LA DIMENSIÓN POLÍTICA DEL LIBRO DE LOS
INFORTUNIOS Y NAUFRAGIOS DE
GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO
Mercedes Serna Arnaiz
Universitat de Barcelona
serna@ub.edu
1. Finalidad del libro de los naufragios
La primera parte de la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo se imprimió en 1535; la impresión de la segunda parte quedó interrumpida por la muerte del autor en 1557 y solo se editó completa entre 1851 y 1855, en cuatro volúmenes, por la Academia de la Historia, al cuidado de José Amador de los Ríos. El último libro, el quincuagésimo, trata de los Infortunios e naufragios acaescidos en las mares de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano. Su contenido recoge treinta ejemplos de naufragios ocurridos entre 1513 y 1548, documentados gracias a informaciones directas o indirectas de los testigos.
La Historia general y natural de las Indias es una obra de madurez que comenzó a escribir el autor en 1514, aunque en 1535 hizo un añadido del libro vigésimo, compuesto por once capítulos que más tarde pasarán a la tercera parte de los infortunios y naufragios. Es decir, hay capítulos que escribió antes de 1535 y otros que han sido escritos desde esta fecha hasta 1549.
El libro Infortunios y naufragios cierra una Historia marcada por un discurso paradisiaco y de idealización del paisaje americano. En este sigue con su pasión por el descriptivismo narrativo, pero ahora destaca el patetismo del discurso, con relatos que rozan lo apocalíptico. No obstante, Gerbi interpreta un viraje en la postura utopista de Fernández de Oviedo por cerrar la Historia con los relatos de los naufragios. Según el estudioso, esas narraciones «eran una forma literaria bastante común ya en esos tiempos» (1978: 300) con las que se abrían muchas obras utópicas; pero en «la decisión de colocar los naufragios al final de su escrito, y no al principio, como los utopistas» subyace «el realismo» (1978: 301) de Fernández de Oviedo. Pero, ciertamente, a lo largo de la obra ingente del escritor hay muchas escenas realistas, crueles y truculentas en las que el hambre, la enfermedad, el horror por la inminente muerte y el despojo más absoluto se ciernen sobre los hombres.
La Historia es también el testimonio del sacrificio y la tragedia, y de todo ello sabe mucho nuestro autor, como expresa en este fragmento:
Estas cosas de acá, con mucha sed, con mucha hambre y cansancio, en la guerra con los elementos contrastando con muchas nescesidades y peligros; herido sin cirujano, enfermo sin médico ni medecinas, hambriento sin tener que comer, sediento sin hallar agua; cansado sin poder alcanzar reposo, nescesitado del vestir y del calzar [...]. Pues crea el letor que muchos de los que por acá andan e han experimentado todo esto, y lo que más se podría decir, sabrían pelear con los turcos (Fernández de Oviedo, 1959 [1535-1549]: XVIII, 183).
La Historia general y natural de las Indias es, en su conjunto, la expresión de una filosofía de la historia. La obra se abre con un proemio jubiloso en el que el autor expresa su admiración ante la grandeza y el esplendor del Nuevo Mundo y termina con la observación escéptica de la devastación llevada a cabo por los españoles. El libro de los naufragios, señala Kohut, «parece fortalecer esta impresión de desastre; sin embargo, y por un giro paradójico, este último libro es la expresión de una esperanza quia absurdum, pues los hechos terrestres de la conquista son presentados como sólo el reflejo de la lucha trascendental entre Dios y Satán» (2009: 165).
Los naufragios que narra el madrileño terminan con la salvación de los náufragos que han sido devotos, tras infinitas plegarias, ayunos y autoflagelaciones. La esperanza es más grande que el escepticismo y la desilusión sobre la actuación de los españoles.
El libro quincuagésimo está dividido en treinta capítulos estructurados de igual manera, y con desigual extensión entre ellos. El más conocido es el naufragio de Alonso de Zuazo. En general, todos tienen el mismo desarrollo: se fecha el caso que se va a contar, luego se narra la historia, documentando siempre las fuentes para que no se dude de la veracidad del hecho, el protagonista o los náufragos del suceso se encomiendan a la divinidad o han hecho votos en caso de ser salvados, y se resuelve el naufragio.
En el «Proemio» señala Fernández de Oviedo que sabe más de peligros del mar que el propio Plinio porque los ha vivido (1959 [1535-1549]: 306). Esta idea es esencial del proceso metodológico de su escritura, esto es, el haber sido cronista de vista, el haber vivido la experiencia. Eso le hace sentirse superior a muchos de los otros cronistas competidores o enemigos a veces, a Pedro Mártir, concretamente, o a los antiguos que no vivieron los hechos que contaron. Siempre es la verdad la que determina la obra, aunque aparezcan muchos hechos milagrosos y un gusto por la maravilla y el asombro. Dice sobre su maestro Plinio:
E ya yo me vi en la mar en tal término que pudiera con más experiencia propia temer y entender los peligros de ella, que Plinio informado por sus libros o por marineros de su tiempo, porque de verlo a oírlo, hay mucha desproporción e diferencia (1959 [1535-1549]: 306).
Y seguidamente tratará sobre un peligro que él mismo corrió de morir ahogado, además de estar muy enfermo (1959 [1535-1549]: 307). Evidentemente, la providencia le salvó, como va a ocurrir con la mayoría de los naufragios que relate en este libro. Ya sabemos cómo la Historia tiene un perfil autobiográfico, por lo que aparecen muchas reflexiones y anécdotas personales o familiares, algunas incluso de carácter fantástico. Fernández de Oviedo informará de algunas tormentas, mareas y peligros que ha padecido durante sus viajes a Cuba, Panamá, Italia o Flandes. Tirando de refranes, concluirá que si se quiere aprender a rezar hay que navegar porque es en circunstancias extremas cuando uno se encomienda más a Dios y a la Virgen.
Evidentemente, en el libro hay una finalidad didáctica, como ha señalado la crítica, y no solo moralizadora: dar a conocer de cuántos peligros andan acompañados los que navegan (Bénat-Tachot, 2019: 287). No creemos, sin embargo, que la finalidad del libro de los naufragios sea explicar el fracaso de la experiencia americana, como señala Selnes:
Oviedo deja que la obra termine con una compilación de naufragios, parece lícito suponer que la idea es la de subrayar —aristotélicamente— el destino «trágico» del Nuevo Mundo, su peripecia de dicha en naufragios e infortunios (2017: 249).
Ni tampoco que la obra sea una alegoría del fracaso de la experiencia española en Indias, como opina Bolaños (1992: 165).
Además de la obligación de informar para la posterioridad, para la memoria heroica de España, siguiendo el ejemplo de Tito Livio, Fernández de Oviedo realza con estos naufragios la heroicidad de los españoles y su creencia y fe en Dios, el cual es misericordioso y es su voluntad que se lleve a cabo la conquista evangélica. Ante los naufragios, infortunios, desventuras o el hambre, se impone la entereza y la fe de unos hombres que se abandonan a Dios, a la madre de Dios o a la santa imagen del Antigua, por ejemplo. Y es sobre todo la devoción de estos náufragos lo que les va a salvar de la muerte. No en vano, toda la obra de Fernández de Oviedo es una alabanza a Dios y el descubrimiento de América se inscribe en un designio providencialista.
Fernández de Oviedo escuchó muchas de las anécdotas que cuenta directamente de sus protagonistas. En el capítulo tercero se narra hasta un caso de canibalismo1 entre los cristianos. De esta manera, en 1513, una nao con más de cincuenta personas partió de Santo Domingo para ir al Darién, perdiéndose por el camino. Llevaba mercaderías, pasajeros y marineros. Por los pecados de sus integrantes y por no ser el piloto adecuado, según Fernández de Oviedo, erró la nave y dio al través en la costa. Los marineros dejaron a los pasajeros desamparados en un islote y a la merced de indios temibles, aduciendo que iban a buscar ayuda, pero, por usar del fraude y el engaño, se perdieron en las aguas procelosas por siempre jamás. Después de algunas peripecias de los treinta y cinco pasajeros abandonados en el islote, y bajo el dominio de los indios, fueron socorridos justo cuando habían echado a suertes el irse comiendo entre ellos para que al menos el resto sobreviviese. Aquí Fernández de Oviedo señala que Dios les socorrería, «antes que el segundo o el tercero muriese», pero que «no se llegó a tan fiero e crudo partido o suerte gracias a la misericordia divina (1959 [1535-1549]: 312). Tiempo después, nuestro autor preguntó a los náufragos qué oración o voto hicieron para conseguir ser salvados a lo que contestaron que fue una romería a nuestra señora de Guadalupe (1959 [1535-1549]: 312).
El cronista se apoya continuamente en los milagros con la intención de demostrar que estos ocurren si los hombres tienen fe. Así, por ejemplo, en el capítulo séptimo se aparece la Virgen en medio del fuego. Se cuenta cómo una nave en la que iba Catalina Sánchez, que fue la que le narró a nuestro cronista la historia, se puso de lado y los marineros pusieron pipas de agua para equilibrarla. Hubo un incendio y fueron justamente esas pipas las que salvaron a la tripulación. Evidentemente este hecho para el cronista ocurrió gracias a la misericordia divina. Catalina Sánchez también fue testigo de cómo dos personas que estaban en medio del fuego vieron a Nuestra Señora de Guadalupe. Sagazmente, indica el autor cómo posiblemente una de esas dos personas fue la propia Catalina, mujer de más de 50 años, de bien (1959 [1535-1549]: 319).
De la misma manera, en el capítulo octavo ocurren una serie de hechos sobrenaturales y se entabla un diálogo entre Lucifer que habla y la madre de Dios que salva. Dice Oviedo que muchas veces ha escuchado de hombres que cuando se han hallado en naufragios han oído voces como humanas hablar en el aire y han visto demonios. Y lo prueba con un caso que ocurrió en 1533, en el que una nao, cargada de azucares y cueros de vacas y cañafístola, salió de Santo Domingo a España. Luego prosiguió su camino junto a otra nave. Las dos sufrieron grandes tormentas y se perdió toda la carga. Todos se vieron bajo el agua e invocaron a la Virgen María, la oyeron hablar en el aire, y el demonio les replicaba: «qué la queréis qué la queréis», con la intención de que no pidieran auxilio a la madre de Dios. Pero, a pesar de los demonios, la Virgen les salvó y cesó aquel mal temporal. Una tercera nave, repleta de tocinos, también acabó destrozada por culpa del diablo, «pues también navega y molesta las naos e navegantes» (1959 [1535-1549]: 321).
Ocurren muchos otros casos maravillosos y milagros de salvación. Como en 1519, cuando dos mujeres, las taviras, que iban en una nao que partía de la ciudad del puerto de Santa María del Antigua del Darién vieron diablos muy fieros y espantables a la proa y popa de la nave. Un diablo le mandaba a otro que torciera la vía y otro le contestaba que no podía porque la Virgen de Guadalupe no se lo permitía (1959 [1535-1549]: 321). Fernández de Oviedo explica que las hermanas se salvaron gracias a la intervención de la Virgen, a pesar de que no eran tan buenas, pero Dios salva a todos los pecadores si estos rezan.
Por lo tanto, es la fe en Dios y su misericordia lo que salva en la vida. No cabe duda de que la conquista, en Fernández de Oviedo, es un hecho de orden divino y que los españoles aparecen en toda su obra como el instrumento elegido por Dios para realizar sus planes. Si bien el cronista fue muy crítico, como veremos, con la manera en que la misión se estaba desarrollando y en múltiples ocasiones la presentó como un fracaso porque la evangelización estaba viciada desde el principio, y aunque incluso se tuvo que defender de las críticas que en su obra vertía contra los españoles, no dudó nunca de la superioridad de estos por ser los instrumentos elegidos por Dios para la evangelización del Nuevo Mundo. «No en vano señala que está escribiendo lecciones para acordarnos de los peligros en que andamos todos los que vivimos y cómo hay que apelar a la infinita misericordia» (1959 [1535-1549]: 370).
El libro quincuagésimo se nos presenta (el capítulo vigésimo segundo es fundamental en este sentido pues deviene una lección moral para recurrir a la misericordia de Dios ante los peligros de la vida) como una rendición de cuentas (castiga la gula, la codicia o la falta de fe) en el sentido de que perecerán ahogados aquellos españoles que desvirtuaron el fin cristiano de la conquista americana y, por el contrario, se salvarán y vivirán a la diestra de Dios Padre los que tuvieron su fundamento en la fe y obraron cristianamente.
2. Ideas políticas en los naufragios
La idea de que las crónicas de Indias, tanto las escritas por religiosos como por conquistadores o soldados, están ligadas a los avatares de la política colonial es indiscutible. En el caso de Fernández de Oviedo, no hay asomo de duda al respecto, pues, además de ser cronista real, su obra fue estigmatizada por el uso que de ella hizo el humanista Juan Ginés de Sepúlveda, como fuente principal, para defender su tesis sobre las justas causas de la guerra, frente a la de Bartolomé de las Casas, en 1550, en las famosas Controversias de Valladolid. El hecho de que sobre la tesis de Sepúlveda se impusieran las de Las Casas, Vitoria y los discípulos desacreditó la obra del cronista madrileño, relegándola casi al olvido hasta hoy. No puede ocultarse que el sesgo político inherente al género de las crónicas de Indias ha clasificado a sus autores en lascasistas y antilascasistas, siendo, entre todos ellos, el más perjudicado Gonzalo Fernández de Oviedo, a pesar de la simpleza de tal dicotomía. Asimismo, hay que tener en cuenta que nuestro autor escribía en calidad de cronista oficial de la corona. Es por lo tanto lógico que defendiera un pensamiento político religioso nacionalista, de cariz providencialista e imperialista. Fernández de Oviedo, como prácticamente todos los cronistas, se sometió al poder imperial y creyó en una monarquía católica universal que gobernara las tierras americanas. Nadie puede dudar, por ejemplo, de la labor evangélica y extraordinaria que fray Toribio de Benavente hizo con los indígenas americanos y sin embargo este escribió una carta al rey en la que exponía una serie de argumentaciones contra Bartolomé de las Casas, alegando que difamaba e injuriaba a los príncipes, a los Consejos, a la Corona y a la nación española2. En este sentido, cabe decir que, aunque Bartolomé de las Casas ha sido visto como el apóstol de los indios y el iniciador de los derechos humanos, fueron muchos los cronistas, tanto de la conquista americana como de la denominada espiritual, que en sus textos denunciaron los abusos de la conquista.
Otro aspecto que se ha de tener en cuenta es que el modo de abordar los problemas de la conquista fue cambiando con el fin de adaptarse a los intereses de la política colonial de cada momento. Es decir, hay una evolución entre la crónica historiográfica medieval y la humanística que no solo se debe a que esta última relata hechos ya vistos con cierta perspectiva, sino a nuevas concepciones ideológico-políticas que surgieron de los problemas derivados de la conquista. Y el mismo Fernández de Oviedo, como otros cronistas que escribieron sus historias a lo largo de los años (Bernardino de Sahagún es otro ejemplo), fue suavizando su postura hacia los indios en tanto aumentaba sus críticas contra los españoles, tal como se refleja en la redacción final de la Historia general y natural, porque, como señala Kohut, fue viendo «que la conquista del Nuevo Mundo había degenerado en un espectáculo infernal» (1992: 111).
Con respecto al supuesto «antiindigenismo de Fernández de Oviedo» y su «aniquilación del mundo del indio», además de ser una idea falsa, debemos considerar la época en la que el cronista escribe, por cuanto en el proceso de conversión llevado a cabo entre los siglos xvi y xvii, la primera etapa se caracterizó por la prohibición de los ritos y la destrucción de sus elementos materiales. En una segunda etapa, transcurrido el tiempo, se comprendió que el mejor modo de evangelizar no era eliminando el pasado de los indígenas, sino con paciencia y amor. A partir de entonces, comenzaron, sobre todo los religiosos, a esforzarse en el aprendizaje y comprensión de las culturas e idiomas autóctonos. Fernández de Oviedo pertenece a esa primera etapa en la que se creía que había que destruir y extirpar los ídolos e idolatrías de los indios, manera de luchar contra Satán, como se lee en uno de los naufragios de mayor dimensión política y social, el de Alonso de Zuazo. En dicha historia se encarnan las ideas de Fernández de Oviedo sobre la política colonial. En este naufragio, el más largo y el más descriptivo de todos, Fernández de Oviedo dará cuenta de cómo el licenciado Zuazo se perdió en las islas de los Alacranes con una carabela en la que iban hasta cincuenta y cinco o sesenta personas y cómo escaparon milagrosamente algunas de ellas. Previamente, en el subtítulo, hace una acotación escritural al señalar que este capítulo «por quitar cansancio a los que le leyeren, terná treinta e nueve párrafos o partes» (1959 [1535-1549]: 322). Puede que Oviedo sea de todos los cronistas el que mayor conciencia escritural tiene, al menos entre los cronistas de vista.
El cronista recoge a modo de exemplum (dice, literalmente, que «Zuazo es un espejo de ejemplos e miraglos que obró Dios con él» [1959 (1535-1549): 343]) la historia e infortunios de este licenciado, figura política importante, letrado experto formado en Salamanca y que había sido miembro del Consejo de Castilla bajo el reinado de Fernando el Católico. Llegó a ejercer de juez en Santo Domingo y tuvo que evitar rebeldías de los españoles, sobrellevar las guerras de facciones entre los lascasistas y los antilascasistas, mediar entre Cortés y Garay por la población de la isla de Panuco y actuar como juez de residencia ante corruptos y oficiales reales abusivos. Zuazo fue un oidor que tuvo un importante protagonismo político, en particular cuando llegó a Santo Domingo junto con los tres jerónimos enviados por el reformista Cisneros, si bien Bartolomé de las Casas le criticó por no haber sido duro con los frailes que no lucharon contra las encomiendas, como recuerda el propio Fernández de Oviedo en el texto.
Nuestro autor explica que va a narrar una de las experiencias más extremas y nunca oídas ni leídas, ni en las novelas de los griegos, ni en las metamorfosis ovidianas, ni en nada. No debe sorprendernos esta hiperbólica expresión y comparación pues el autor usa y abusa constantemente ya en los subtítulos de los naufragios de las palabras «maravilloso» y «asombroso». Fernández de Oviedo declara que fue el propio Zuazo, de quien se dice amigo, el que le contó, en un encuentro habido en Santo Domingo, el relato de sus desventuras. Como señala Bénat-Tachot, «el cronista encontró en él a un testigo, un actor político, un interlocutor y un hombre culto digno de confianza» (2019: 291).
El episodio, como ocurre en muchos otros relatos de la obra, no está exento de milagros pues son naufragios redentores (se aparece santa Ana a la niña Inesica, siguiendo el modelo medieval y de Berceo; hay analogías cristológica con la sangre —«beber sangre en memoria de su sacratísima pasión»— y el agua, o bíblicas —con la conversión del agua salada en agua dulce—).
Nos cuenta el cronista cómo Zuazo, tras haber superado todas estas calamidades de hambre y supervivencia y ser rescatado, consiguió llegar a Medellín donde, habiendo sido muy bien recibido, permaneció treinta y cinco días. Visitó luego en México a Cortés y se quedó de juez principal de la ciudad y gobernador, en tanto el conquistador de México se fue al cabo de las Higüeras. El licenciado se enteró de que los indios, aprovechando la ausencia de Cortés, pretendían alzarse. Ante el asomo de rebelión, la respuesta del juez no pudo ser más brutal:
E quiso Nuestro Señor que el licenciado, con su buena maña, alcanzó a saber la traición, e hizo muy rigurosos castigos, e aperreó muchos, haciéndolos comer vivos a canes, e hizo cuartear asaz de aquellos indios principales que estaban aliados e confederados en la traición (1959 [1535-1549]: 346-347).
Zuazo gobernó la ciudad con mano dura, puso alguaciles y vigilancia por toda la ciudad, castigó y amedrentó a los indios, destruyó, quemó y demolió representaciones de deidades prehispánicas ofreciendo, en opinión de Fernández de Oviedo, un gran servicio a Dios, en la Nueva España. Al preguntarle los indios sabios el porqué de tanta violencia y destrucción cuando también los españoles adoraban las imágenes de sus santos, el licenciado, cuenta nuestro cronista, al principio no supo qué responder y les emplazó a dialogar otro día. Ante la dificultad de resolver el problema teológico planteado por los indios, al fin Zuazo respondió que Dios castiga la idolatría como Yahvé abatió a los que adoraron el becerro de oro. En fin, que los españoles tienen imágenes de Dios «e de sus amigos que tiene consigo en su gloria» (1959 [1535-1549]: 349) y ellos, sin embargo, adoraban a los demonios condenados.
En realidad, el madrileño, en este capítulo, se extiende tanto en el naufragio sufrido por Zuazo como en su papel político como gobernador, juez y pacificador de la Nueva España porque, posiblemente, le interesa defender, a través de las actuaciones políticas del juez, sus propias ideas. Zuazo es un espejo en el que se refleja nuestro autor, por cuanto las opiniones y consiguientes actuaciones de aquel vienen refrendadas por él.
Lo mismo sucede en el capítulo vigésimo cuarto en el que narra un acontecimiento que, según dice él mismo, es más que un naufragio, porque trata del «maravilloso acaescimiento de Francisco de Orellana por el río Marañón». Oviedo defiende sus ideas a través del suceso de la navegación que hizo el capitán Orellana junto a otros hidalgos en la que anduvieron ocho meses hasta llegar a tierra de cristianos. Se trata de un caso de reescritura pues nuestro autor utilizó la crónica escrita por fray Gaspar de Carvajal sobre el Dorado y Omagua, y a él le otorga la palabra, aunque de manera muy confusa, para narrar tal expedición.
El cronista madrileño, previamente, explica las causas por las que Francisco Pizarro, ante el alzamiento de Belalcázar, tuvo que intervenir enviando a su hermano en busca del Dorado y de Omagua. Cuenta cómo, ante el hambre padecida, Gonzalo Pizarro envió a Orellana y sus hombres en busca de comida y así lo hicieron, sin poder luego regresar. Y fueron precisamente estos hombres perdidos los que navegaron por el río Marañón, una navegación que, al decir del cronista, es «una de las mayores cosas que han acaescido a hombres». Fernández de Oviedo copia el relato del dominico que estaba en la expedición de Orellana: Gaspar de Carvajal.
David Leonardo Espitia ha estudiado la reescritura y los cambios que del relato de Carvajal hace nuestro cronista (por ejemplo, se excusa porque no es propiamente un relato de naufragios; apela a la memoria y al olvido de la historia o a la veracidad del asunto). Pero ciertamente, como señala Espitia (2016: 9), Fernández de Oviedo narra tan cerca de Carvajal que cuando se introduce el yo narrador no sabemos si es el del dominico o el de Oviedo. Este va introduciendo exclamaciones, apreciaciones o comentarios que no aparecen en el relato de Carvajal, según ha analizado Espitia, como alabanzas a Dios y manifestaciones con respecto a la imposibilidad que tiene el hombre de saber cuál es la voluntad divina. Asimismo, el madrileño introduce un tema que es la importancia de que Orellana conozca, de manera providencial, la lengua de los indígenas, cuestión de la que jamás habla Carvajal, y que, según nuestro autor, fue lo que posibilitó la hazaña. Espitia enumera y va señalando las invenciones del relator y algunas tienen que ver con sus ideas políticas. Por ejemplo, introduce un parlamento para poder consignar e informar al rey, porque dando memoria de este descubrimiento «se honrarán a Dios, al Emperador, a la corona real de Castilla y, en fin, a toda España» (2016: 16). Fernández de Oviedo mezcla el relato de Carvajal con la conversación que él mismo mantuvo con Orellana, sin ocultar su propio punto de vista, a través de amplificaciones del relato y para asegurarse la veracidad de lo escrito. Entre estas mezclas de discursos, y aunque no fuera el yo de Fernández de Oviedo quien dictara las opiniones que aparecen, este se refrenda siempre a través de lo escrito, dada la subjetividad escritural de su obra. En este sentido, nuestro autor alaba, para preservar su memoria, a figuras ilustres u hombres valientes como Orellana o como Gonzalo Pizarro, de quien no duda que fue el elegido por Dios para llevar a cabo la expedición (1959 [1535-1549]: 374).
En el capítulo sobre la navegación del Marañón, a pesar de que el suceso que se cuenta es una copia del relato de Carvajal, el yo del autor se muestra continuamente: examina, enjuicia o reflexiona por su tendencia antropocéntrica (Kohut, 1992: 82).
Estos capítulos sobre la navegación por el río Marañón o sobre Alonso de Zuazo le sirven a Fernández de Oviedo para realzar la vida de personajes ilustres (uno de los fundamentos de otras de sus obras) o heroicos como los hermanos Pizarro, Zuazo u Orellana y para demostrar cómo las vidas de estos hombres se salvaron de terribles naufragios o consiguieron grandes hazañas por la fe que depositaron en la misericordia divina (1959 [1535-1549]: 377). Asimismo, el cronista partirá del providencialismo inherente a las acciones y actuaciones de estos héroes e ilustres (1959 [1535-1549]: 381), salvados de los hechos más terribles o truculentos (morir de estreñimiento); y tocará temas que defenderá en toda su obra como el buen tratamiento a los indios (1959 [1535-1549]: 382), en tantos estos quieran ser evangelizados y vasallos del Emperador:
Veinte e cuatro días del mes de abril del año sobredicho de mil e quinientos e cuarenta y dos, e vinimos por las poblaciones de aquel señorío de Aparia sin hallar indios de guerra; antes el mesmo cacique vino a hablarnos e a traer de comer el día de Sanct Marcos, que holgamos en un pueblo suyo. Y el capitán le hizo muy buen tractamiento e le dio chaquira, e a todos los más de los indios que con él vinieron, porque el intento e deseo de nuestro capitán era procurar, si posible fuese, que quedase en aquella gente bárbara un buen respecto e grado de habernos conocido e no descontentamiento alguno, porque de esto serían servidos Dios e nuestro Rey e señor, para que en adelante, cuando a Su Cesárea Majestad pluguiese, con más facilidad nuestra Sagrada Escriptura e fee sagrada a la bandera de Castilla con
más oportunidad sepa la tierra, e la hallen más doméstica para pacificalla e la poner en la obediencia que a su real servicio conviniere. Porque junto con hacerse en ello con buen tiento e claridad lo que convenía, era asimesmo para conservarnos nescesario el buen tratamiento que se hiciese a los indios, para poder pasar adelante, e no era bien que se usase del remedio de las armas sino no se pudiendo excusar la defensa propria (1959 [1535-1549]: 382).
3. Conclusiones
Gonzalo Fernández de Oviedo cree en el derecho divino de la corona a poseer esas tierras para la evangelización de los pueblos indígenas. La evangelización en su opinión era el centro de todo, pero la creyó fracasada, pues vivió el contexto de la política del requerimiento, las encomiendas y los abusos de los cristianos de la primera crisis de conquista. No obstante, culpó también a los indios por no haber aceptado la fe, o por haberla olvidado, y de ahí que constantemente aludiera a que habían sido seducidos por Satán. Nuestro cronista vio al diablo en todas partes: en los delfines y los atunes que volaban sobre los mástiles en la isla de los Alacranes: «eran diablos que no pescados, de los cuales libró Dios a nuestros hombres» (1959 [1535-1549]: 356), o, en el capítulo octavo, en el que los diablos hablan y replican a la madre de Dios. Pero nunca dudó de que solo la misericordia de Dios hizo que los indios conocieran o reconocieran la fe, tras el reino de Satanás.
El libro de los naufragios, más allá de tener la intención de contar las catástrofes y experiencias de terror, hambre, pérdida de todo y reconstrucción civilizatoria, así como los hechos heroicos de estos hombres, tiene la finalidad de enseñar a apelar a la misericordia de Dios. Solo Dios salva si el que se encuentra en peligro es devoto y reza, como salvó a aquellos que llevaron cristianamente la conquista. Creemos que Gonzalo Fernández de Oviedo, ya viejo, hizo un voto a Dios al escribir este último libro, pues la razón de la obra fue la de lograr, a través de su escritura, su salvación.
Bibliografía
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Recibido: 26/03/2024
Aceptado: 15/04/2024
La dimensión política del Libro de los infortunios y naufragios
de Gonzalo Fernández de Oviedo
Resumen: Gonzalo Fernández de Oviedo dedica su último libro de la Historia general y natural de las Indias a los naufragios, con sabrosos capítulos que combinan el providencialismo, la maravilla y la anécdota histórica. En este último libro sigue con su pasión por el descriptivismo narrativo, pero ahora destaca el patetismo del discurso, con relatos que rozan lo apocalíptico. Atendemos, especialmente, a las ideas políticas que directa o indirectamente despliega Fernández de Oviedo, a través de algunos naufragios o casos concretos como el de Francisco de Orellana o Alonso de Zuazo. Nuestra tesis es que el libro de los naufragios pretende enseñarnos a recurrir a la misericordia de Dios ante las desgracias de la vida.
Palabras clave: naufragios, milagros, patetismo, conmiseración.
The political dimension of the Libro de los infortunios y naufragios
by Gonzalo Fernández de Oviedo
Abstract: Gonzalo Fernández de Oviedo dedicated the last book of his Historia general y natural de las Indias to shipwrecks, with somede Oviedo presents, either directly or indirectly, through a series of shipwrecks and specific case histories such as that of Francisco de Orellana or Alonso de Zuazo. We contend that the book of shipwrecks seeks not just to describe the catastrophes and the experience of terror, fear, loss, the reconstruction of civilization, and the heroic deeds of these men, but also to teach us to fall on God’s mercy in the face of life’s misfortunes.
Keywords: shipwrecks, miracles, pathos, commiseration.
Edad de Oro, XLIII (2024), pp. 239-251, ISSN: 0212-0429 - ISSNe: 2605-3314
DOI: https://doi.org/10.15366/edadoro2024.43.010