Arturo Jiménez Moreno (2023).
La incorporación de la mujer a la cultura escrita en el siglo xv.

Salamanca: Universidad de Salamanca, 640 pp.
[ISBN 978-84-13118-54-3].

Este monográfico nace tras un largo trabajo de investigación para poner sobre la mesa un número ni mucho menos insignificante de mujeres próximas a la cultura escrita del siglo xv. El compendio propuesto de más de 250 nombres no solo recoge a aquellas pertenecientes a este siglo, sino también a las que, si bien no corresponden a él estrictamente, sí se nutrieron del mismo contexto cultural del quattrocento. El acceso a la cultura escrita está, por razones obvias, íntimamente unida a la presencia de las mujeres en espacios de poder. Para alcanzar esa posición, pero principalmente para mantenerse en ella, la instrucción de las féminas era imprescindible y es por eso que se han podido encontrar indicios del contacto con lo escrito en el ámbito femenino. La mujer que participa como sujeto agente en la sociedad cortesana debe estar necesariamente instruida.

La estructura del libro invita a explorar este panorama femenino que se abre ante los lectores especializados. Está compuesto por una precisa introducción metodológica, dos bloques principales de contenido y una serie de anexos e índices que facilitan el trabajo investigador de aquellos que deseen utilizar el monográfico como punto de partida para profundizar en la materia. En lo que al contenido respecta, el primer apartado se subdivide en tres capítulos en los que se ponen en relación la sociedad, la cultura escrita y el lugar que ocupa la mujer en ese mundo. El capítulo primero expone las distintas huellas que quedan de la participación de la mujer en la escritura y la lectura. Abarca cuestiones como la correspondencia, la traducción, sus lecturas y debates en conjunto, etc. e incluso su cercana relación con la poesía de cancionero. En la segunda sección se reconoce la importancia de las lenguas vernáculas como motor de cambio de las dinámicas de la cultura escrita hasta entonces establecidas, la correlación directa entre las clases altas y la instrucción de las mujeres —que abarca a todas, desde reinas hasta religiosas—, y el valor de la cultura para poder desempeñar correctamente las labores que exige su posición social en lo económico y lo político. La corte y el convento son, un siglo más, los lugares donde más se potencia su formación. Estos últimos continúan su labor de proteger la cultura existente. El tercer capítulo recoge las diversas razones por las que una mujer recibe y utiliza su instrucción, razones que por supuesto están sujetas a un contexto que restringe el foco a la alta sociedad. Las más destacadas son: la economía (mediante libros de cuentas), la correspondencia y el libro como medio para acceder a Dios. Resulta interesante un último apartado que indica el tiempo y espacio del que disponían las mujeres para enfrascarse en la lectura. Como en la actualidad, no era mucho. De ahí la importancia de la lectura oral como vínculo con lo escrito.

Una división llamativa que establece el monográfico es la de lectoras localizadas y latentes. Estas últimas, en particular, son a quienes se puede extender la duda de si tuvieron acceso a lo escrito o no por el contexto que las rodea, puesto que indica altas probabilidades de una respuesta afirmativa a esta pregunta. En palabras del autor, son «aquellas que, aún viviendo bajo las mismas circunstancias que otras lectoras localizadas, no han dejado ningún rastro de esta actividad» (2023: 53). También se expone el papel de la mujer en la traducción de textos como el «Livre de trois virtus» de Christine de Pisan. Más adelante, en el siglo xvii, la traducción se convertiría en un símbolo de prestigio social, una vía para que las féminas ocuparan espacios típicamente masculinos, como se expone en «Society Women and Enlightened Charity in Spain» (M. Jaffe y Martín-Valdepeñas, 2022). Las redes femeninas que comienzan a tejerse ahora sirven de impulso para todas las que participan —y participarán— en ellas, son el vehículo para desarrollarse culturalmente, no de forma aislada sino conjunta, dentro del propio entorno en el que se desenvuelven.

Otra parte importante del análisis gira en torno a los indicios sobre la competencia lectora femenina: la concurrencia de varios de ellos aumenta la probabilidad de que la mujer objeto de análisis sea mujer lectora. Para perfilar a una potencial lectora, según el trabajo realizado por el doctor Jiménez, se pone la atención sobre «los inventarios de libros», la dedicatoria de una obra —cuya motivación suele ser de tres tipos: económica o de protección, devota o espiritual y didáctica— y la alfabetización y educación de las mujeres. La circulación de libros —por herencia, por intercambio, etc.— fue otro de los motores que potenciarían la cultura escrita hasta alcanzar los valores del siglo xvii. También se cuestionan aspectos tan fundamentales como qué convierte un conjunto de libros en una biblioteca: ¿es una cuestión de cantidad? ¿Depende en realidad de una línea de pensamiento que una esos volúmenes?

El segundo bloque contiene el corpus que da sentido a toda la obra. En cada entrada se exponen detalles de la vida y actividad de las mujeres cuidadosamente escogidos para contribuir al objetivo de la investigación: documentar la relación entre ellas y la cultura escrita. Tal y como Arturo Jiménez expone: «no se trata de esbozar una línea biográfica [...] sino de seleccionar aquellas circunstancias que nos permiten analizar a cada mujer dentro de un contexto próximo al libro y a la lectura» (2023: 210). No importa tanto el contenido de sus lecturas como el concepto de mujer lectora que se crea en el imaginario colectivo. Eso es lo que poderosamente influye en la cultura escrita de la época —y de las posteriores— en lo que a la feminidad respecta. Se debe reconocer la dificultad de un trabajo documental como este, donde la escasez de indicios para descubrir a todas las mujeres que quedaron en la sombra obliga a considerar a todas aquellas lectoras fantasma que, al menos por el momento, quedan condenadas a habitar las sombras de la historia de la lectura.

Tras una vastísima bibliografía que constata la calidad y magnitud de este monográfico, se pueden consultar hasta cinco anexos que terminan de dar forma al contenido, enriqueciéndolo aún más si cabe. Les siguen diversos apartados finales pensados para facilitar el trabajo de consulta: un índice onomástico, uno toponímico y otro ordenado según el autor y la obra. En definitiva, se trata de un interesante manual de consulta al que debe dársele tal uso, puesto que destaca por su completitud. Permite abordar el estudio de la cultura escrita —y la aproximación femenina a la misma— desde multitud de ángulos. Es la potencialidad de este libro lo que mayor valor le otorga. Puede —y debe— ser utilizado como herramienta para continuar expandiendo el conocimiento en el camino que ha abierto. Arturo Jiménez Moreno nos invita a utilizar lo sembrado en estas páginas para cultivar nueva tierra investigadora con ello.

Carolina de Alejandro Izquierdo

Universidad Autónoma de Madrid

carolina.dealejandro@estudiante.uam.es