Fabián Alejandro Campagne y Constanza Cavallero (eds.) (2023).
Furor Satanae. Representaciones y figuras del Adversario en la Europa Moderna.
Buenos Aires: Miño y Dávila Editores, 360 pp.
[ISBN: 978-84-19830-22-7].
Eventualmente, pero no por obra del azar sino como producto del esfuerzo colaborativo, las disciplinas humanísticas se enriquecen mediante la edición de libros que aumentan el bagaje conceptual, redefinen los enfoques teórico-metodológicos y trazan las nuevas rutas para avanzar en el esclarecimiento del corpus y el tratamiento analítico de las materias de estudio. Tal es el caso del volumen reseñado aquí. Resultado de un consenso de cooperación intelectual, hábilmente coordinado por los profesores Fabián Alejandro Campagne y Constanza Cavallero, el libro Furor Satanae no pasará inadvertido en la historia de la cultura en general y la redimensión de los estudios alrededor de la demonología, la brujería, la magia y las supersticiones, en particular. De hecho, desde ya, constituye un referente obligado para conformar todo un nuevo estado del arte alrededor de tan espinosos como fascinantes asuntos.
El libro contiene doce capítulos enmarcados por una introducción, una breve semblanza de los autores participantes y un útil índice analítico. Temporalmente, los doce apartados abarcan del Medievo tardío al final del Barroco; geográficamente comprenden hechos emblemáticos acaecidos en España, Francia, Alemania, Inglaterra, Norteamérica y otras regiones. Así, por ejemplo, mientras que un autor discute la situación de la brujería en el País Vasco y Navarra, otro presenta los procesos a supuestos acólitos del demonio avecindados en Noruega. Empero, esto no significa que la edición sea un compendio de casos específicos, antologados desde la curiosidad histórica o el diletantismo mágico; sino que priva la introspección analítica y el esfuerzo por rearmar un marco teórico suficientemente coherente y vigoroso para comprender el pensamiento demonológico del pasado.
La obra inicia con el recorrido que el doctor Fabián Alejandro Campagne propone como introducción al tema común, a saber, las múltiples representaciones, recreaciones y personificaciones del diablo que la cultura erudita y la lírica popular han estructurado o improvisado desde finales del Medievo hasta los albores de la Ilustración. En ella, como es natural y protocolario, nos informa de las perspectivas y los autores que han abordado el asunto, luego sintetiza el aporte y enfoque de cada uno de los participantes en el volumen; especialmente define el hilo conductor de la obra, que intenta, afirma con tino, estudiar y analizar el discurso demonológico en tanto disciplina y campo de estudio, desde sí mismo. Por otro lado, no fue tarea menor la que emprendió el doctor Campagne, quien tradujo al español los textos que lo requirieron, habida cuenta de que los manuscritos fueron remitidos a los editores en las lenguas maternas de los especialistas: francés, inglés e italiano. De tal modo que el lector interesado puede leer y discutir las ideas impresas con la confianza de que un avezado políglota, experto en el tema, ha realizado el trasunto mediando el conocimiento pleno, la vía hermenéutica y la capacidad lingüística.
Es posible notar una organización cronológica interna en el volumen. Los primeros cinco capítulos ubican y exploran en el siglo xv las bases definitorias del mito integrador de las actividades demonológicas: a saber, el aquelarre o sabbat; el capítulo sexto podría funcionar como engarce entre tales comienzos; mientras que los análisis alrededor de los diversos aspectos del discurso demonológico aparecen en los textos que se ocupan del siglo xvi en adelante.
Los capítulos iniciales, es decir, del número I al V, rubricados por Michael D. Bailey, Martine Ostorero, Franck J. Mercier-Druère, Fabian Alejandro Campagne y Marina Montesano, respectivamente, presentan sendas disertaciones, ricas en datos y argumentos, enfocadas a dilucidar las etapas preliminares del pensamiento demonológico y las creencias mágico-supersticiosas.
El primero de ellos da cuenta de la delicada transición —determinada por el novedoso cariz político de su uso desde las esferas del poder— impulsada por especialistas como Jean Gerson y otros pioneros en el tema, que modificó la idea social de las supersticiones vulgares hasta ubicarla dentro de la esfera especial de la demonología, sobre territorios franceses y alemanes del siglo xiv al xv.
El segundo capítulo ubica el surgimiento de la tradición demonológica en las operaciones réprobas, consideradas punibles incluso cuando fueron clasificadas como ilusiones diabólicas; en particular, la secta de brujos y el sabbat, relatos básicos del mito de la brujería que irrumpieron en la cultura popular y erudita durante el siglo xv. Los primeros tratados especializados y una amplia gama de textos jurídicos, religiosos y literarios, señala la autora, colaboraron a aumentar y a diseminar el peso terrorífico del fenómeno.
El capítulo tercero está dedicado a caracterizar el tratamiento inicial del vuelo mágico de las brujas. Esta fábula extravagante tuvo, desde el siglo xv, versiones irónicas, escépticas, crédulas y doctrinales. El caso se discutió entre teólogos serios, lo cual demuestra la inestabilidad del concepto, que, por un lado, ofrecía narraciones e imágenes fantásticas de corte popular, y por otro, dilemas teológicos, morales y jurídicos. En especial, al autor le interesa explicar por qué, a través del siglo xv, el estatus teológico-jurídico del relato transitó de la fantasía onírica a la pseudo realidad física.
El capítulo cuarto se centra en uno de los momentos del mito del aquelarre, el festín antropofágico. No resulta extraño que el canibalismo sea un aspecto sobresaliente en el cuño mitológico del sabbat, ya que la personificación de la bruja maléfica y diabólica nació y creció ligada a esa transgresión. Para explicar el tema central, el autor parte de ubicar el origen, las variables y la estructura del concepto del aquelarre. Así, identifica cinco paradigmas del mito, dos principales y tres periféricos, a través de ellos hace un recorrido analítico que revela suma erudición con el objetivo de determinar las características de la antropofagia, evento que, advierte, se trata de un artilugio discursivo utilizado por teóricos y censores de la brujería.
El quinto capítulo redescubre para el lector de hoy el Morgante, una epopeya del siglo xv, obra del letrado florentino cercano a los Medici, tachado de hereje y enemigo de Marsilio Ficino, Luigi Pulci, en la cual aparece un diablo retórico —diferente, según la hipótesis de la autora—, del que en esa época se encaminaba a adherirse indisolublemente al mito demonológico y la brujería. De acuerdo con sus conclusiones, uno de los personajes, el demonio Astarotte, es inteligente, sabio, y propone inusuales ideas teológicas en comparación con las afirmaciones eruditas de su época, incluidas las de Dante Alighieri. En la obra literaria de Pulci parecen coincidir percepciones e influencias mágicas populares y eruditas, lo que fortaleció la creencia en los demonios consejeros acompañantes de humanos.
Como ya se apuntó, el capítulo de Constanza Cavallero representa una transición de engarce entre la construcción del mito demonológico durante el siglo xv y su desarrollo posterior. La autora explora la tradición de las ideas y los textos anticristológicos en la literatura y la historia hispánicas entre los siglos xv y xvii, e intenta establecer el uso oficial que se ha hecho del personaje caput malorum o filius diaboli, el otrora temible Anticristo —en tanto gran representación humana de la perversidad, ligado al otro gran emblema infraterrenal, el diablo—, para hacer coherente la presencia del mal en el cristianismo. Desde el inicio del texto, la autora deja claro que explicará cómo la narrativa escatológica sobre el Anticristo fortaleció el esquema moral cristiano, instalándolo a manera de un superlativo líder de pecados terribles, y por qué fue utilizada para denostar grupos raciales específicos considerados enemigos de la fe predominante. Al mismo tiempo, sostiene, la historia de su advenimiento y las obras confirmaban el discurso oficial apocalíptico y justificaba el control social y moral de la Iglesia, así como la represión contra las supuestas amenazas diabólicas, como la brujería.
Los capítulos subsecuentes, es decir del VII al XII, fueron escritos respectivamente por Thibaut Maus de Rolley, Emma Wilby, María Jesús Zamora Calvo, Gunnar W. Knutsen, Agustín Méndez y Michaela Valente; notoriamente una pléyade de avezados expertos que reafirman con sus aportes el valioso lugar que ocupa la investigación respecto al imaginario mágico y demonológico en la historia de nuestra cultura.
El autor del capítulo VII diserta acerca de la fascinación y el éxito popular que tuvo el motivo del sabbat como centro de transgresión a principios del siglo xvi, en Provenza, el País Vasco y Navarra; a partir de un tema que conoce muy bien, ya que recientemente publicó un libro al respecto, el caso representativo de Louis Gaufridy y Madeleine de Demandolx; además lo enlaza convenientemente con las ideas de uno de los más célebres perseguidores de brujas, Pierre de Lancre.
Por su parte, Emma Wilby, autora del capítulo VIII, al iniciar su disertación sobre las reuniones de brujas en la región vasca, aporta un dato altamente significativo para la historia de la idea, los componentes y las etapas del sabbat. Informa que el parlamentario Florimond de Raemond, cuñado de Pierre de Lancre, incluyó en su obra L’Antichrist, publicada en 1597, la confesión ocurrida en 1594 ante el Parlamento de Burdeos, de la supuesta bruja Jeanne Bosdeau, quien dijo que durante el sabbat al que asistió se había celebrado una ceremonia que luego se reconocería como misa negra. Según la autora, aunque las ofensas y sacrilegios contra los símbolos cristianos ya formaban parte tradicional del mito del aquelarre, dicho registro constituye la primera referencia del acontecer de una completa liturgia negra o invertida como episodio o parte del sabbat. Este importantísimo dato le da pie para explicar la misa de las brujas en el relato del aquelarre y el papel de los acusados en la persecución de la brujería vasca.
El capítulo IX fue escrito por una de las especialistas más connotadas y conocedoras de la cultura hispánica, la Dra. Zamora Calvo. Armada de su conocimiento sobre la tradición discursiva contra la magia diabólica, la autora escudriña las variantes demonológicas en el Tribunal de superstición ladina de Gaspar Navarro. La crisis moral, religiosa, social y política que da inicio a la Modernidad española abrió, considera, las vías para la efervescencia alrededor del pensamiento mágico; a tal grado que el temor al infierno, las acechanzas diabólicas, la propensión humana al pecado y la convicción de vivir en una época crítica y decadente, inmersa en manifestaciones heréticas, camino al fin del mundo, alimentaron el auge editorial del género literario demonológico, en cuya línea se inscribe la obra de Navarro, ejemplo y síntesis de las ideas que otros muchos demonólogos discutieron por toda Europa, en busca de ayudar a reconocer y abatir peligrosas supersticiones comunes y amenazas diabólicas.
El capítulo X proporciona valiosa información respecto al estado que guardaba la persecución legal de la brujería en uno de los países poco mencionados cuando se trata de identificar la crisis de la presencia fantástica y la personificación del diablo en Europa, Noruega. El Dr. Knutsen afirma que, por razones históricas y administrativas del pasado, en su país se conoce relativamente poco sobre la legislación contra la brujería y la manera en que fueron aplicadas tales leyes en la realidad. Esto aumenta el valor de su intento y de los proyectos que ha comandado. En este caso, el solo recuento de los procesos contra la brujería y la revisión de las consecuencias derivadas de la aplicación de una ordenanza real emitida el 12 de octubre de 1617, para aplicarse en Dinamarca y Noruega, abren posibilidades de estudios pioneros en esta región europea.
El capítulo XI, colaboración del argentino Agustín Méndez, traslada la discusión sobre brujería y demonios hacia el norte de América. Específicamente revisa el papel preceptor y amonestador que jugaron los puritanos de Nueva Inglaterra, Increase y Cotton Mather, padre e hijo, respectivamente, quienes, señala el autor, entendieron las funciones del control de las emociones en cada experiencia humana, al menos detectaron su importancia, en especial si se trataba de intrigas del demonio.
El capítulo XII, escrito por la historiadora Michaela Valente, cierra el volumen disertando acerca de la peculiar obra del teólogo holandés Balthasar Bekker, El mundo encantado. Aporte significativo, pues muestra la otra cara de la moneda, la del letrado cauto o moderado que señala la poca sustancia de las supersticiones frente a la andanada de discursos crédulos sobre magia, brujería y demonología. A decir de la autora, el libro colabora en la búsqueda de explicaciones racionalistas del mundo, un proceso que apenas iniciaba, que dejaba de lado las respuestas sobrenaturales e intentaba disminuir la importancia del diablo. Heredero del espiritualismo y el pensamiento filosófico cartesiano, para cumplir con su misión pastoral, Bekker retornó al diablo al infierno y negó que interactuara con la humanidad. Los protomodelos científicos se aplicaban ya a la fe y a los dogmas religiosos, abriendo una nueva era en las interpretaciones sobre el gran adversario.
En suma, el libro Furor Satanae contiene un emocionante y eruditísimo viaje a través de los discursos que construyeron la demonología, analiza sus motivaciones internas y arroja nueva luz interpretativa acerca de sus implicaciones teóricas y prácticas. Todo desde la perspectiva de un grupo de especialistas comprometidos con la ardua tarea de redescubrir los cimientos de la cultura occidental.
Alberto Ortiz
Universidad Autónoma de Zacatecas
albor2002@gmail.com
Antonio Carreira (2021).
Quevedo en la redoma: estudios sobre su poesía.
Ciudad de México: Nueva Revista de Filología Hispánica/El Colegio de México, 238 pp.
[ISBN 978-607-564-301-4].
Esta reseña rastrea la lectura que pergeña Antonio Carreira sobre algunos aspectos de la poesía de Francisco de Quevedo y Villegas. En el libro se conciertan once artículos escritos y publicados a lo largo de veinticinco años y retocados o actualizados hace apenas uno. El prólogo por sí solo ya hace casi innecesario este texto porque resume perfectamente de qué trata cada uno de los artículos compilados en el libro. También hace casi inútil esta reseña el prestigio y el reconocimiento de los artículos mismos, ya que son trabajos de referencia para quienes se dedican a la literatura quevedesca y aurisecular; y que en algunos casos constituyen un pie de siembra para el cultivo de las aulas o de líneas de investigación. Sin embargo, quiero seguir en esta reseña dos gestos: uno de resistencia y otro de observación. El primero consiste en emprender mi lectura pese a los refrenos; el segundo, en ofrecer un modesto testimonio de atención.
El primer artículo es digno de leerse en voz alta, de reconstruirlo en clase y dejar atrás viejas concepciones e ideas sobre la enemistad de Quevedo con Góngora o sobre su fama prematura. La argumentación es clara y concisa: todo este asunto de la inquina quevediana contra el cordobés, sostiene Carreira, se ha inflado inútilmente y hay que dimensionar más justamente que distaban unos veinte años de diferencia entre la edad de los poetas y que fue poco probable que coincidieran. Además, asunto que subraya el autor, los tiempos de recepción y difusión de la poesía de Quevedo deben despejarse para dejar ver a un poeta joven, que se las vio con un poeta maduro, ya entrado en fama y blandiendo una sombra sobre sus contemporáneos.
Para allanar el camino de quienes desean leer auténticamente a Quevedo, el artículo «La poesía de Quevedo: textos interpolados, atribuidos y apócrifos», lanza una primera hipótesis: las letrillas propician, por su estructura articulada, la intervención de «cualquier espontáneo» (2021: 35) con ímpetu creador, de ahí que de algunas haya múltiples variantes y emulaciones. Más adelante, el filólogo desmenuza las diversas y elocuentes confusiones en la atribución, con Góngora, por ejemplo, lo cual reitera lo excesivamente aireado de la polémica con él. El corpus de Quevedo es fluctuante, seiscientos sesenta textos seguros y otros cuatrocientos más en un intríngulis filológico. El artículo original publicado en 2002 se actualiza muy poco en 2021. Si oteamos y cotejamos la puesta al día que el propio Carreira hace, veremos que los años le han respetado.
Antonio Carreira se aboca en evaluar las propuestas de datación del romance de Quevedo «Contaba una labradora» en el tercer artículo. Su método, para no decir llanamente que es el buen uso de la inteligencia y el sentido común, consiste en un viaje de ida y vuelta al romance y a otros textos. Desteje la madeja con finura: parte de la datación de John Lihani (20 de febrero-18 de agosto de 1606), menciona la dubitante fecha que ofrece Astrana Marín en ¿1615?, y la de Blecua, quien lo coloca entre 1610 y 1618. Posteriormente, Carreira trae a cuento el Ramillete de flores de la retama en el que se halla el romance «Pintura villanesca de la solemne fiesta de ocho días continuos, que se celebraron en la iglesia de san Iulián de Seuilla, en el año de 1610, a la misma Santa Imagen» y que posee numerosas semejanzas con el romance de Quevedo: su asonancia, el tema, y la gran similitud del comienzo y el final. Lo que sigue en el artículo son una concatenación de conjeturas y adelantos de las posibles objeciones. El artículo, aunque breve, es un manifiesto excelente de la deducción y concluye en dar por bueno el año que propone Lihani: 1606. Una actitud que resulta aleccionadora y prudente de este artículo es que permanece abierto a la Quellenforschung, es decir, aunque avanza riguroso y sus conclusiones son sólidas, Carreira no pone en piedra inamovible sus ideas, no pretende fijar la última palabra como testimonio de su penetración deductiva, sino como un firme punto de partida.
El artículo cuarto, complementario del anterior en lo relativo al romance «Contaba una labradora» y a las relaciones intertextuales de este, también indaga en el parentesco entre los romances «No fuera tanto tu mal, Valladolid opulenta», «Apenas os conocía», «Los que quisieran saber» y otros textos impresos contemporáneos. El texto es una lección de minuciosidad en el detalle de variaciones, colaboraciones, versiones, contrafactas, reconstrucciones y reescrituras. Una aportación del artículo es que constituye, además, una edición crítica del romance «Los que quisieran saber» y una revisión del trabajo editorial que años antes ofreció Blecua y acerca del cual discute la valoración de los testimonios.
En «Elementos no petrarquistas en la poesía amorosa de Quevedo», el artículo quinto, repasa las peculiaridades de la poesía amorosa del poeta áureo. El código de amor cortés constituye una camisa de fuerza en la cual el trabajo de originalidad está restringido y, desde esta idea, Carreira se enfrasca en la indagación de los elementos que podrían hacer de los poemas de Quevedo algo más que la réplica y tratamiento inerte de los motivos petrarquistas. Encuentra algunos logrados y otros que, por vía de las referencias experienciales o del uso de elementos burlescos, salen del carril petrarquista, pero no siempre para trazar un nuevo camino alternativo, sino para tambalearse.
La perspectiva se agudiza en el artículo siguiente, el sexto, «Quevedo en fárfara. Calas por la periferia de la poesía amorosa». Puede afirmarse que este se sitúa en el núcleo por la calidad de su planteamiento, central para todo el conjunto del libro. ¿Qué características de la poesía amorosa de Quevedo no están a la altura ni del mejor Quevedo ni de otros autores coetáneos? El hilo de todo el libro es un ejercicio de crítica que se acentúa en este artículo con su camino indagatorio «neutro, de tal modo que no es ni florilegio ni diatriba» (2021: 10). El artículo valora el peso justo de la obra poética de Quevedo manteniendo una trayectoria paralela, aunque no dominante de ilustrativa comparación con Góngora. Carreira consigue anotar sus logros y méritos, poner de relieve los traspiés, detenerse en los escritos en fárfara y desmenuzar los poemas construidos de un tirón sin oscilar en exceso el fiel de la balanza. El artículo pone sobre aviso frente a los viejos mitos: que sus contemporáneos lo consideraron tan poeta como ahora se le juzga y que solo ha variado su recepción a lo largo de los años, que su obra es accesible en ediciones confiables y que, en virtud de tener en su haber poemas de alta envergadura, los demás no andarán muy lejos (2021: 103). En algunas ocasiones el genio triunfa en su lengua forjada, en otras, sobre todo en su poesía religiosa y amorosa, se ve orillado a echar mano de tópicos manidos con poca fortuna. Entre los numerosos poemas que Carreira estudia con lujo de síntesis hay algunos que siembran la intriga, como el 296, «Compara el curso de su amor con el de un arroyo». Del primer terceto, «De vidro en las lisonjas divertido, / gozoso vas al monte y, despeñado, / espumoso encaneces con gemido», Carreira ofrece una interpretación y, de algún modo, invita a los lectores a seguir desenredando el ovillo, con todo y lo plausible que resulta: «El poeta pretende distinguir el gozo del arroyo cuando va por el monte, y su tristeza cuando se despeña» (2021: 115). Algunos lectores, azuzados por estos dardos, pensaríamos si acaso no se trata de alguna referencia al ciclo del agua, o de qué forma se asegura una interpretación que no calce por uso del ecúleo o por destazo.
Con un tenor semejante, en el séptimo artículo de este libro, «Agua y fuego en la poesía amorosa de Quevedo», el autor indaga sobre el aprovechamiento de uno de los motivos más frecuentes en el tratamiento del amor: la pugna de los contrarios. Carreira se mantiene siempre atento a la fortuna en el usufructo del tópico, traza el reduccionismo de Quevedo en el manejo del amor como lucha de agua y fuego. Es decir, algunos poemas pasan por el análisis del alcance estético mediado por su tratamiento de los elementos y las cuentas se hallan claras: Quevedo acentúa, sobre la tierra y el éter, la atención en el agua y el fuego, usados como los contrarios por antonomasia, con poca novedad en ciertos casos.
La lectura de «La poesía religiosa de Quevedo: intento de aproximación», octavo artículo de esta serie, renueva el interés sobre la poesía religiosa del poeta madrileño y abanica una serie de inquietudes que escuecen la pólvora de la curiosidad. La buena poesía religiosa de Quevedo es escasa a juicio de Carreira y entre sus características anota que tiende a adoptar una perspectiva «intemporal»; que es usada «como arma ofensiva para meter en cintura a los disidentes» (2021: 157); que se halla entre las categorías de poesía religiosa de catequesis, penitencial y devota; que en ocasiones peca por exceso (como metaforizar a todo mundo como piedra) y con todo ello se aleja de lo poético.
En lo relativo al noveno artículo, «Las jácaras de Quevedo: un subgénero conflictivo», Carreira afirma que el estudio de estas obras ha sido poco atendido por los investigadores, ya que solo se han revisado tres o cuatro de las quince o veinte que escribió: la jácara del Escarramán, la de Ezquerra, Escamilla y Monterra; y aún en esas se evidencian las dificultades que ha entrañado la interpretación o la lectura por varios motivos. Uno de los principales rasgos de tal subgénero poético, que lleva a la mala interpretación o a evitar su lectura, es el grado de dificultad interpretativa que representan, lo que ha propiciado sobreinterpretaciones que en algunos casos se inclinan a llenar páginas de alarde erudito. También cuestiona Carreira algunas concepciones ampliamente divulgadas en los estudios de las jácaras, como su examen como subgénero dramático aun cuando la escritura de las de Quevedo ocurrieron en un momento en el que la práctica de incluirlas en piezas teatrales distaba de ser popular. La existencia de composiciones sin jaque pone en entredicho o bien a algunas definiciones que hacen necesaria dicha figura o la denominación de jácaras a romances lupanescos o goliárdicos. Por otro lado, la idea de que la pluma de Quevedo exuda crítica social y la denuncia de injusticias, a juicio de Carreira, se opone a su evidente búsqueda de contar chistes y a su —la expresión la toma Carreira de Eugenio Asensio— «atletismo retórico». Este artículo, en particular, resulta sugerente para los investigadores jóvenes que padecemos la angustia por los campos de investigación ante la ingente bibliografía quevedesca: ni todo está estudiado ni lo estudiado, demostración mediada de Carreira, no está grabado en piedra ni es irrefutable.
Para continuar con la familiaridad del tema, el siguiente artículo de la colección «El conceptismo en las jácaras de Quevedo: “Estábase el padre Esquerra”» se encarga de evidenciar los engranajes conceptistas de la jácara quevediana y por medio de este muestra rasgos de notable altura. Así como muchos escollos de interpretación se salvan por gracia de la lectura más simple, existen otros en los que se exige que la agudeza del lector sea comparable a la agudeza creadora. Una breve interpretación, un latigazo de curiosidad después de leer la conjetura de Carreira puede surgir entre algunos de sus lectores. El pasaje enigmático de la Vida y milagros de Montilla que comenta Carreira es el siguiente: «donde el capitán Correa / da mal rato con su nombre, / excusando en los alfaques / los corcovos del galope» y apunta: «Esto último carece de nota, aunque la necesita: alfaques son bajos de arena, y también un topónimo; podría indicar que los galeotes ponen los alfaques como excusa para remar blandamente, o que el capitán lleva la galera por donde hay poca profundidad para evitar la marejada, pero la conjetura no parece viable en una escena nocturna» (2021: 206). Cuando se lee esta nota, un lector puede verse refrenado por considerarse uno de aquellos que dibuja el filólogo en el capítulo anterior, esos que ante los pasajes diáfanos pretenden buscar otra explicación «con esa actitud de recelo que ciertos lectores suelen adoptar ante los textos muy elaborados» (2021: 174). En una nota al pie, Carreira comparte la interpretación de Ignacio Arellano: «atribuyendo a los alfaques los corcovos, movimientos o saltos que hace, probablemente para eludir el latigazo» (2021: 206). ¿Pero el latigazo de quién, de los mismos forzados? Una interpretación acaso plausible entiende los alfaques como bancos de arena, o como arrecifes de arena, topes de río que tremolan la embarcación, y así el pasaje podría ser explicado de otro modo: los alfaques, formaciones naturales con las que el galeote se zangoloteaba de tal forma que el capitán Correa los usaba como pretexto para dar mal rato a los forzados, aprisionados con correa a la nave.
El artículo final, onceavo del libro, «Quevedo y su elogio de la lectura», reconstruye una urdimbre de la filología con la fina interpretación y la crítica literaria. Informa a los lectores en cuanto a las interpretaciones que los estudiosos han ofrecido del soneto archiconocido «Retirado en la paz de estos desiertos». Carreira demuestra que, aunque poema célebre, hay costuras que se le alcanzan a notar, como las reiteraciones innecesarias, las tautologías y, acaso, todo eso tiene sus consecuencias en los escollos de interpretación que aún se ciernen sobre él.
Finalmente, de la lectura general de todo el conjunto se puede observar el fino criterio para escoger la ordenación temática del libro (una manera, por otro lado, de ofrecer la lectura como una concatenación de notas que se ayudan haciendo de eslabones lógicos). Cada artículo constituye una breve lección de cómo leer a Quevedo: pone sobre aviso a los lectores para no deslumbrarse por la recepción presente de un autor cuya fama como poeta tuvo algunos devenires peculiares en el proceso de difusión de su poesía; para no confiar ciegamente en lo que sentenciaron sus contemporáneos, que o bien lo usaron como «arma arrojadiza» o lo cargaron de elogios convencionales (no siempre desmerecidos); para no ser incautos con los mitos que oponen su figura a la de Góngora y desliza como ejemplo, las atribuciones a fuego cruzado que dan por quevedos unos góngoras y góngoras por quevedos, y que con ello desdibujan, en parte, la difundida idea de las diferencias radicales entre los supuestos culteranos y los supuestos conceptistas. La última y final lección es la de ser generoso con los lectores y crítico consigo mismo, apreciar sus alcances y estar abierto a la futura recomposición del camino. Con esta reseña, que bien pudo intitularse «Otro elogio de la lectura», he procurado (para recordar las palabras de Tomás Segovia), urdir un «homenaje de honrada atención» y, en sincera expectativa, me pregunto con las palabras del mismo Carreira, si no tendrá guardado algo más sobre Quevedo, todavía mejor, en la «redoma, en espera de mejores tiempos» (2021: 15).
José de Jesús Palacios Serrato
El Colegio de México
jjpalacios@colmex.mx
Ignacio García Aguilar y Rafael Bonilla Cerezo (eds.) (2023).
El discurso paratextual en la novela corta del Barroco.
Madrid: Grupo Editorial Sial Pigmalión, 428 pp.
[ISBN: 978-84-19928-16-0].
A finales de la centuria pasada, Gérard Genette acuñó el concepto de «paratextualidad» (con el prefijo griego παρα-, ‘junto a’, ‘al margen de’) para referirse al conjunto de enunciados o iconos visuales que acompañan al texto principal de una obra literaria, tales como los títulos, preliminares, prólogos, índices, epígrafes, notas al margen, ilustraciones, grabados y un largo etcétera. Por medio de la presente monografía, García Aguilar y Bonilla Cerezo pretenden rendir tributo a «los paratextos de la Edad Moderna», que, en sus propias palabras, «han venido cruzando un conspicuo número de Rubicones» debido a la creciente atención crítica que, desde la segunda mitad del siglo xx hasta la actualidad, han suscitado «las distintas especies de preliminares» (2023: 17). Así, El discurso paratextual en la novela corta del Barroco se presenta como un compendio heterogéneo de dieciocho contribuciones independientes pero relacionadas entre sí, en las que diferentes investigadores ofrecen distintas perspectivas sobre un tema común: los paratextos en la prosa breve aurisecular, derivadas de las ponencias presentadas entre el 24 y el 25 de noviembre de 2022 en el congreso internacional celebrado en la Universidad de Córdoba.
El libro comienza con un apartado introductorio a cargo de los editores: «Dieciocho prólogos ejemplares y un cuento sobre el discurso paratextual en la Edad de Oro» (2023: 17-35), en el que García Aguilar y Bonilla Cerezo nos obsequian con un actualizado estado de la cuestión y sintetizan las aportaciones de los participantes del volumen. Acto seguido irrumpe el primer capítulo, con un elocuente título en el que Ruiz Pérez se recrea con el afamado rótulo de Claudio Guillén: «Entre lo uno y lo disperso: en los umbrales de la “novela cortesana”» (2023: 37-58). Su propósito consiste en resaltar los problemas terminológicos entre novela corta y cortesana, una polémica dualidad que se exacerba a partir de las periferias textuales y que impide la correcta delimitación de todo género literario. Como él mismo indica, la ampliación del corpus durante el Barroco difumina «la coherencia argumental en una variedad de desarrollos en las direcciones apuntadas por la ficción idealista de la primera mitad del Renacimiento» (2023: 53).
A continuación, se dedican tres apartados a la figura cervantina. La aportación de García López, «Paratextos y prólogos cervantinos: la creación de un personaje» (2023: 59-72), indaga en la querencia del autor alcalaíno por estos paratextos; especialmente, a partir de la publicación del primer Quijote, al que habría que añadir las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso o el Persiles, considerando siempre la autoconcepción de la fama, pues «en esa aventura personal de sentirse señalado por la sociedad en que vive, nuestro hombre recorrió un camino que vemos después reproducido en otras personalidades de la historia literaria» (2023: 71), como Galdós, Borges o Cernuda. En «Las Bagatelle de Don Quijote» (2023: 73-116), Bonilla Cerezo estudia el prólogo de las Novelas ejemplares, encontrando ciertas concomitancias con algunas traducciones de sus correlatos extranjeros y nacionales. Además, su análisis le permite conjeturar que el capítulo LXII de la segunda parte del Quijote, en el que se menta un libro llamado Le bagatele, guarda una inmensa relación con la docena de relatos de las novelas cortas, siempre subordinando sus narraciones al juego metaliterario y ficcional al que Cervantes somete al lector: «Por mucho que hagamos cábalas, estoy convencido de que en aquella imprenta de Barcelona se puso en letras de molde una obra algo más breve que la colección de 1613» (2023: 106) —sentencia el profesor Bonilla—. En última instancia, con respecto al malogrado héroe de Lepanto, Ruiz Notario muestra unas «Guías y avisos paratextuales en cuatro traducciones inglesas (1709-1846) de las Novelas ejemplares» (2023: 117-136). Si bien es cierto que durante el siglo xviii estuvieron eclipsadas por el Quijote, «otro cantar sería el de los paratextos decimonónicos, donde el conjunto de historias parece haber alcanzado plena autonomía, acaso porque la mayoría había asomado ya en diversas traducciones a lo largo de la Ilustración» (2023: 131).
Junto a Cervantes, asoma una abigarrada nómina de prosistas barrocos que también cultivaron el artificio paratextual. El capítulo de Copello se dedica a «Diego Rosel y sus entretenimientos de pluma. Propuestas al lector (1613)» (2023: 137-149). En él, se examinan las cuatro páginas del proemio inserto en la Parte primera de varias aplicaciones y Transformaciones..., cuyo prefacio explicita «su proyecto narrativo», «la definición de un estilo variado en temas y recursos» y «su desdén hacia las citas» (2023: 141).
López Martínez y Fabbri consagran sus respectivos trabajos a la figura de Salas Barbadillo: «Las dedicatorias en la obra de Salas Barbadillo: algunas cuestiones sobre la sociología del escritor en el Siglo de Oro» (2023: 151-167) y «Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo en sus paratextos: La hija de Celestina (1612) y La ingeniosa Elena (1614)». El primero se aproxima a la sociología literaria del autor a partir de diversas dedicatorias en veinte impresos individuales y en su obra póstuma Coronas del Parnaso, que permiten distinguir tres etapas de mecenazgo: una primera, en la que «dedica sus textos a damas de la corte de la reina y a los titulares de algunas de las casas nobiliarias más significativas de España»; una segunda, que evidencia un cambio «de ámbito social y se concentra en el círculo de los Fiesco, o sea, la alta burguesía bancaria»; y una tercera, en la que «los dedicatarios son todos altos funcionarios de la administración o del clero, directamente ligados a palacio» (2023: 165). Por otro lado, Fabbri coteja los elementos de la periferia textual en dos impresos de La hija de Celestina (Z y L) y uno de La ingeniosa Elena (M) con la intención de averiguar cuál es la editio princeps de la primera obra. A falta de la colación de otros testimonios, esta oportuna comparación revela una «rayuela fruto de una tradición con dos estadios redaccionales» (2023: 169) perceptibles en el primer cuadernillo, que permite reconocer variantes de estado en el soneto encomiástico de Juan Francisco Bonifaz y Tobar, inserto en los preliminares literarios.
Castellano Quesada analiza los «Cardos y laureles en los paratextos de Las clavellinas de recreación de Ambrosio de Salazar» (2023: 187-202), donde el castellano convive con una traducción al francés, explicando el significado del título y subrayando los controvertidos serventesios galos Au lecteur. Desde este punto, se dedica a aclarar el cuadernillo de preliminares, que «posee una heterogeneidad considerable», pues incluye «una dedicatoria y un prólogo en prosa, siete poemas del autor, otros cinco atribuidos a amigos y la fe de erratas», amén de «una nota al lector y el privilegio» (2023: 193) al final del libro. De igual forma, Rubio Árquez comenta «Los paratextos de las Novelas morales útiles por sus documentos (1620) de Diego de Ágreda y Vargas» (2023: 203-218), destacando que esta colección, «por lo que respecta a los paratextos, resulta un verdadero catálogo de las distintas problemáticas» (2023: 205). La portada y el título parecen evolucionar en las diferentes ediciones e impresiones hacia «un modelo de relato que se considera más actual y moderno por su mayor poso didáctico» (2023: 216), en confrontación con su modelo principal: las Novelas ejemplares. Al estudio independiente de los alrededores textuales cabría añadir las aportaciones de Fiordaliso a propósito de las Historias peregrinas y ejemplares: «El autor y sus lectores en los “umbrales” de la narrativa de Gonzalo de Céspedes y Meneses» (2023: 219-230). En este sentido, se ocupa de ocho piezas paratextuales, como la portada, los «Asuntos principales que contiene este libro», las dos aprobaciones, el privilegio de don Fernández de Borja, la advertencia y las erratas, la dedicatoria A la imperial ciudad de Zaragoza y, sobre todo, el prólogo Al lector, convertido en una especie de «trampolín para los vínculos con las Novelas ejemplares cervantinas, pero también apertura hacia otros textos y autores» (2023: 222).
García Aguilar rastrea con gran pericia la huella lopesca en las dedicatorias de una obra del hijo del librero Alonso Pérez: «Lope de Vega en (y desde) las dedicatorias de los Sucesos y prodigios de amor (1624) de Juan Pérez de Montalbán» (2023: 231-270). A través del título y demás elementos perimetrales asociados a diferentes partes de sus comedias, llega incluso a plantearse la posibilidad de que Lope ejerciese como ghostwriter de preliminares ajenos: «el Fénix tal vez añadiera algo más que sus versos preliminares y su aprobación, sugiriendo una urdimbre editorial que tuvo en las dedicatorias una herramienta sancionadora, idéntica a la que había ideado él mismo con la Parte XIII de sus comedias» (2023: 262). En «Los paratextos de Castillo Solórzano: estrategias de promoción de un administrador de su pluma» (2023: 271-292), Bresadola recorre el corpus de preliminares en la producción narrativa del escritor de Tordesillas. Al igual que en el caso precedente, Castillo fue consciente de que la fortuna editorial de un texto excedía los límites de la estética literaria. Así, se preocupó por cultivar las relaciones personales y granjearse el favor de los poderosos, concibiendo «los preliminares como un microcosmos con una relación osmótica y equilibrada entre sus componentes», motivo que lo condujo a «moverse entre el mecenazgo, el prestigio social y el mercado» (2023: 288). El capítulo de Coppola titulado «Guiños amigables en una época de prohibiciones: el discurso paratextual de José de Valdivielso» (2023: 293-319) se diferencia de los anteriores en que el paratexto literario se desvía hacia el legal, en función del cargo de censor de libros que ostentaba esta personalidad. Sus buenas relaciones con autores del periodo (Montalbán, Bocángel, Salas Barbadillo, Gabriel del Corral, Tirso, etc.) facilitaron las aprobaciones de sus obras, que sitúan al autor en un doble plano: literario, «dirigiendo a sus amigos alabanzas líricas», pero también legislativo, «donde su talento retórico contribuye al mantenimiento del compromiso académico, la autopromoción del aprobador y la promoción social, política y económica de la novela corta» (2023: 314).
Gracias a la portada de algunas emisiones, las aprobaciones y los poemas laudatorios, Bradbury propone una nueva e hipotética datación de la tercera edición de El Filósofo del aldea: «Hacia una datación revisada de la tercera edición de El Filósofo del aldea de Baltasar Velázquez» (2023: 321-335), retrasando dos décadas la fecha de 1650 que hasta entonces consideraba la crítica como válida. Entre los variados argumentos que esgrime, es importante la consideración de Diego Dormer como «Impresor del Hospital de Nuestra Señora de Gracia» (Em3), que «alude a una situación profesional que solo se aquilató en su producción desde 1669», cuando «se subraya su estatus como impresor oficial del Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza en la portada de su edición de los Anales de la Corona de Aragón de Jerónimo de Zurita» (2023: 324).
Los estudios de Özmen y Castillo Martínez son los únicos dedicados a la autoría femenina en esta monografía. La primera aborda los prefacios de dos grandes novelistas barrocas: «Poder y autoría entre las plumas de las Sibilas: los paratextos de María de Zayas y Mariana de Carvajal» (2023: 337-353). Su cotejo textual le permite advertir copiosas diferencias entre la construcción paratextual de ambas escritoras, quizá basándose en sus circunstancias vitales: mientras que Carvajal «se limita a reproducir de forma convencional el modelo genérico, neutralizando sus atributos autoriales, omitiendo el sexo y echando mano de una “retórica de humildad”», Zayas es «consciente de la singularidad de su obra» y emplea los marcadores de género para construir su propia imagen «que se proyecta sobre su autoafirmación paratextual y en la convocatoria de la multiplicidad de voces que la abrigan» (2023: 350); no hay que olvidar que el anónimo Prólogo de un desapasionado —atribuido a Castillo Solórzano— reivindica su papel dentro del campo literario aurisecular. Por otro lado, el célebre descubrimiento de un nuevo ejemplar de El desdeñado más firme (Hispanic Society of America) no le ha permitido a Castillo Martínez resolver algunas de sus incógnitas textuales, en su aportación titulada «Los silencios paratextuales de El desdeñado más firme de Leonor de Meneses» (2023: 355-373). Sin embargo, sí le ha posibilitado indagar en la dedicatoria A la excelentísima señora doña Luisa María de Meneses, condesa de Portalegre, marquesa de Govea, único paratexto del libro en el que «nunca asoma el nombre de la autora, pero sí su voz» (2023: 360). Esta sección textual acredita las relaciones cortesanas entre la aristócrata y la reina de Portugal, que sirven a la investigadora —entre otras hipótesis— para postular la capital lusa como posible lugar de impresión de la editio princeps, por delante de Madrid o París; aunque, en sus propias palabras, «las pistas tampoco acaban de resultar concluyentes» (2023: 363).
Carrascón se aproxima al universo paratextual hacia el final del Siglo de Oro, en consonancia con el declive de la prosa breve: «Los paratextos al atardecer. Preliminares en la novela corta de finales del siglo xvii» (2023: 375-408). Para ello, utiliza las publicaciones de cinco escritores menos conocidos (Alcalá y Herrera, Sanz del Castillo, Andrés de Prado, Cristóbal de Lozano y Luis de Guevara), con las que justifica el ocaso del género, pero no del contorno textual, que se mantiene intacto en mayor o menor medida: «Poco cambia durante el último tercio del siglo xvii por lo que se refiere a los paratextos. Lo que sí ha mudado irremediablemente es la fortuna librera que había empujado las colecciones de novelas cortas durante los sesenta años anteriores» (2023: 405).
Por último, Tanganelli se detiene en otro escritor finisecular de origen portugués: «Un paratexto cambiante: los Excesos amorosos en cuatro novelas ejemplares de Antonio Vital Pizarro y Cuña» (2023: 409-423). La compulsación meticulosa de los dos únicos testimonios conservados (L y M) facilita su explicación a propósito de la ausencia de los preliminares legales, incidiendo en una misteriosa doble portada, el impresor ausente, los preliminares encomiásticos e incluso el mecenas del libro: Aires Teles de Menezes, que no aparece en la edición lisboeta. Estas pesquisas paratextuales conducen a Tanganelli a proponer que quizá «se preparara antes el cuadernillo inicial de M y luego el de L» (2023: 420), reconociendo la importancia de los mercados editoriales para la circulación de esta impresión no autorizada: «era prioritario que el libro circulara como un volumen extranjero tanto en España (con pie lisboeta) como en Portugal (con pie madrileño) para que nadie reparara en la ausencia de los paratextos legales» (2023: 421).
Junto a todas estas interesantes propuestas, la edición de García Aguilar y Bonilla Cerezo se complementa con un ingenioso «Cuaderno de paratextos» (2023: 11-15), que entronca con la temática del monográfico y su espíritu didáctico. Por medio de este artificio ficcional, se ejemplifica el uso de los preliminares en los impresos del siglo xvii, incluyendo su respectiva tasa, fe de erratas, censura, aprobación y privilegio real. Asimismo, se incorporan versos humorísticos que tratan sobre asuntos pertenecientes al género paratextual, apuntando a los coordinadores del volumen, en un claro e irónico homenaje al Quijote cervantino, al que ningún autor de la época se preocupó por dedicarle siquiera un poema. En este punto, conviene recordar la famosa carta de Lope, datada en 14 de agosto de 1604: «De poetas, no digo: buen siglo es este. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote». Las notas cómicas continúan con el epígrafe inicial, que traslada una popular cita del expresidente del Real Betis Balompié, Manuel Ruiz de Lopera, sustituyendo al equipo de fútbol por la presente edición: «¡Un libro libre, limpio, en primera, de ustedes!» (2023: 9). De igual forma, el colofón final concluye estas insinuaciones jocosas, aunando el componente textual con el visual: la burla en torno a la festividad de santa Herundina [sic], que coincide con la fecha en que se comenzó a imprimir el libro (23 de julio de 2023), y la imagen de un mono tití abrazando el dedo de una persona bajo el lema «Soli Deo Honor et Gloria» (2023: 425).
En definitiva, El discurso paratextual en la novela corta del Barroco se presenta como un estudio señero en el ámbito del paratexto literario aurisecular, que combina a la perfección dieciocho capítulos rigurosos (y un «cuento» introductorio) con la cómplice colaboración de dos avezados expertos en la materia que muestran al lector los entresijos preliminares del libro antiguo.
Samuel Parada Juncal
Universidade de Santiago de Compostela
samuelparada.juncal@usc.es
Fernán González de Eslava (2023).
Coloquios espirituales y sacramentales.
Introducción, edición y notas de Antonio Lorente Medina.
Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 853 pp.
[ISBN 978-84-362-7867-5].
Antonio Lorente, catedrático emérito de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, es quien más sabe de literatura colonial, e hispanoamericana en general, desde sus inicios hasta la actualidad. Conoce, enciclopédicamente, las fechas, los acontecimientos, la legislación, los festejos, las costumbres, la moral, la religión, la milicia, los cargos políticos y religiosos..., y ¡además, los recuerda con precisión y trae a colación con donosura! Después de una decena de ediciones y monografías fundamentales (sobre Sigüenza y Góngora, Del Valle y Caviedes, el Lazarillo de ciegos caminantes, los fabulistas dieciochescos, la poesía burlesca ultramarina, la literatura indigenista, etc.) y un centenar largo de artículos, nos ofrece ahora la edición definitiva de los Coloquios de González de Eslava, a los que ha dedicado largos y pacientes años de estudio. Es el décimo volumen de una colección ejemplar que él mismo dirige, donde ya se han publicado cronistas de Indias, como Bernal Díaz, y autores de epopeyas, como Bernardo de Balbuena, Mauricio Magdaleno, pasando por Joaquín Fernández de Lizardi, Lucio Victorio Mansilla, Ignacio Manuel Altamirano, José Martí, Rubén Darío o José Eustasio Rivera.
Por fin podemos deleitarnos, y aprender, con una buena colección de teatro religioso del siglo xvi, que por su variedad de asuntos, situaciones, géneros y personajes (de carne y hueso o alegóricos, históricos y bíblicos, teológicos y costumbristas, figuras de entremés y ganapanes), y por la calidad del verso y de los recursos retóricos es todo un (re)descubrimiento. Lorente ha redactado, además, una rigurosa, y primorosa, introducción de dos centenares de páginas que es por sí misma una monografía completísima, pues resuelve todos los problemas (ecdóticos, métricos, conceptuales, de datación, biográficos, histórico-contextuales, ideológicos, teológicos, etnográficos...) de la obra del gran Eslava; cuando no ha encontrado el documento o acontecimiento, su ope ingenii es muy verosímil. Dicha introducción incluye: 1. «Construcción crítica y realidad biográfica» (2023: 20-84); 2. «El título de su obra teatral, su transmisión y cronología posible» (2023: 84-166), que se divide en tres subepígrafes; 3. «Un teatro contrarreformista» (2023: 166-196); y 4. «La lengua de los Coloquios» (2023: 196-206), donde también señala las normas de transcripción, edición y anotación.
En las primeras cincuenta páginas, engarza acontecimientos históricos, políticos, económicos, religiosos... para datar cada uno de los dieciséis coloquios, documentando perspicuamente, sin rémoras bibliográficas ni redundantes datos, con una amenidad que agradece el lector y huyendo de las frías tablas cronológicas. Eventualmente señala el contexto religioso o moral que justifica o explicita la ocasión de la escritura o representación. Por ejemplo:
algunos de los coloquios que escribió en esta década [la de 1570] constituyen un testimonio indirecto del ambiente de intolerancia contra los cripto-judíos. [...] Unas veces desarrolló dramáticamente el tema de la sustitución de la Ley de Escritura por la Ley Cristiana, como vimos en el coloquio VIII. [...] Otras veces dramatizó la acusación al pueblo judío de matar a su señor, como hizo en el coloquio XI» (2023: 75).
Tampoco tiene ningún empacho en contradecir, siempre con argumentos y documentos, las opiniones de la crítica previa (Arróniz, Frenk, Post, etc.) y actual, mucho más escasa, porque los estupendos Coloquios de Eslava estaban un tanto olvidados. Buena muestra del rigor ecdótico es, por ejemplo, la minuciosa descripción de la transmisión del coloquio V: a lo largo de ocho páginas (97-104) demuestra la errónea atribución de algunos parlamentos, en los paratextos y acotaciones, a personajes equivocados, que no se habían tenido en cuenta por los editores anteriores.
El apartado 2.3 («La cronología de sus obras dramáticas» [2023: 104-166]) es un dechado de rigor académico y una muestra excelente de cómo investigar, sin dejar de lado la crítica previa, en fondos documentales, sea por el acontecimiento que está en el origen, sea por alguna cuestión formal o genérica. Aunque «todos ellos sin excepción fueron compuestos para celebrar una fiesta concreta, o para subrayar un hecho relevante en la historia social novohispana» (2023: 109), como el XII, que tuvo que representarse tras la batalla de Lepanto (octubre de 1571) «y por el nacimiento del príncipe heredero» (2023: 117), en la segunda quincena de julio de 1572, que ilustra además con extractos de los parlamentos de algunos personajes. Fecha cada coloquio, incluso cuando los datos son difusos, como es el caso del V, porque refleja «la larga campaña político-religiosa llevada a cabo por el virrey Enríquez entre 1569 y 1574» (2023: 122). Otras veces, resalta un hecho «inadvertido hasta el momento: la inauguración de la ruta comercial Acapulco-Manila» (2023: 126), que tuvo lugar en 1573 y le sirve para datar el coloquio VII y, de paso, subrayar amenamente la importancia del evento histórico. También señala aspectos escenográficos pertinentes, como cuando recuerda que para la representación del VIII hubo un despliegue de «espectacularidad teatral, como en su mayor densidad político-dogmática» (2023: 142), porque se escenificó «la llegada de Jesucristo, que instituyó la Ley de la Gracia, de acuerdo con el pensamiento de los canonistas medievales» (2023: 143).
La omnipresencia de las directrices del Concilio de Trento, en el siguiente epígrafe, las analiza desde todos los puntos de vista, porque «no hay coloquio que no posea, en mayor o menor grado, todas las características [...] contrarreformistas», porque se trata de «un teatro esencialmente catequístico y dogmático, muy emparentado con el de Diego Sánchez de Badajoz» (2023: 176). De modo que trae a colación las principales tesis de Trento (especialmente la doctrina del libre albedrío, o la voluntad salvífica de Dios) y las analiza cumplidamente el profesor Lorente. Así lo subraya, verbigracia, la omnipresencia de la Virgen María en el X, «única mediadora directa por su condición de madre del Redentor» (2023: 192), cuyo protagonismo es patente en el VIII, o en el XIV, con la advocación de la Virgen de los Remedios, o en el IV, cuando los cuatro primeros padres de la Iglesia demuestran el misterio de la Inmaculada Concepción.
El contenido y el mensaje de este teatro es nítido y directo, pues son piezas representables que deberían entenderse con relativa facilidad, sin oscuridades teológicas o escolásticas añadidas; lo agradecería el público asistente, que seguiría muy de grado las omnipresentes quintillas, adecuadas al sermo humilis que requiere este tipo de teatro didáctico-espiritual. Lo que no quiere decir que no expusiera complejas cuestiones teológicas, como, por ejemplo, la disputa del coloquio XVI entre Entendimiento y Caridad, esta vez en octavas reales, como requiere el contenido, pues aquel se queja de la Voluntad:
Entendimiento: No siento cómo cuente lo que pasa
Caridad: ¿Pues cómo el que lo pasa no lo entiende? 610
Entendimiento: Un fuego de discordia nos abrasa,
y sola Voluntad es quien lo enciende.
Caridad: Quien tiene al que es ladrón dentro en su casa,
con gran dificultad dél se defiende.
Entendimiento: Sospecho tanto mal de su compaña, 615
que aun con el bien presumo que me engaña.
Estos coloquios son, además, una excelente muestra del costumbrismo de la sociedad colonial, porque «la mayor originalidad de Eslava estriba en el sabio aprovechamiento de numerosos aspectos de la vida cotidiana para la composición de sus piezas teatrales» (2023: 177).
Todas las obras se analizan y documentan en la introducción común, para precisar las circunstancias de la fecha de redacción o representación, o ambas, su transmisión y los problemas textuales, de modo que el texto y sus respectivas notas ocupan la segunda parte del libro. A tal fin, recoge los diversos registros, incluido, claro, el lenguaje de germanías (véase, v.g., 2023: 417). Todo nos lo relata (y uso el verbo adrede) el profesor Lorente con una prosa ágil y amena, nada prolija ni envarada, desde las circunstancias del primero en la tabla, El obraje divino, hasta el decimosexto, Del bosque divino, donde Dios Nuestro Señor tiene sus aves y animales, pasando, por ejemplo, por el pintoresco IX, Del alhóndiga divina, o el patético XIV, que ilustra La pestilencia que dio sobre los naturales de México y de las diligencia y remedios que el virrey don Martín Enríquez hizo: «Yo soy la red barredera / en quien todo mal se incluye, / yo quien todo lo destruye, / y doy muerte al que me espera / y también al que me huye» (vv. 71-75). Las grafías están actualizadas y normalizadas, los textos, excelentemente anotados. Las veintidós páginas de la completa bibliografía recogen todos los estudios necesarios. Bienvenido sea.
Guillermo Serés
Universitat de Barcelona
Guillermo.Seres@uab.cat
Arturo Jiménez Moreno (2023).
La incorporación de la mujer a la cultura escrita en el siglo xv.
Salamanca: Universidad de Salamanca, 640 pp.
[ISBN 978-84-13118-54-3].
Este monográfico nace tras un largo trabajo de investigación para poner sobre la mesa un número ni mucho menos insignificante de mujeres próximas a la cultura escrita del siglo xv. El compendio propuesto de más de 250 nombres no solo recoge a aquellas pertenecientes a este siglo, sino también a las que, si bien no corresponden a él estrictamente, sí se nutrieron del mismo contexto cultural del quattrocento. El acceso a la cultura escrita está, por razones obvias, íntimamente unida a la presencia de las mujeres en espacios de poder. Para alcanzar esa posición, pero principalmente para mantenerse en ella, la instrucción de las féminas era imprescindible y es por eso que se han podido encontrar indicios del contacto con lo escrito en el ámbito femenino. La mujer que participa como sujeto agente en la sociedad cortesana debe estar necesariamente instruida.
La estructura del libro invita a explorar este panorama femenino que se abre ante los lectores especializados. Está compuesto por una precisa introducción metodológica, dos bloques principales de contenido y una serie de anexos e índices que facilitan el trabajo investigador de aquellos que deseen utilizar el monográfico como punto de partida para profundizar en la materia. En lo que al contenido respecta, el primer apartado se subdivide en tres capítulos en los que se ponen en relación la sociedad, la cultura escrita y el lugar que ocupa la mujer en ese mundo. El capítulo primero expone las distintas huellas que quedan de la participación de la mujer en la escritura y la lectura. Abarca cuestiones como la correspondencia, la traducción, sus lecturas y debates en conjunto, etc. e incluso su cercana relación con la poesía de cancionero. En la segunda sección se reconoce la importancia de las lenguas vernáculas como motor de cambio de las dinámicas de la cultura escrita hasta entonces establecidas, la correlación directa entre las clases altas y la instrucción de las mujeres —que abarca a todas, desde reinas hasta religiosas—, y el valor de la cultura para poder desempeñar correctamente las labores que exige su posición social en lo económico y lo político. La corte y el convento son, un siglo más, los lugares donde más se potencia su formación. Estos últimos continúan su labor de proteger la cultura existente. El tercer capítulo recoge las diversas razones por las que una mujer recibe y utiliza su instrucción, razones que por supuesto están sujetas a un contexto que restringe el foco a la alta sociedad. Las más destacadas son: la economía (mediante libros de cuentas), la correspondencia y el libro como medio para acceder a Dios. Resulta interesante un último apartado que indica el tiempo y espacio del que disponían las mujeres para enfrascarse en la lectura. Como en la actualidad, no era mucho. De ahí la importancia de la lectura oral como vínculo con lo escrito.
Una división llamativa que establece el monográfico es la de lectoras localizadas y latentes. Estas últimas, en particular, son a quienes se puede extender la duda de si tuvieron acceso a lo escrito o no por el contexto que las rodea, puesto que indica altas probabilidades de una respuesta afirmativa a esta pregunta. En palabras del autor, son «aquellas que, aún viviendo bajo las mismas circunstancias que otras lectoras localizadas, no han dejado ningún rastro de esta actividad» (2023: 53). También se expone el papel de la mujer en la traducción de textos como el «Livre de trois virtus» de Christine de Pisan. Más adelante, en el siglo xvii, la traducción se convertiría en un símbolo de prestigio social, una vía para que las féminas ocuparan espacios típicamente masculinos, como se expone en «Society Women and Enlightened Charity in Spain» (M. Jaffe y Martín-Valdepeñas, 2022). Las redes femeninas que comienzan a tejerse ahora sirven de impulso para todas las que participan —y participarán— en ellas, son el vehículo para desarrollarse culturalmente, no de forma aislada sino conjunta, dentro del propio entorno en el que se desenvuelven.
Otra parte importante del análisis gira en torno a los indicios sobre la competencia lectora femenina: la concurrencia de varios de ellos aumenta la probabilidad de que la mujer objeto de análisis sea mujer lectora. Para perfilar a una potencial lectora, según el trabajo realizado por el doctor Jiménez, se pone la atención sobre «los inventarios de libros», la dedicatoria de una obra —cuya motivación suele ser de tres tipos: económica o de protección, devota o espiritual y didáctica— y la alfabetización y educación de las mujeres. La circulación de libros —por herencia, por intercambio, etc.— fue otro de los motores que potenciarían la cultura escrita hasta alcanzar los valores del siglo xvii. También se cuestionan aspectos tan fundamentales como qué convierte un conjunto de libros en una biblioteca: ¿es una cuestión de cantidad? ¿Depende en realidad de una línea de pensamiento que una esos volúmenes?
El segundo bloque contiene el corpus que da sentido a toda la obra. En cada entrada se exponen detalles de la vida y actividad de las mujeres cuidadosamente escogidos para contribuir al objetivo de la investigación: documentar la relación entre ellas y la cultura escrita. Tal y como Arturo Jiménez expone: «no se trata de esbozar una línea biográfica [...] sino de seleccionar aquellas circunstancias que nos permiten analizar a cada mujer dentro de un contexto próximo al libro y a la lectura» (2023: 210). No importa tanto el contenido de sus lecturas como el concepto de mujer lectora que se crea en el imaginario colectivo. Eso es lo que poderosamente influye en la cultura escrita de la época —y de las posteriores— en lo que a la feminidad respecta. Se debe reconocer la dificultad de un trabajo documental como este, donde la escasez de indicios para descubrir a todas las mujeres que quedaron en la sombra obliga a considerar a todas aquellas lectoras fantasma que, al menos por el momento, quedan condenadas a habitar las sombras de la historia de la lectura.
Tras una vastísima bibliografía que constata la calidad y magnitud de este monográfico, se pueden consultar hasta cinco anexos que terminan de dar forma al contenido, enriqueciéndolo aún más si cabe. Les siguen diversos apartados finales pensados para facilitar el trabajo de consulta: un índice onomástico, uno toponímico y otro ordenado según el autor y la obra. En definitiva, se trata de un interesante manual de consulta al que debe dársele tal uso, puesto que destaca por su completitud. Permite abordar el estudio de la cultura escrita —y la aproximación femenina a la misma— desde multitud de ángulos. Es la potencialidad de este libro lo que mayor valor le otorga. Puede —y debe— ser utilizado como herramienta para continuar expandiendo el conocimiento en el camino que ha abierto. Arturo Jiménez Moreno nos invita a utilizar lo sembrado en estas páginas para cultivar nueva tierra investigadora con ello.
Carolina de Alejandro Izquierdo
Universidad Autónoma de Madrid
carolina.dealejandro@estudiante.uam.es
Salvador Lira (2023).
En el trono, en la tumba y en el cielo. Los actos de Real Sucesión por la Real Audiencia de México durante la transición dinástica (1665-1725).
Zacatecas: Paradoja Editores, 402 pp.
[ISBN 978-607-555-153-1].
Es sabido que los investigadores talentosos suelen denominar con tino sus producciones textuales. Salvador Lira ofrece, en su más reciente libro, un claro ejemplo de la importancia que tiene definir, delimitar y justificar el objeto de estudio desde el título del trabajo de investigación. Sin embargo, también se conocen los riesgos de juzgar un libro por su portada, así que es necesario ponderar las virtudes del contenido, además de resaltar el cuidado y el arte de la edición. De ahí la pertinencia de revisar el proceso de investigación que antecede a los textos que aportan nuevos conocimientos en la disciplina de su competencia.
Dadas las habilidades analíticas del autor, no es novedad afirmar que este reciente producto impreso es el resultado de años de esfuerzos, búsquedas y deliberaciones académicas acerca de un acontecimiento nodal para reconocer e interpretar la cultura letrada y las ceremonias especiales acaecidas en el mundo novohispano. De entrada, el asunto principal tiene pertinencia y originalidad, pues constituye uno de los muchos temas retórico-simbólicos trascendentales, a los cuales no se les ha prestado la debida atención; así, este exhaustivo estudio colabora en la tarea de dilucidar un acontecimiento político, emblemático, histórico y cultural poco explicado y fundamentado.
Como es necesario, el estudio se inicia mediante un profuso recorrido a través de los interesantes vericuetos del antiguo, pero perenne, arte de la emblemática; no recurriendo a una mera descripción, sino estableciendo el andamiaje teórico-metodológico suficiente para enfocar la discusión de las sucesiones reales desde la hipótesis que propone interpretarlas y clasificarlas desde la perspectiva de la fiesta barroca. Enseguida se presentan y explican detenidamente el proceso, las partes, las etapas y los conceptos que los rituales elitistas de transición tuvieron en la Nueva España, en especial, claro, las exequias y las juras reales. Al mismo tiempo se diferencian los eventos festivos religiosos de los monárquicos, aunque ambos pertenezcan a la categoría indicada de la fiesta barroca novohispana.
Así, el autor arriba al paradigmático y especial caso del cambio de sucesión entre casas reales diferentes, es decir, las adaptaciones y resignificaciones que operaron justo durante el tránsito del poder desde Felipe IV hasta Carlos II. En otras palabras, de la estirpe de los Austrias a la dinastía de los Borbones. Lógicamente, dichas variaciones, a caballo entre las contingencias y las tradiciones, provocaron discursos diversos: iconográficos, lingüísticos y mixtos, cuya exégesis original, no siempre fácil, es revelada, desmenuzada y puesta al día por el doctor Lira. El cierre del trabajo se redondea con el énfasis de los emblemas utilizados y adaptados de acuerdo a la ocasión, por connotados apologistas, cronistas, voceros, artistas y poetas de la realeza —de la talla de sor Juana Inés de la Cruz, fray Andrés de San Miguel y Juan Ignacio de Castorena— tanto aquellos símbolos aderezados de cierto sincretismo americano, como los recursos retóricos y astrológicos.
La caracterización de los rituales elitistas, en este caso, de la monarquía española, requirió de dos aspectos esenciales, a fin de concretar los resultados de la investigación: primero, el conocimiento profundo del entramado semántico que instaló símbolos, conceptos y emblemas dentro del discurso apologético y fúnebre, en tanto piedras angulares de los registros históricos del ciclo de sucesiones monárquicas —no sobra aclarar que estos procedimientos configuraron personajes, artificios y lirismos, más que personas de carne y hueso—; y, segundo, el refinamiento de la capacidad exegética para desentrañar los misterios de los protocolos, ritos y representaciones de estas manifestaciones polisémicas, propias de la monarquía católica, a lo largo y ancho del imperio, y especialmente en el territorio de la Nueva España.
Gracias a esta arquitectura discursiva de los contenidos analizados, que a su vez proviene de las sólidas bases del diseño de la investigación propiamente dicha, el autor puede probar sus cuestionamientos iniciales y proponer la denominación de «Actos de Real Sucesión» para todo acontecimiento festivo auspiciado, en la Nueva España, por la Real Audiencia de México, institución responsable de cuidar y prevalecer la continuidad ritual de la realeza española; entre los que destacan los arcos triunfales, el paseo del pendón, los túmulos imperiales y las juras reales. Por otro lado, tal denominación podría aplicarse a cualesquiera otras ceremonias similares en otras regiones monárquicas.
Mención aparte merece la conjunción de datos, autores y textos originales que brillan gracias al contexto, el análisis y la edición del doctor Lira. Se reconoce su capacidad para valorar la historia del libro y la importancia del rescate cultural de hechos y discursos. Buena cuenta da el autor de tales recursos, hasta entretejer con seriedad, conocimiento y disciplina, un estudio digno de difusión.
Alberto Ortiz
Universidad Autónoma de Zacatecas
albor2002@gmail.com
Sagrario López Poza (2023).
Divisas o empresas de los Austrias. Expresiones simbólicas de representación personal.
A Coruña: SIELAE, 402 pp.
[ISBN 978-84-09-55956-5].
A finales del año 2023, casi como un regalo de Navidad, vio la luz el libro del que hago una reseña. Es un regalo porque, como leemos en la página de créditos, escuchamos algo muy hermoso, que la finalidad de este libro es la difusión del conocimiento, sin ningún ánimo de lucro; a ello podríamos añadir que sin ninguna clase de recompensa personal. Solo se trata —nada más y nada menos— de compartir conocimiento, el objetivo más noble que pueda imaginarse y, como bien sabemos, gran conocimiento compartirá la autora sobre el tema de este libro, como lo hace en otros de semejante interés.
Sagrario López Poza, como es bien sabido, es una gran autoridad en el conocimiento de empresas o divisas. La emblemática es una de sus fortalezas. Muchos años de investigación avalan su erudición y su sabiduría. Desde que se ocupó de las Empresas de Saavedra Fajardo, dando a la luz su espléndida edición en el año 1999 y dedicándole importantes estudios en ese y años sucesivos, se ha mantenido en este campo, siendo en él —no hace falta insistir— una verdadera autoridad. Sus muchos e innovadores trabajos han abierto camino, en el que ella es guía indiscutible. Este libro, que lleva por título Divisas o empresas de los Austrias, al que se añade, a modo de explicación, un subtítulo, «Expresiones simbólicas de representación», es el culmen de una trayectoria en la que ha ido deteniéndose en las divisas de distintos personajes, a la vez que en cuestiones conceptuales. Las investigaciones realizadas la han movido a escribir esta obra, cuyo contenido se resume con mucha claridad, a la vez que modestia, ya que el libro ofrece muchísimo más de lo que se anticipa. Esas palabras merecen, a mi juicio, ofrecerlas aquí:
Las divisas o empresas (creaciones simbólicas ingeniosas en que interviene la palabra y la imagen) fueron usadas por reyes, caballeros y damas para transmitir mensajes personales desde los inicios del género (a finales de la Baja Edad Media) hasta finales del siglo xvii. Este libro expone los rasgos genéricos y variedades de esta modalidad de la Emblemática y ofrece un análisis detallado de noventa divisas o empresas que se asocian a treinta y seis individuos de la estirpe de la casa de Austria y sus ascendentes.
Sí, es verdad, transmiten mensajes, se exponen rasgos genéricos, se analizan detalladamente las divisas (¡noventa!) de treinta y seis personalidades, sí, eso está, pero aquí, con la sencilla claridad de quien sabe escoger la quintaesencia, está retratada la historia de una época importantísima e irrepetible, a la que se accede fácilmente y de la que se aprende mucho más de lo esperado. El análisis de las divisas y el contexto que se ofrece logran aquel desideratum difícilmente alcanzable del utile et dulce.
La profesora López Poza ha sabido escribir unas páginas que se leen con enorme placer. Sabía bien qué necesitaban los distintos lectores, puesto que este libro está destinado tanto a los especialistas como a un público culto, pero no especializado. En muchos casos estas divisas o empresas habían sido analizadas en profundidad por la autora en artículos científicos de enorme categoría; valgan de ejemplo títulos como «Divisas o empresas históricas de damas. Algunos testimonios (siglos xv y xvi)», con Nieves Pena Sueiro, de 2008, artículo en el que se encuentran algunas mujeres que vemos en el libro que nos ocupa; «Nec spe nec metu y otras empresas o divisas de Felipe II», del año 2011; «Empresas o divisas de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (los Reyes Católicos)», de 2012; «Empresas o divisas del rey Felipe III de España», de 2013; «Divisas del emperador Maximiliano I de Austria», de 2021; o «Divisas o empresas de infantas españolas casadas con reyes o príncipes de la dinastía Avis de Portugal (fines del siglo xv y siglo xvi», de 2022.
En cuanto a otras cuestiones presentes en el libro, en ellas brilla la experiencia surgida de estudios previos, siendo de obligada mención destacar el proyecto hecho realidad con la creación de Symbola, una base de datos de obligada consulta, que cada día se enriquece y, a la vez, enriquece a su creadora. Con estos antecedentes, a los que alude López Poza en su «Preámbulo y agradecimientos», es seguro que podamos disfrutar leyendo lo que dice de unas divisas que hablan de unos personajes que pertenecen y son parte de una época extraordinaria, tema este de las divisas que había de ser abordado y que, tal como verá el lector, añade conocimiento a una época irrepetible.
El libro, perfectamente estructurado, tras el «Índice general», «Dedicatoria» y «Preámbulo y agradecimientos», comienza con una «Introducción», en la que se atienden diversos e interesantes aspectos que sirven de guía, consiguiendo que la lectura sea más provechosa, pues la autora ofrece las «herramientas» necesarias para caminar por el libro, ofreciendo sus objetivos y, a la vez, sus conocimientos. Los títulos que preceden a las distintas cuestiones son claramente parlantes. Los apartados son: «Planteamiento y propósito», «Naturaleza, elementos y terminología de las divisas», «Evolución de las divisas», «Tipos de divisas», «Particularidades formales de las divisas en reinos españoles», «Fuentes principales de la investigación» y «Advertencias de estilo».
El lector agradece las informaciones que se ofrecen en el primer apartado, como, por ejemplo, que en las divisas de los miembros de la casa de los Austria, estos son representados como individuos, y que las divisas eran identificables por su forma y contenido; que se sitúan en el tiempo transcurrido entre la proclamación de Felipe I, esposo de Juana I, hasta la muerte de Carlos II, un período en el que «el género» de divisas se mantuvo homogéneo.
La autora anuncia y explica la inclusión de las divisas de los progenitores de quienes inician la dinastía o casa de Austria, e, igualmente, la inclusión de las divisas de las parejas de los miembros de la dinastía. Se agradece que, para facilitar el mejor entendimiento de las divisas, haya considerado necesario ofrecer datos biográficos de cada individuo.
En el segundo apartado recuerda que las divisas o empresas se consideran una modalidad de la Emblemática y que en ellas se encuentran palabras e imagen. Sin embargo, afirma que las divisas poseen rasgos específicos, como son su naturaleza simbólica, su función comunicativa y su carácter individual. En cuanto a la variedad de términos que se utilizaban para nombrar las palabras y la imagen, anuncia que en este libro se emplearán, respectivamente, los términos «mote» y «pictura». Añadirá que «mote» e «imagen» juntos pueden ofrecer, cada uno, mensajes de distinto contenido, aunque, lógicamente, las mejores divisas son aquellas en las que «mote» e «imagen» se complementan. Un ejemplo, no incluido en las divi-
sas que se analizan en el libro, que es explicado con detalle, proporciona herramientas útiles para la lectura.
Muy interesante, curioso e ilustrativo es el apartado en que se habla de la evolución de las divisas, cuyos antecedentes se sitúan en el primer tercio del siglo xiv, mostrándose una rica panorámica, como ocurre al hablar de los tipos de divisas; y no falta una breve parada en las particularidades de las de los reinos de España.
La autora, finalmente, menciona las fuentes que ha utilizado e informa de algunas cuestiones de estilo. Ciertamente, en esta «Introducción» (2023: 11-28) nada puede echar de menos el lector. En cuanto al final, encontraremos unas páginas enormemente valiosas: «Consideraciones finales» (2023: 363-365), que sirven de «repaso» al lector; «Abreviaturas utilizadas» (2023: 367), a las que se acude necesariamente; «Bibliografía» (2023: 369-388), completísima; y unos utilísimos «Índices»: índice de motes de las divisas o empresas citadas (2023: 389-392), en el que, por orden alfabético, aparecen todos los «motes», añadiendo el propietario y remitiendo a la página o páginas del libro en que aparece; índice de propietarios de divisas o empresas citados, en el que son los propietarios los que aparecen en orden alfabético, yendo acompañados del «mote» y la página o páginas en las que aparecen; y el tercero: índice de motivos de las picturae de las divisas o empresas citadas, en el que el «motivo», es decir, lo pintado (aunque hay algunas empresas sin pictura), aparece en orden alfabético (comienza con un águila), acompañado de mote y con mención de las correspondientes páginas.
Abre la obra propiamente dicha el muy útil «Árbol genealógico de propietarios de divisas analizadas» (2023: 29-ss.). A continuación, la autora se centra en su objetivo, comenzando con las «Divisas de ascendientes inmediatos» (2023: 33-81), a saber, María de Borgoña y Maximiliano I de Austria y los Reyes Católicos; le siguen las «Divisas de miembros de la casa de Austria» (2023: 83-362), cuyos propietarios son: Felipe I de Castilla, Juana I de Castilla, Leonor de Austria, Carlos I de España, Isabel de Portugal, Isabel de Austria, Fernando I, María de Hungría, Catalina de Austria, Felipe II, María Manuela de Portugal, María Tudor, Isabel de Valois, Anna de Austria, María de Austria, Juana de Austria, Isabel Clara Eugenia, Catalina Micaela de Austria, Felipe III, Margarita de Austria, Ana María Mauricia de Austria, Felipe IV, Isabel de Borbón, Mariana de Austria, María Teresa de Austria y Borbón, Carlos II y Margarita Teresa de Austria.
La autora, partiendo de lo que considera divisa o empresa, mantiene semejante esquema en todas ellas, siendo fiel a sus principios. La diversidad que podemos encontrar responde a la condición de los individuos, a la cantidad de divisas que cada uno pueda tener y, lógicamente, a la naturaleza de estas.
La breve información que ofrece de los personajes no omite nada que sea importante; el lector la agradece, pues en ella, además de dar luz a la divisa, se contempla bastante de la historia de una dinastía tan importante; en algunos casos, la información es mayor o más importante, pero eso depende de la biografía de cada individuo. Se dan noticias de su nacimiento (la fecha y el nombre de sus padres) y, en su caso, de su reinado, así como de sus acciones o hazañas, matrimonios, etc., pero lo importante son las divisas, que son analizadas en profundidad.
Se trata siempre de explicar el porqué, cuándo y para qué, es decir, el significado o razón de las divisas, de descubrir y mostrar qué quieren decir esas picturae que se contemplan, tan diferentes unas de otras. Aparecen animales, como águilas armiño, caballo, león o pavo real; del mundo vegetal, árboles y flores, como el lirio, caléndula, rosa; frutos, como la granada; la mitología y la religión también proporcionan picturae, y lo hace la naturaleza (así el sol, la luna, las estrellas, o el orbe terrestre); no faltan obras hechas por el hombre (la nave, el yugo, la rueda), etc. En fin, la autora se ocupa del significado y lo explica. Hay, por otra parte, divisas (once en total) en las que no hay pictura.
Cuestión fundamental es comprobar cómo se complementan «pictura» y «mote» y saber qué dice de sí el individuo que ha elegido esta u otra divisa, extremos estos no fáciles de entender (también en unos pocos casos falta el mote). La autora intenta y consigue, prácticamente siempre, dar razón de los «motes», ya lea «Ad utrumque», «Reliquum datur», «Non sufficit orbis», «His deus ocia fecit», etc. Para ello se hace preguntas y da respuestas, a veces más de una respuesta, ya que no siempre hay certeza. La autora, no hay duda, acude a todo lo que se ha dicho de cada divisa o que pueda darle luz. La luz viene de muchos lugares. La bibliografía es exhaustiva y la aduce inteligentemente. La profesora López Poza cuenta con un bagaje intelectual extraordinario y un rigor científico encomiable. Y los muestra. Y el lector aprehende mucho más de lo que espera y, sobre todo, disfruta.
Los motes están escritos en lenguas distintas, aunque predomina la latina. El origen de algunos motes se encuentra en obras literarias. La autora entonces ofrece el contexto, y traduce mote y contexto.
Merece la pena destacar las imágenes que este libro ofrece, doscientas doce, magníficas todas, muy cuidadas; su presencia es fundamental; encontramos las divisas y, además de ellas, retratos de los propietarios de las mismas. Todas las imágenes contienen los datos necesarios para localizarlas. Se encuentran en manuscritos, obras editadas, monumentos o museos, si las divisas están en retratos o medallas; se da cuenta de las bibliotecas y signaturas correspondientes, los catálogos, etc.
Cada divisa es un trabajo espléndido que ha cuidado con primor la profesora López Poza; merece la pena leer despacio, descubriendo la labor casi «detectivesca» de la autora ante algunas divisas. Incita al lector a acompañarla; a veces, el lector se lanza a descubrir qué hay en ese pequeño y «raro» dibujo, y pretende encontrar qué tiene que ver con las pocas palabras que lo acompañan. No es fácil descubrirlo; pero, si se llega a vislumbrar apenas algo, es un regalo. Cuando el lector llega al final, admira la «pericia filológica» de la autora y todo está claro.
Durante mi lectura iba tomando notas o poniendo en los márgenes una frase, una marca, y en el propio texto no pocos subrayados. Mantenía un diálogo con el libro, dirigiéndome tanto a la autora como a las vivas palabras que iba leyendo. Si la lectura produce placer, esta obra lo avala de modo incontestable.
Francisca Moya del Baño
Universidad de Murcia
fmoya@um.es
Jesús Ponce Cárdenas (2023).
Escolios gongorinos. Biografía, anotaciones y defensas.
Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Vervuert, 284 pp.
[ISBN 978-84-9192-374-9].
A pesar de que el estudio de Góngora y de su inextinguible estela haya producido en el siglo pasado fulgurantes frutos filológicos, su incomparable legado en las letras españolas todavía invita a múltiples asedios desde distintas perspectivas. Entre las principales aportaciones de los últimos lustros, cabría citar tres grandes líneas: 1) las ediciones críticas anotadas; 2) el estudio de poetas que evidencian su influjo; y 3) la profundización en la polémica gongorina, con la exhumación y análisis de comentarios, epístolas y panfletos de todo perfil. El último volumen publicado por Jesús Ponce Cárdenas, Escolios gongorinos. Biografía, anotaciones y defensas, posible gracias al proyecto «Hibridismo y Elogio en la España Áurea» (HELEA), centra su atención en esta última parcela. Más concretamente, el libro supone una firme apuesta por una serie de escoliastas (Martín Vázquez Siruela, Francisco del Villar, Manuel Serrano de Paz y, en una medida distinta, Hortensio Félix Paravicino en tanto que biógrafo de Góngora) algo preteridos e incluso menospreciados por la crítica.
Tras una somera pero detallada introducción, el volumen se inaugura con «Entre Lelio y Hortensio: glosas a la Vida y escritos de don Luis de Góngora». El estudio aborda un documento de capital importancia para reconstruir el relato biográfico de Góngora que una de sus amistades más cercanas, Hortensio Félix Paravicino (1580-1633), quiso legar a sus contemporáneos como encabezamiento al Manuscrito Chacón. Se trata, como nota el filólogo complutense, de una biografía erudita o alejandrina que combina la presentación de los hitos principales de la existencia con la alabanza y la apología. El artículo examina, primeramente, la estructura del texto, tanto su dispositio como la relación con los cauces retóricos clásicos y las estrategias de las que se sirve el predicador barroco para sortear algunos de los escollos que podían presentar las andanzas vitales del cordobés (su fama de proceder de un linaje de conversos, la presencia de versos amorosos y burlescos, la oscuridad de sus obras mayores, etc.).
El trabajo también pone en paralelo el contenido de la Vida, así como su relación con la polémica, con el «Romance describiendo la noche y el día, dirigido a don Luis de Góngora», más conocido como Himno al amanecer, que combina una cronografía con la exaltación del ingenio andaluz, llegando en sus últimas líneas a sugerir una analogía entre los ataques que el vate cordobés y él mismo habían recibido por la oscuridad de sus respectivos estilos. Asimismo, Ponce Cárdenas, observa cómo se construye la ponderación de Góngora sirviéndose, sobre todo, de términos que subrayan su singularidad y que lo comparan con un gigante frente a sus enanos adversarios. Al final, se concluye evidenciando de qué manera el relato se incardina perfectamente en el marco de la polémica en tanto que «pequeña pieza oratoria que oscila entre lo biográfico y lo apologético» (2023: 46).
El ensayo «Martín Vázquez Siruela: pequeño perfil biográfico» traza la semblanza de este erudito de origen malagueño (1600-1664) hasta hace escasos años poco reconocido en el campo de la filología. Siguiendo las huellas de la Bibliotheca Hispana de Nicolás Antonio y de algunos documentos hallados por Antonio Gallego Morell, se divide la semblanza en tres grandes etapas: 1) los años de formación humanística y sus primeros pasos en la carrera eclesiástica; 2) su etapa central en la corte, como preceptor de vástagos de la alta nobleza; y 3) la época última de su vida como racionero en la catedral de Sevilla y asesor en materias anticuarias del marqués de Estepa. Entre los aspectos en los que profundiza esta indagación, resulta oportuno destacar la relación de Vázquez Siruela con los círculos cultos de Granada, según lo testimonia su presencia en los versos de Collado del Hierro. Igualmente, Ponce Cárdenas se detiene en la mudanza del admirador de Góngora a la corte en 1642 como preceptor de don Gaspar Méndez de Haro y Fernández de Córdoba (1629-1687) o su traslado final al clero hispalense. Al final, la coda del ensayo rescata su valía como erudito y humanista capaz, que por ser «algo disperso» (2023: 61) no pudo llevar a buen término todas las empresas que quiso acometer.
Siguiendo la aproximación al mismo escoliasta, el trabajo «In schedis: dos notas al Panegírico al duque de Lerma de Martín Vázquez Siruela» se ocupa de la perspectiva crítica de este erudito meridional reparando en varios aspectos. En primer lugar, se pasa revista a las valoraciones que Vázquez Siruela vertió acerca de las Lecciones solemnes de Pellicer, a quien achaca numerosos errores. Asimismo, se cotejan sus apostillas no solo con las del cronista de Aragón, sino también con las de Salcedo Coronel. Tal parangón pone de manifiesto, por ejemplo, cómo Vázquez Siruela es el único en sugerir que tras los versos «armada / de paz su diestra» (vv. 18-19) podría latir el magisterio de una de las Silvas de Estacio («Dextra vetat pugna, laevam Tritonia virgo / non gravat», I, 1). El descubrimiento del hipotexto permite concluir que, a pesar de los ocasionales excesos de pedantería, los comentarios siguen siendo imprescindibles para una cabal comprensión de los versos gongorinos.
«Francisco Villar: semblanza de un erudito barroco» ofrece un nuevo acercamiento biográfico –al alimón de una valoración de sus escritos– a otro personaje relacionado con la apología de Góngora en el contexto de la polémica. Para ello, la investigación se abre con un repaso de algunas de las líneas maestras de la trayectoria vital del andujareño (1565-1639). De entre ellas cabe recordar su paso por la Universidad de Alcalá, su obtención de una capellanía en Jaén o su regreso final a Andújar, donde habría de desempeñar distintos cargos. A continuación, Ponce Cárdenas pasa revista al perfil literario del autor y al papel que jugó, verbigracia, en la organización de justas poéticas en Andújar, así como su participación en este tipo de eventos en calidad de poeta. Una vez concluido, se entra de lleno en el debate que Villar mantuvo con Francisco Cascales a propósito de las obras mayores de Góngora y de la licitud de la oscuridad. La tendencia conservadora del murciano queda patente en el énfasis que pone en la acomodación entre res y verba, lo que a su juicio no sucede en los grandes poemas del cordobés y que contrasta con el parecer del letrado de Andújar. Finalmente, el ensayo se clausura con una serie de juicios críticos acerca de los fragmentos de Villar, de entre los que puede citarse aquí el interés que muestra en el Góngora epigramista, faceta minusvalorada por muchos de sus contemporáneos.
El artículo «Contra el injusto olvido: Manuel Serrano de Paz» acomete el rescate de uno de los glosadores más denostados por la crítica. El ovetense Serrano de Paz (1605-1673), procedente de una familia de médicos y jurisperitos, tras cursar estudios de Matemáticas en Salamanca regresaría primero al domicilio familiar en Monforte de Lemos para terminar instalándose de manera definitiva en Oviedo. El artículo, además de estos avatares biográficos, se detiene en la participación de Manuel y sus hermanos, Faustino y Tomas, en algunas de las justas poéticas celebradas en la capital del Principado de Asturias entre 1639 y 1667, para las cuales compusieron textos poéticos y de varia índole. Se puede mencionar, a este respecto, un elogio neolatino bosquejado por Tomás Serrano de Paz para las exequias de 1666 por la muerte de Felipe IV. Dejando a un lado tales aspectos, Ponce Cárdenas dedica algunas páginas a valorar los dos tomos de comentarios a través de algunos ejemplos. El comentario a los versos 96-101 de la Soledad segunda, en los que se menciona al salmón y al ródalo, permite al ovetense aducir numerosas autoridades para demostrar por qué resulta pertinente calificar de «travieso» al ródalo según reza la silva de Góngora. Finalmente, el ensayo se cierra con un acercamiento a la propuesta de interpretación alegórica esbozada por el matemático asturiano. Según nota Ponce Cárdenas, dado que Góngora tenía fama de ser el Homero español, no resulta del todo descabellado acercarse a su obra de una manera semejante. No cabe tampoco olvidar, por otro lado, que tal interpretación «permitía esquivar una de las tachas que los detractores del poeta atribuían a su obra maestra: el carácter humilde, vacuo y evanescente de su asunto» (2023: 184-185).
La colectánea se cierra con «un opúsculo manuscrito: los Fragmentos del Compendio poético», una edición precedida por un completo y documentando estudio introductorio. Se trata, recordemos, de un escrito polémico del cual solo se conservan dos partes, las proposiciones sexta y séptima. El ensayo atiende a cuestiones como el contexto de producción de la obra, su datación o la estructura y tipología de los argumentos esgrimidos para probar la primacía de Góngora entre antiguos y modernos. Asimismo, el autor de la edición aborda las fuentes citadas por el Compendio, que incluyen clásicos grecolatinos, autoridades neolatinas y los principales teóricos áureo-seculares. De este modo, las opiniones del jiennense se apoyan en los escritores más autorizados sobre la materia. Por lo que concierne a la edición propiamente dicha, se sigue el único testimonio conservado (el BNE ms. 2529), sobre el que se aplican numerosas correcciones para paliar sus múltiples errores debidos a los copistas. Además, el texto viene generosamente anotado con glosas que se ocupan tanto de aspectos confusos y referencias a obras y personajes como de la remisión a las ediciones más autorizadas de los distintos textos citados, sean de Góngora o de otros escritores.
Con todo lo expuesto, cabe concluir que Escolios gongorinos supone una valiosa contribución al estudio de varios actores, tradicionalmente algo desatendidos por la crítica, implicados en la mayor controversia de la literatura española. La doble perspectiva que domina el trabajo –el estudio biográfico y el análisis filológico de los escritos– se antoja como el mejor planteamiento para avanzar en la cartografía de un universo intelectual rico y lleno de hallazgos sutiles para enriquecer la comprensión tanto de Luis de Góngora como de la mentalidad humanista en los años centrales del siglo xvii.
Alberto Fadón Duarte
Universidad Complutense de Madrid
afadon@ucm.es
Miguel Ángel Teijeiro Fuentes y José Roso Díaz (eds.) (2023).
Con-textos del teatro renacentista español. Estudios dedicados al profesor Joan Oleza Simó.
Madrid: Grupo Editorial Pigmalión Extremadura, 386 pp.
[ISBN 978-84-19370-72-3].
Bajo el ingenioso título Con-textos del teatro renacentista español (2023) se descubren once aportaciones de un selecto elenco de especialistas sobre el «teatro primitivo» que pueden leerse como una excelente contribución al género dramático del Quinientos. La obra, coordinada por los profesores Teijeiro Fuentes y Roso Díaz, homenajea al mallorquín Joan Oleza Simó, catedrático emérito de Literatura Española, una figura decisiva en la universidad posdemocrática y de suma implicación política y sindicalista, cuya intensa actividad literaria abarca, además del teatro áureo, la (pos)modernidad y la literatura actual. Su curriculum y sus distinciones y méritos abren esta obra colectiva.
En el capítulo inicial, Badía Herrera rescata «El teatro del primer Lope y la materia isidril antes de El Isidro». El eslabón de su tratamiento teatral desde la imagen medieval de labrador hasta la de patrón lo constituye San Isidro Labrador de Madrid y victoria de las Navas de Tolosa por el rey don Alfonso. Su deuda con la Vida de Isidro Labrador le permite a la valenciana hipotetizar una composición posterior a 1592. Estudia la polimetría desde una óptica temático-estructural para analizar su perspectiva funcional y despejar las dudas acerca de su autoría. Además, interpreta de forma muy oportuna la relación entre fondo (contenido dramático), forma (molde métrico) e incluso escena (presencia o no de personajes) y de tal ejercicio deduce una cuidada atención rítmico-melódica y una funcionalidad estructurante en el uso de las estrofas. Por último, compara los resultados estilométricos de las obras de Lope, del drama hagiográfico isidril y del resto de obras anónimas del corpus gondomariensi en interesantes gráficas y tablas.
El profesor Bonilla Cerezo abre su vasta contribución «Del Fénix a la Sibila: Los comendadores de Córdoba (Lope de Vega, c. 1596-1598) en Estragos que causa el vicio (María de Zayas, 1647)» con el parentesco áureo entre «bachilleras», «noveleras» y «sabandijas», presentes en los Estragos. A ello sigue un detallado y profuso análisis de cada jornada de la obra zayesca con gran capacidad interpretativa, crítica y comparada por medio del cotejo de numerosos ejemplos. Aunque Los comendadores de Córdoba ha llevado a la crítica a una doble postura (drama de honra y venganza o parodia de las tragedias valencianas), la exégesis de Bonilla Cerezo sobre referencias, intertextos, alusiones y hechos temáticos y cronológicos confirma su influencia en Zayas. Este hipotexto le permitió a la «Décima Musa» contar la venganza de don Dionís omitiendo cuatro hechos que acercaban la obra lopista a la parodia de las tragedias de horror y que omitió la «Sibila de Madrid» para plantear con ironía cuestiones del eterno masculino.
En el tercer capítulo, «Lucas Fernández y el primer teatro impreso», Álvaro Bustos sumerge al lector en la figura de este «singular cantor y canónigo», el primer individuo en la historia de la literatura y del teatro españoles que, imbuido por el ambiente catedralicio charro de 1514, se enfrenta al reto mayúsculo de imprimir sus Farsas y églogas en estilo pastoril y castellano. El trasvase del texto a las planchas del invento de Gutenberg no fue fácil ni comprendido, en parte por unos rasgos sayagueses que inducían a error a sus componedores. El complejo idiolecto complicaba la tímida escritura y la difusión impresa del teatro posincunable, carente de profesionalización. El «teatro de cancionero» de Lucas Fernández actúa como bisagra entre el medieval y el protomoderno, como demuestra que tras sus pastores exista tradición eglógica y teológica o la presencia de didascalias escénicas («proto-director teatral»). La fusión de la poesía, música, teatro y danza que se dan cita en esta obra implica un escollo más en su plasmación impresa.
El trabajo de Grande Quejigo analiza con gran precisión «La evolución del ciclo de Resurrección: de la visitatio litúrgica al códice de autos viejos». El completo ejemplario de testimonios del xvi que rastrea el especialista confirma el incremento de la visitatio sepulchri con un desarrollo procesional cargado de tintes espectaculares populares, cercenados por las reformas eclesiásticas. Así, este ciclo litúrgico se carga de un cariz doctrinal que desarrolla más la teología de la redención que su reminiscencia con la representación de la anástasis y del ciclo de Adán. En tercer lugar, la visitatio se amplifica con lenguajes dramáticos maduros e innovadores, como el ludus paschalis y el peregrinus, aunque no constituyen canon. En el cuarto estadio se advierte una fuerte tradición del espectáculo dramático de resurrección y de una alegoría (in verbis e in factis) que hunde sus raíces en la representación medieval. Esta termina triunfando, por último, con un teatro de resurrección que relega el originario valor litúrgico a un segundo plano.
López Martín expone, con gran hondura y claridad, las circunstancias de «La tragedia española del siglo xvi y sus intentos de supervivencia». Aunque los preceptistas españoles recuperaron a Aristóteles y Séneca de la pluma de Erasmo y de los neoaristotélicos italianos para aclimatarlos a la realidad hispana, esta no satisfizo las expectativas del público ni alcanzó la exacerbada aclamación de la comedia nueva. Movida por su instinto de supervivencia, a finales del xvi intentó acercarse a ella por medio de la polimetría, la simplificación de las jornadas, la elisión del coro o el tratamiento de otros temas, como expone con detalle el experto con autores y obras. Pero no fue suficiente para evitar su flagrante y abocado fracaso. Así ocurre con la producción de Bartolomé Cairasco de Figueroa, que ofrece un modelo senequiano con visos de actualidad y costumbres canarias y aplica el neoestoicismo al cristianismo. Esta obra prueba la dependencia clásica de la tragedia y su declive: era difícil hallar una propuesta más ingeniosa que la del Fénix.
Moncayola Santos conduce al lector «Hacia una edición anotada de la Turiana de Joan Timoneda», obra profana en verso apenas estudiada por la crítica. Timoneda funde en la Turiana elementos de la cultura tradicional, del Humanismo y de la comedia erudita en una pócima comprensible por un público más vulgar. Está constituida por piezas de diversa procedencia, pero de características formales y técnicas que le aseguran una homogeneidad que redunda en una reutilización de elementos de producción propia. Esta concienzuda aportación encarna, pues, un primer acercamiento a sus temas, a la métrica, a la nómina de personajes, a la intriga, a la comicidad, al espacio y tiempo, al espacio escénico, al attrezzo y a la asunción de características de otras esferas que se reflejan en su obra. Con ello, Timoneda explora un canal novedoso con el que dirigirse a un nuevo público urbano que da respuesta a sus necesidades y demandas culturales y que servirá de modelo para futuros comediantes.
La contribución de Roso Díaz, «La amistad en el desamor de la misma dama en las comedias del primer Lope de Vega», se abre con una contextualización sobre la amistad en la Ética a Nicómaco de Aristóteles, y en el tratado De amicitia de Cicerón, referentes que sientan las bases de una dramaturgia barroca en la que se imprime, además, la tradición bíblica, cuya imbricación permite el dinamismo y la recurrencia a motivos muy distintos. El profesor analiza la amistad en las piezas teatrales del primer Lope (El verdadero amante, El dómine Lucas, Los amores de Albanio y Ismenia y La francesilla), con el objetivo de definir el motivo y de establecer su función en el tratamiento amoroso y en la construcción de la acción. De su atenta interpretación, salpicada de no pocos pasajes, concluye que la amistad permite el desarrollo de la acción y la temática amorosa, no genera reflexiones y se fundamenta en una relación imperfecta, donde —frente a quejas, celos o deseos de morir— el amor, que omnia vincit, resulta privilegiado.
En el ecléctico capítulo «“Hoy comamos y bebamos”: teatralidad de la Égloga representada la mesma noche de Antruejo de Juan del Encina», escudriñando con perspicacia sus rúbricas y didascalias, Sánchez Hernández perfila la vestimenta pastoril, la forma de hablar sayaguesa, los gestos rudos, los movimientos, las posturas, la distribución del espacio dramático, la ubicación y la disposición de actores y auditorio en la corte de los duques de Alba, donde debió de establecerse un antagónico modo de comer, cuyo «realismo grotesco» causaría la hilaridad entre los ceremoniales comensales. La autora logra reconstruir el espacio lúdico y el aprovechamiento del espacio escénico y sonoro, como las partes muy ruidosas o la interpretación del villancico «Oy comamos y bevamos». Sus pesquisas quedan fortalecidas por una ingente cantidad de ilustraciones (literarias y pictóricas), con las que el lector moderno es capaz de imaginar la puesta en escena del texto dramático: el paso del monumento al evento.
El meritorio ejercicio de Teijeiro Fuentes para descubrir «La pervivencia de la tradición clásica en la obra dramática de Bartolomé de Torres Naharro» estudia el origen y la procedencia de sus fuentes grecolatinas. Su juicioso análisis demuestra la reiterada deuda con las grandes auctoritates de la Antigüedad en las alusiones a obras, personajes e historias del mundo clásico, y en su exégesis señala la clara influencia del Ars amandi de Ovidio, la Eneida de Virgilio y la Farsalia de Lucano, a través de Boccaccio y Mena. La tradición libresca desde Ovidio hasta Mena, accesible gracias a las polianteas, permitía salpicar a los personajes naharrescos con las cualidades de los modelos antiguos tan del gusto del cultivado público palaciego. Quizá la mayor virtud de esta contribución sea la vasta formación y documentación clásica del especialista, sin las que no puede acometerse con éxito este conseguido trazado de ida y vuelta entre teatro grecolatino y teatro renacentista sobre la indubitable erudición clásica del dramaturgo extremeño.
La aportación de Vélez Sainz versa sobre «Las sibilas del Auto de la sibila Casandra de Gil Vicente en su contexto histórico-literario», una de las obras que más dialoga con la tradición medieval, gnómica y teatral de la Sibila. La traducción a lengua vernácula del Iudicii signum adquirió una notable repercusión en las iglesias españolas, de lo que dan fe manuscritos manejados por Vélez Sainz de una forma impecable. Un caso particular es el de Toribio Ruiz, que condiciona la recepción histórica de los cantos sibilinos desde la profecía apocalíptica a la anunciación del advenimiento de Cristo. De ello se hace eco el Auto de Gil Vicente, que aúna sátira moral, comedia, misterio y religión a través de términos visuales, musicales y coreográficos. La «Sebila Cassandra» pivota sobre la institución matrimonial y el servicio amoroso y conyugal, de ahí que solo ceda ante la Virgen. El capítulo se cierra con un encomio a la compañía de teatro Nao d’Amores, dirigida por Ana Zamora, y a la exquisita puesta en escena que ha ofrecido de este Auto.
El «mágico» capítulo de Zamora Calvo, «“¿Quién es esa negra señora que venimos a traer de la mano?”. Elicia, la hechicera de Sancho de Muñón», presta atención a la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, desconocida en los siglos áureos y opacada hasta finales del xix. Según Zamora Calvo, aunque la «Muñona» pudo inspirarse en la estructura de la Himenea naharresca, su modelo más certero e influyente fue Rojas. El texto dramático alude al alma negra de la protagonista, a su factor mágico en relación con el amor, la sensualidad y el erotismo y a sus socioeconómicos contratos matrimoniales. Cuando entre los enamorados se efectúa un desvío amoroso o se busca materializar la pasión, las arriesgadas prácticas de Elicia cobran valor en la trama, si bien la sabia nigromántica reconoce la peligrosidad de su respetado, temeroso y satánico ejercicio, aunque necesario para Lisandro si quiere obtener los favores sexuales de Roselia.
Por todo ello, Con-textos del teatro renacentista español permite conocer el desarrollo del teatro hispano del siglo xvi sin perder de vista sus antecedentes medievales ni sus consecuentes barrocos, lo que la convierte en una obra de lectura imperativa para cualquier especialista en la producción dramática áurea. A pesar de la aparente heterogeneidad del volumen que reseñamos, el tema que vertebra esta contribución científica es el teatro del Quinientos en todas sus vertientes y modalidades, reflejadas con un rigor, una documentación y una coherencia temático-estructural envidiables.
Juan Saúl Salomón Plata1
Universidad de Extremadura
salomon@unex.es
1 Esta reseña ha sido posible gracias a una ayuda para la Formación del Profesorado Universitario correspondiente al año 2022 (FPU 2022), financiada por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.