familiar no solo a las mujeres que conviven con el hidalgo, además del «mozo de campo y plaza» (Cervantes, 1997: I, 1) —que no vuelve a figurar—, también al cura y al barbero, sus amigos cercanos. Al respecto, Jorge Chen Sham (2013: 15-16) comenta: «Joaquín Casalduero (1970: 64) ya veía su función en parejas para que sirvieran “de sostén, de acompañamiento; agrupadas de dos en dos”».

2 No me referiré aquí a las múltiples perspectivas que, a lo largo de la historia, se enfrentarán de diversas maneras con el punto de vista y las acciones de don Quijote, ni tampoco a los puntos de vista disímiles de don Quijote y Sancho. En Stoopen (2010: 63-71), planteo por primera vez la constitución de estas dos líneas narrativas.

3 María José Rodilla comenta «Ya sea con respecto a un personaje, historias o temas, algunos capítulos tienen conexiones entre sí» (2006: 334). Es lo que ocurre entre los capítulos 1 y 5.

4 Fernando del Paso hace la siguiente observación con respecto a la desaparición de la biblioteca: «Cervantes no entra en detalles sobre cómo se las ingeniaron el cura y la sobrina para tapiar la puerta con tales artes que no se notaran los nuevos ladrillos y el nuevo jalbegue o argamasilla y la nueva pintura, pero olvida Cervantes algo muy importante que hace quedar como tontos a los vándalos, como tonto de capirote al hidalgo y como don tontérrimo a su autor: que ninguna habitación desaparece si no desaparece o desaparecen la pared o las paredes que comparte con otras habitaciones y si no desaparece, dado el caso, el techo de la habitación situada abajo de ella o el piso de la habitación situada arriba, lo cual dejaría en la casa correspondiente un hueco enorme y desconsolador. […] Don Quijote vuelve a salir después por la misma puerta del mismo corral y no se da cuenta de que la ventana o las ventanas de su biblioteca permanecen en su lugar, nadie se los ha llevado, como se suponía, con todo y sus respectivos moldes. […] Y es que las bibliotecas, señoras y señores, no desparecen como contenido y menos como continente así como así» (2010: 360).

5 A partir de la adición aparecida en la segunda edición revisada de Juan de la Cuesta (Madrid, 1605), en que se relata la pérdida y recuperación del asno de Sancho. Véase Cervantes (1997: I, 23, «Apéndice»).

6 Esta es la segunda ocasión en que don Quijote se olvida momentáneamente de Dulcinea. La historia seminal, antecedente de la de Micomicona, ocurre en I, 21. Véase Stoopen (2010: 187-194).

7 Buxó (2010: 137-149) establece las coordenadas culturales sobre las que se relacionan los argumentos de los antagonistas.

8 Chen Sham (2010: 15-27) hace una valoración del arte adivinatorio del barbero.

9 Los lectores tendrían que esperar diez años para percatarse de que la segunda parte inicia y continúa con la misma tensión narrativa entre las dos líneas, la doméstica y la caballeresca. La diferencia reside en que Sansón Carrasco asumirá el protagonismo doméstico.

10 «El amigo expresa aquí la intención primaria —real o aparente— de C». Véase Cervantes (1997: prólogo, n.º 83).

11 Russell comenta: «Como ya ha sucedido en los dos capítulos anteriores, la postura crítica neoaristotélica que el canónigo sostiene está acompañada de confesiones contradictorias al respecto que disminuyen el impacto doctrinal de las teorías literarias que él declara apoyar. […]. Otra vez entra en juego la ironía cervantina: difícilmente pueden considerarse monumentos de la veracidad histórica varias de las obras citadas por el canónigo» (Cervantes, 1997: «Lectura del capítulo 49»).

12 López Estrada comenta: «Para esto suma los clichés del lago tenebroso, la hermosura del campo pastoril (otro testimonio del cruce de los dominios caballeresco y pastoril, de importantes repercusiones estilísticas) y la recepción en la corte señorial» (Cervantes, 1997: «Lectura del capítulo 50»).

13 «De mí sé decir que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego, si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros» (I, 49).