DEFENSA DE LA VEJEZ Y ELOGIO
DE LA JUVENTUD EN EL SCHOLÁSTICO*

Fabrice Quero

Université Paul-Valéry Montpellier 3
fabrice.quero@univ-montp3.fr

La empresa de formación del perfecto humanista que asigna Cristóbal de Villalón a los interlocutores de El Scholástico cruza repetidas veces el tópico antiguo y renacentista del elogio o vituperio de la vejez. En efecto, el diálogo narrativo integra en el libro primero una imitación bastante larga del Cato maior de senectute de Cicerón (Villalón, 1997 [1550]: 68-82)1. En el libro III, se acaba designando al anciano sabio como mentor adecuado para un «scholástico» ideal, el cual mucho tiene de puer senex en su compostura y en su apariencia2. De hecho, en 1528, año en el que tienen lugar en el palacio de Alba de Tormes
las conversaciones entre los cuatro humanistas, el mayor de todos los interlocutores principales, el docto y venerado maestro Fernán Pérez de Oliva, tendría apenas treinta y cuatro años.

He aquí un desfase generacional, rayano en la paradoja3, que invita a valorar la influencia de Cicerón en el autor de El Scholástico4 más allá de las peculiaridades del fenómeno de intertextualidad en torno al tema de la vejez. En este caso, es posible que la reverenda imitación del De senectute recubra una asimilación profunda de la epistemología del diálogo more academicorum ciceroniano5, especialmente desde la perspectiva de la promoción de un paradigma humanista y universitario. Las condiciones de la adaptación de ciertas secciones del texto de Cicerón en la ficción dialógica o, dicho de otro modo, de su inclusión dentro de la mímesis conversacional conducen a relativizar el alcance del alegato en favor de la vejez declamado por Francisco de Bobadilla. Contribuye incluso a alterar la claridad de la peroratio en defensa de la vejez.

En efecto, una lectura minuciosa a los capítulos XIII a XVII del primer libro deja claro que la integración del De senectute en la ficción dialógica subvierte el mensaje del diálogo ciceroniano. Al delegar la defensa de la vejez al maestrescuela de la Universidad de Salamanca, cuyo discurso se ajusta al molde y a la poética de
la
declamatio humanística, el resultado de esta sección del diálogo se aparta
del camino hacia el elogio de la senectud como edad de mayor sabiduría. Por todo lo contrario, la refutación de las quejas de Bonifacio redunda en una defensa de la mocedad, según las categorías transmitidas por la erudición guevariana (Guevara,
1994 [1529]: 783)6, que tanto informa esta sección de El Scholástico. De esta manera, a pesar de las apariencias, se le ofrece al destinatario del diálogo un tratamiento del tema que conduce a una conclusión aparentemente ambigua.

1. El De senectute en su contexto dialógico

Como diálogo enciclopédico o misceláneo, El Scholástico está en deuda con una multitud de textos y de referencias que irradian, con mayor o menor profundidad, la conversación entre cuatro interlocutores principales representativos de la intelligentsia universitaria salmantina. Por complejos motivos architextuales7, Cicerón figura entre los autores más aludidos o citados (Moore Kiger, 1983: 375). En el primer libro de El Scholástico, la imitación de su diálogo sobre la vejez viene después de unos capítulos inspirados en el De amicitia. El tema de la amistad alimenta, en efecto, la conversación de los personajes en su viaje hasta el palacio de verano de los duques de Alba en Alba de Tormes. Allí, les espera el mayordomo del duque, el mal llamado Bonifacio8, si bien personaje secundario, es el mejor caracterizado y el que mayor protagonismo tiene en toda la obra dentro de esta segunda categoría de interlocutores. Aunque el narrador lo presenta como «hombre sabio y de buena conversaçión [...] bien razonado y del palaçio» (Villalón, 1997 [1550]: 63), el decano de los interlocutores es un anciano que solo se puede valer de la larga experiencia que su vejez y su calidad de criado le han deparado para, sucesivamente, alabar la juventud, quejarse de su condición servil y vituperar la vejez.

Posiblemente para dar mayor relieve a unas unidades temáticas ya bien delimitadas, el paso de la sección de miseriis servorum a aquella de senectute se hace de forma abrupta. Sin que Bonifacio pueda siquiera darle las gracias al rector Francisco de la Vega por haber compadecido extensamente la miseria de la condición de criado de su interlocutor, el maestrescuela Francisco de Bobadilla, clérigo joven9, detentor de autoridad intelectual y moral a la vez (Martínez Torrejón, 1995: 59 y 69), pasa a preguntarle a este hombre de setenta años si vive contento o no con la vejez. Este hiato contrasta con el esmero que pone Villalón en la introducción de la imitación del De senectute. Queda precedida, en efecto, por una praeparatio en la que se restaura de manera provisional la dimensión dialógica del texto10 —interviene también el personaje de Alonso Osorio— pues las dos terceras partes de este capítulo XIII constituyen el exordio del largo parlamento de Francisco de Bobadilla (que se extiende sobre los cuatro siguientes). El conjunto de dicho capítulo viene marcado por una clara tendencia a la amplificatio, visible en el tratamiento de las dos referencias procedentes del De senectute. La primera está en boca de Bonifacio quien enumera las cuatro causas ciceronianas por las que los hombres odian la vejez11. La segunda, en clara oposición con la opinión del mayordomo, es una cita en la que Catón compara la niñez a un cautiverio y tilda de loco al viejo que quisiera tener la posibilidad de volver a esa edad (Villalón, 1997 [1550]: 71). En el resto del capítulo, Villalón utiliza varios pasajes afines desde el punto de vista temático y sacados, como bien se sabe, del tercer libro del Relox de príncipes de Antonio de Guevara12, y trae a colación otras referencias, seleccionadas posiblemente en algunas que otras polianteas. Así, copia verborum y rerum van de la mano en la exposición de una cuestión que entronca directamente con el tópico de la miseria del hombre, enfocado a partir del argumento de la insatisfacción ontológica del ser humano.

De la misma manera que el texto latino de Cicerón sufre necesarios ajustes en la exposición de Bobadilla13, los demás textos se seleccionan y se adaptan con gran cuidado. En el primer préstamo al Relox de príncipes, tras la abrumadora y asombrosa enumeración de fallecimientos de seres queridos a los que expone inevitablemente una vida demasiado larga, se omite el lamento en que prorrumpe el anciano del tratado guevariano por tener un heredero indigno14. Poco después, se restablece la preocupación por lo material o patrimonial, sugerida por la alusión testamentaria, en una inequívoca amplificatio de la primera queja ciceroniana contra la vejez («unam quod auocet a rebus gerundis», Cicéron [2022: 91]): «Lo primero que haze mísera la vejez es que nos imposibilita y nos estorba al exerçiçio de nuestras haziendas y obras» (Villalón, 1997 [1550]: 69. La cursiva es nuestra)15.

De mayor enjundia es la conclusión sacada de las autoridades acumuladas en favor de la vejez. Contiene la formulación de un pacto interlocutivo que, si bien no se va a poner en efecto por callar Bonifacio durante la respuesta ciceroniana de Bobadilla, condiciona la interpretación de la totalidad de los capítulos de esta sección. A propósito de Salomón, de Bías, de los pueblos griegos y romanos, afirma Bobadilla que, en su veneración de los viejos, «tenían mucha razón, porque si el moço sabe es porque lo lee en los libros, mas el viejo sábelo porque lee y lo experimenta en los muchos días» (Villalón, 1997 [1550]: 70). Tal afirmación anuncia un radical desequilibrio en la escena del diálogo: Bobadilla, como mozo, lee y sabe, pero Bonifacio solo «experimenta», convirtiéndose el viejo en discípulo de esta experiencia a quien Erasmo tachaba de stultorum magistra. Esta inversión refleja, en realidad, un profundo trastorno en la relación intertextual con el Cato maior. Como ya se ha dicho, la adaptación del papel y del discurso de Catón el Viejo le incumbe a Francisco de Bobabilla, hombre joven y de suficiente prudencia y prestigio como para sustituir varias veces al maestro Oliva en el diálogo (Martínez Torrejón, 1995: 55-56). Ahora bien, su autoridad es innegable, pero descansa sobre otro fundamento que el que sostiene la ejemplar y larga vida pública del famoso censor romano, conforme al fragmento sacado de la Vida que le consagra Plutarco (Villalón, 1997 [1550]: 73). De hecho, de personaje principal del diálogo de Cicerón pasa Catón al segundo plano del discurso del maestrescuela en esta sección de El Scholástico16.

2. La declamatio de senectute de Bobadilla

Para entender el alcance y los límites de la defensa y del elogio de la vejez llevada a cabo por el maestrescuela Bobadilla, es preciso interrogar la dimensión retórica de un parlamento que se presenta bajo el aspecto de una declamatio, ejercicio humanístico por antonomasia (Chomarat, 1981: II, 1001). En la Antigüedad, se le consideraba apropiado para adquirir la elocuencia y conservarla. En sus Elegantiae (IV, 81), Valla definía todavía al declamator como aquel que hace un alegato ficticio para perfeccionar su elocuencia en una causa real (Chomarat, 1981: II, 935-936). En una situación dialógica como la que empuja a Francisco de Bobadilla a tomar la palabra, la elección del patrón de la declamatio resultaba ventajosa por la libertad y la fantasía argumentativa de un género oratorio a medio camino entre el ensayo y el sermón. Resultaba conveniente asimismo su finalidad: determinar un tipo de conducta y no una decisión, utilizando las reglas de la retórica para deleitar al oyente17.

Los capítulos XIII a XVII del primer libro de El Scholástico, que introducen y glosan las cuatro argumentaciones ciceronianas en favor de la vejez, poseen un evidente carácter oratorio a juzgar por la recurrencia de figuras muy usuales como los apóstrofes y las exclamaciones en las cuales prorrumpe Bobadilla con regularidad. Pero donde mejor se observa el parentesco entre esta sección del diálogo y la poética de la declamatio es en cuanto a la dispositio. En efecto, el maestrescuela, en su disquisición sobre la vejez, sigue el esquema tradicional de dicho género ofreciendo, de vez en cuando, algunas variaciones. El exordio ocupa más de la mitad del capítulo XIII y pone fin a la praeparatio dialogada. En una dialéctica muy sencilla y
eficaz, combina el tema de la miseria del hombre con varias autoridades,
exempla y sentencias en defensa y alabanza de la vejez. Entre estas dos partes, Bobadilla se vale de recursos propios de la insinuatio (Lausberg, 1966: 255-256), aunque ni la situación oratoria ni el tema del debate justifican que se movilicen recursos psicológicos. «Tiemblo y se me espeluçan los cabellos en me acordar de los trabajos que pasé desde la niñez hasta la edad en que agora estoy» (Villalón, 1997 [1550]: 70) especifica, antes de dar una lista de dichos tormentos, la cual pasa a constituir un elogio paradójico de la formación humanística.

La imitación de los cuatro argumentos esgrimidos por Catón en el De senectute sigue un esquema bastante uniforme en los cuatro capítulos que siguen. Una breve reexposición de las quejas de Bonifacio hace las veces de narratio, la cual va precedida a veces por una o dos frases de transición que, junto a los vocativos a Bonifacio, permiten mantener la función fática. Francisco de Bobadilla pasa luego a exponer la propositio, es decir, la tesis que va a defender. Afirma, primero, que el viejo tiene ocupaciones que corresponden a la debilidad o enfermedad de su cuerpo (Villalón, 1997 [1550]: 72); luego presenta e invita a seguir la dieta adaptada a su estado (Villalón, 1997 [1550]: 75); la vejez protege, comenta después el orador, contra los daños de la juventud (Villalón, 1997 [1550]: 76). Remata su discurso demostrando que el temor a la muerte no es privativo del viejo y que todos, hasta los jóvenes, deben menospreciarla en virtud de la inmortalidad del alma (Villalón, 1997 [1550]: 78). Menos sistemática es la presentación de la probatio y de la confutatio pues el orador no observa de manera estricta la sucesión de las dos partes, tal como recomendaba la retórica antigua18. Se manifiesta sin duda en ello una preocupación por la variatio, patente también en las diferentes combinaciones entre autoridades, exempla, sentencias.

Basándose en el hipotexto ciceroniano del De senectute, Francisco de Bobadilla desempeña con acierto, eficacia y elegancia, la misión que se había asignado a sí mismo. La tercera calidad del discurso del maestrescuela no es secundaria pues, en sí misma, y también de forma particular desde la poética del diálogo ciceroniano (Martínez Torrejón, 1995: 94; Vian, 2010: XLVI-LII), la habilidad oratoria, el bien hablar de manera general, constituían una manifestación de la verdad del discurso. Ello es aún más verdadero en un diálogo como El Scholástico donde se compenetran retórica deliberativa y campo epidíctico, pasando Bobadilla a «redargüir a Bonifaçio» solo después de haber «hablado en loor de la vejez» (Villalón, 1997 [1550]: 71). A este respecto, no es ninguna casualidad, sin duda, el que la instancia narrativa manifieste el contentamiento —que no el convencimiento— de Bonifacio al finalizar el discurso de Bobadilla, ni que este extienda su alcance a la totalidad de los presentes19.

Pero varios aspectos de la poética del diálogo de Cristóbal de Villalón invitan a mostrarse prudente a la hora de enjuiciar un discurso o de interpretar un mensaje. Como se puede observar en otros diálogos —especialmente en aquellos que pertenecen a la vena lucianesca—, el valor de la retórica y su relación con la verdad suelen cuestionarse de manera directa o velada, conforme a la doctrina platónica al respecto20. Martínez Torrejón ya había notado las aporías de El Scholástico a este respecto. Imprescindible supletivo a un diálogo imposible, vehículo de virtudes y saberes, la elocuencia retórica también se tilda de mentirosa en la obra. Concluía incluso el especialista que el propio Villalón reconoce el fracaso de la elocuencia como arte o técnica. Por ello, el maestro Pérez de Oliva recurre a
la afirmación de su propia autoridad intelectual al acab
ársele los argumentos (Martínez Torrejón, 1995: 137). En cuanto a la sección consagrada al tema de la vejez, la elección del molde genérico de la declamatio, tanto por su peculiar configuración retórica como por su función dentro de la formación humanística, hace más compleja la configuración epistemológica.

3. Ficción, retórica y diálogo

Una característica más del discurso de Francisco de Bobadilla sobre la vejez confirma que Villalón conocía bien las exigencias y las posibilidades ofrecidas por la declamación, fueran cuales fueran las circunstancias y las condiciones en las que se familiarizaría con el género. Al cultivarlo, Erasmo procuraba evitar hablar en nombre propio y delegaba a otra persona o a otro personaje el papel de orador, poniendo, pues, de realce el elemento ficticio propio de un género concebido como simulación preparatoria a la actividad oratoria. Es más, el elemento ficticio de la declamatio también podía consistir en la inclusión de un relato o de una anécdota (Chomarat, 1981: II, 940). En el último capítulo de esta sección de El Scholástico, Francisco de Bobadilla elige esta posibilidad y remata su argumentación en favor de la vejez con una narración bastante larga —ocupa la mitad del capítulo— con valor testimonial.

Se trata de una escena familiar que sucede en torno a la cama donde está tendido el padre moribundo del orador, rodeado de su hijo y de «unos caballeros y amigos» venidos a visitar al enfermo de gravedad. El contexto general, así como el ethos del padre de Bobadilla quien, «como [...] tenía algún temor de se morir, nunca hablaba sino en la muerte» (Villalón, 1997 [1550]: 80), propician la introducción de elementos de actualización cristiana de la doctrina catoniana del De senectute. En efecto, «aquel día començaron todos a hablar si se debía temer del cristiano la muerte o no, y unos defendían que se debía temer y llorar las muertes de nuestros amigos y parientes por la duda que de sus obras teníamos para su salud» (Villalón, 1997 [1550]: 80). Con muestras de enfado se eleva contra dicha opinión uno de los circunstantes, un caballero de más de sesenta años, quien no tarda en convertirse en narrador secundario dentro del relato de Francisco de Bobadilla. Contra la opinión común, defiende un único argumento que consiste en una nueva narración autobiográfica: el temor a la muerte propia o a la de los demás es ajeno a toda sabiduría cristiana pues no conduce a ninguna posibilidad de reforma moral.

Resulta improcedente interrogarse acerca de la historicidad de la anécdota familiar narrada por Bobadilla y menos aún por la que cuenta el visitante anónimo21. De inmediato, la estructura en cajas chinas, los diferentes niveles narrativos, así como el final abrupto delatan el carácter apologal del relato. Unos detalles incitan a pensar, por otra parte, que su configuración es un alarde de virtuosismo oratorio por parte del maestrescuela. Llama la atención, en efecto, la dimensión especular que le confiere al relato el que el narrador homodiegético haya llegado casi a la misma edad que Bonifacio, el destinatario interno de la declamación. Es de notar también que la introducción de la narración del viejo caballero consiste en una amplificatio de la primera queja del mayordomo del duque de Alba contra la vejez:

sabréis que siendo yo de sesenta años de edad perdí una muy valerosa mujer de la qual me quedó un hijo que por haber yo querido mucho a su madre le amé yo a él como a mi coraçón. Quiso Dios privarme de tanto bien y llevómele para sí, y muerto él quedé huérfano y del todo viudo, por lo qual de noche y de día consumía mi vida en llorar amargamente. Maltrataba mi arrugada cara, pelaba mi barba y blancos cabellos (Villalón, 1997 [1550]: 81).

Lo que, en boca de Bonifacio, no pasaba de imitación servil y un tanto seca de un pasaje del Relox de príncipes de Guevara, aquí cobra vida en un relato marcado por un fuerte patetismo. Culmina en el planto paterno que precede y provoca la aparición sobrenatural del hijo fallecido: «¡Oh hijo, que eres muerto sólo para mí, feneciste antes de tu natural día y dexásteme a mí solo a que sintiese tan gran mal. No meresciste casarte ni tener hijos ni gozar mis rentas y posesiones, ni quiso mi triste ventura que gozases de la vejez!» (Villalón, 1997 [1550]: 81).

La prosopopeya del mozo es una vehemente refutación de todo lo que desconsuela a su padre. El joven difunto expresa en ella su profunda irritación ante el comportamiento indigno de un padre incapaz de reconocer la superioridad de la vida de los bienaventurados sobre la de los hombres, por viejos y felices que lleguen a vivir. Se caracteriza por un acendrado estilo guevariano patente en las similicadencias, interrogaciones y exclamaciones que plagan el discurso. Queda claro, por otra parte, en la amplificación de los placeres sensibles evocados por el padre, que coincide en este arte de la commoratio quintiliana y la concinnitas ciceroniana mediante las cuales la prosa castellana se vuelve artificial y artística a la vez (Lázaro Carreter, 1988: 111 y 114-115)22:

¡Oh, loco de ti!, ¿qué cosa te parece buena en el mundo que no la tengamos acá muy mejor? ¿Acaso las usuras, las scenas, los convites, los ricos trajes, las luxurias y deleites? ¿Y no paresce que es muy mejor nunca haber sed que beber, y nunca haber hambre que comer, estar siempre contento sin necesidad de rentas ni posesiones? Calla, calla, que estás loco y no sabes lo que hazes, que yo te quiero enseñar a llorar muy mejor. Dirás de aquí adelante: ¡Oh mezquino de mí, viejo, que yo muero acá, y tú, dichoso hijo, te fueste a vivir allá donde ni habrás sed ni hambre ni sentirás cansancio ni necesidad de riquezas ni de salud. Ni huirás la pestilencia, ni temerás el tirano, ni te açechará el enemigo, ni te enojará la mala fortuna ni enfermedad! (Villalón, 1997 [1550]: 81).

Al terminar el cuento del padre y del hijo muerto, finaliza Francisco de Bobadilla su testimonio manifestando, primero, la recepción interna de la moraleja apologal: los hombres no deben temer la cercanía de la muerte habida cuenta del gozo celestial que los espera. Volviendo luego al marco de su propio discurso y a la situación general de interlocución, formula de manera lapidaria la peroratio de su declamación: «por lo cual, señor Bonifaçio, será más dichoso el viejo en su vejez» (Villalón, 1997 [1550]: 82).

El final de la declamatio de Bobadilla deja bien claro el carácter ambivalente del tema de la vejez y, también, la reversibilidad del discurso en torno a este tópico. La narración incluida en el último de los cuatro argumentos tomados prestados del Cato maior produce un efecto de mise en abyme de la mímesis dialógica en la que se produce la imitación del tratado ciceroniano. Dos veces, en efecto, es un hombre joven o, para utilizar otra de las categorías manejadas por Antonio de Guevara, un mozo, el que amonesta a un anciano que se queja de su edad. Al inspirarse en el Relox de príncipes que tanta materia aporta a esta sección de El Scholástico, Cristóbal de Villalón no explotó todos los aspectos de la carta que dirige Marco Aurelio a Claudio y Claudina, en esta parte de dicho tratado. Si se esmera en adaptar al estilo del Menosprecio de corte y alabanza de aldea la sátira de los viejos que siguen queriendo imitar los hábitos juveniles en el capítulo XIX del Relox (Guevara, 1994 [1529]: 792-797), omite la conclusión del pasaje —formulada en el capítulo siguiente— y tuerce la perspectiva moralista elegida por el franciscano. Aseveraba Marco Aurelio: «Esto que agora he dicho más aprovecha para avisar a los moços que no para doctrinar a los viejos» (Guevara, 1994 [1529]: 798). Pronto parece olvidar Francisco de Bobadilla lo que había afirmado casi al final de la primera parte de su declamatio: «Esto todo he dicho no porque quiera yo que todos los viejos entiendan en el estudio de las letras, mas para exhortarlos y obligarlos al exerçiçio de las buenas obras, doctrinando siempre a los moços, agora con exemplo, agora con consejo» (Villalón, 1997 [1550]: 74). Tanto la situación de enunciación particular de estos capítulos de El Scholástico como la mímesis dialógica en su conjunto desmienten esta intención inicial. El que adoctrina es un joven humanista; entre los destinatarios de su discurso solo figura un anciano y es «idiota», en el sentido etimológico del calificativo.

El Cato maior de senectute alimenta un complejo fenómeno transtextual en la sección de El Scholástico consagrada al tema de la vejez. Pero los pasajes donde salta a la vista la intertextualidad directa con el diálogo-tratado de Cicerón ocultan, acaso, una relación de architextualidad mucho más profunda. La economía de los dos textos es idéntica: de la misma manera que Catón se lanza en una disertación que ocupa la mayor parte del opúsculo ciceroniano después
de una breve introducción dialogada, Francisco de Bobadilla no es interrumpido en ningún momento de su declamación. Por otra parte, la tendencia a solicitar otras autoridades sobre el tema, entre las que Antonio de Guevara ocupa un lugar importante, da a ver que el texto de Cicerón constituye ante todo un cañamazo sobre el que el joven humanista interlocutor del viejo Bonifacio puede hacer alarde de su habilidad retórica.

El cuento que concluye el largo parlamento ofrece incluso una buena ilus-
tración del virtuosismo oratorio de Francisco de Bobadilla. Reduplicando la situación de enunciación en la que se pronuncia la declamación, la narración consagra el magisterio de la juventud sobre el tema de la vejez y ofrece, de manera inesperada, un tratamiento
in utramque partem del tema pues se pasa de la defensa de la vejez al vituperio del anciano indigno y al elogio de la juventud cuerda. Por perentoria y lapidaria que sea la conclusión del joven humanista sobre el tema, no deja de reflejar la construcción sutilmente paradójica de su discurso la ambigüedad del tratamiento que le reserva Villalón al tema en El Scholástico en un modelo dialógico representativo de la más pura tradición ciceroniana. Más allá de la situación de enunciación propia del pasaje, más allá de la compleja relación de los humanistas con la vejez (Minois, 1987: 348-361) —como lo muestra la obra de Erasmo (Margolin, 1965)—, esta coda irónica testimonia una soberbia expresión de libertad filosófica (Corréard, 2014: 119) genuinamente humanista ante el lector del diálogo.

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Recibido: 13/04/2023
Aceptado: 30/05/2023

Defensa de la vejez y elogio de la juventud en El Scholástico

Resumen: El Scholástico de Cristóbal de Villalón contiene una imitación del Cato maior de senectute de Cicerón en boca de uno de los cuatro jóvenes humanistas que dialogan en la obra. Entre los capítulos XIII y XVII, Francisco de Bobadilla pretende demostrarle a Bonifacio, viejo al servicio del duque de Alba, que la vejez no se ha de condenar como una edad de decrepitud y de desdicha. Varias opciones contribuyen a someter el tópico de la senectud a una exposición more academicorum. La inserción del discurso ciceroniano, entre otras fuentes, en la mímesis dialógica invierte la perspectiva del tratado original. Su conformación dentro del marco formal de una declamatio, cuya poética parece perfectamente dominada, le confiere al mensaje original una dimensión nueva. En efecto, el orador que se pone en escena en esta sección del diálogo consigue colar debajo de la defensa de la vejez un elogio de la juventud culta y humanista.

Palabras claves: Cristóbal de Villalón, El Scholástico, Cicerón, Cato maior de senectute, declamatio, diálogo more academicorum.

Defending Old Age and Praising Youth in El Scholástico

Abstract: We find in El Scholástico by Cristóbal de Villalón an imitation of Cicero’s Cato maior de senectute, delivered by one of the four young humanists conversing in this text. From chapter XIII to chapter XVIII, Francisco de Bobadilla claims to Bonifacio, an old man working for the Duke of Alba, that old age should not be condemned as a time of decrepitude and misfortune. The stereotype of old age is here addressed and exposed more academicorum. With other sources, the inserted Ciceronian discourse at the heart of dialogic mimesis reverses the perspective of the original treatise, which is augmented with the coded structure of declamatio, the poetics of which is fully mastered. The speaker who stages himself in this section of the dialogue manages to praise learned, humanist youth while defending old age. 

Keywords: Cristóbal de Villalón, El Scholástico, Cicero, Cato maior de senectute, declamatio, more academicorum dialogue.


1* Este trabajo se ha realizado dentro del proyecto PID2021-125646NB-I00, «DIALOMOM 2. Dialogyca: Del manuscrito a la prensa periódica. Estudios filológicos y editoriales del diálogo hispánico en dos momentos 2». Co-IP’s: Emilio Blanco y Ana Vian. 2022-2025.

Este diálogo, traducido por Alonso de Cartagena, se había publicado en 1501 (Moore Kiger, 1983: 383, nota 30).

2 «Los tiempos que pudiere, por saber más, [el scolástico] debe comunicar viejos antiguos leídos, porque, después de estar en éstos la verdadera doctrina, sábenlo más de raíz y con más esperiençia» (Villalón, 1997 [1550]: 250).

3 Ana Vian (2002: 314) ya había notado el desfase entre las recomendaciones en cuanto a la edad de los maestros y la de los interlocutores.

4 Bataillon (1979: 26) demostró que El Scholástico está en deuda con —o plagia— el Antibarbarorum erasmiano. El ilustre hispanista vapuleaba la torpeza de Villalón, especialmente cuando este elogia a los autores antiguos entre los que aparece, por supuesto, Cicerón.

5 Sobre los vínculos entre el escepticismo antiguo, el diálogo ciceroniano y algunos diálogos españoles del siglo xvi, véase Corréard (2014).

6 El obispo de Mondoñedo expone que el rey legendario Tullius Hostilius y el senado romano habían determinado que los hombres, «hasta los quarenta y seis se llamavan moços, y que desde los quarenta y siete se llamasen viejos». Unas líneas antes, recuerda que se solía también dividir este lapso de tiempo de la vida humana entre juventud —entre diecisiete y treinta años— y edad viril —desde los treinta hasta los cincuenta y cinco años— (Antonio de Guevara, 1994 [1529]: 783). Para una síntesis de las teorías sobre las aetates hominum, véase Winn y Yandell (2023 [2009]: 7-9).

7 Para un análisis de la mediación de El Cortesano de Castiglione en la adopción del modelo ciceroniano de diálogo, véase, entre otros trabajos, Hamilton (1952) y Martínez Torrejón (1995).

8 La onomástica lo caracteriza de manera ambigua o hasta irónica pues la significación de su nombre (bonum fatum) es antinómica con su propia percepción como «ser malhadado» (Villalón, 1997 [1550]: 65), quien invoca un poco más lejos sus «tristes hados» (Villalón, 1997 [1550]: 68). No lo era en la primera redacción del diálogo porque el personaje expresaba en ella su reprobación a la nigromancia (Martínez Torrejón, 1995: 59, nota 27).

9 Había nacido en 1508. Afirma tener treinta años en este pasaje (Villalón, 1997 [1550]: 70), por lo tanto se puede datar en 1538 (Martínez Torrejón, 1995: 51, nota 19). Teniendo en cuenta que la escena pasa en 1528, la declaración de Bobadilla es incoherente, como otras subrayadas por Martínez Torrejón en el prólogo a su edición del texto (Villalón, 1997 [1550]: L-LII).

10 «En conjunto, la forma dialogada de El Escolástico se revela como requisito impuesto por la tradición literaria y no como necesidad del discurso argumental» (Martínez Torrejón, 1995: 136).

11 «Lo primero que haze mísera la vejez es que nos imposibilita y nos estorba el exerçiçio de nuestras haziendas y obras. Lo segundo es que haze nuestro cuerpo enfermo. Lo terçero es que nos priva de gozar los deleites deste mundo. Lo quarto es que estamos los viejos muy çercanos a la muerte» (Villalón, 1997 [1550]: 69). Compárese con Cicerón V-15: «Etenim, cum complector animo, quattuor reperio causas cur senectus misera uideatur, unam quod auocet a rebus gerundis, alteram quod corpus faciat infirmius, tertiam quod priuet [fere] omnibus uoluptatibus, quartam quod haud procul absit a morte. Earum, si placet, causarum quanta quamque sit iusta unaquaeque uideamus» (Cicéron, 2002: 91).

12 Para el tratamiento del tema de la vejez en las Epístolas familiares y en el Menosprecio de corte y alabanza de aldea, véase Arredondo (2011: 336-342).

13 Puntualizaba Moore Kiger: «One of the most obvious cases of obscured origin occurs in El scholastico s discourse on the traditional theme of Old Age. Initially a limited statement is attri-
buted indirectly to Cicero’s
De senectute; without further identification Villalón proceeds to adapt the precise scheme of the De senectute to the contemporary setting of his dialogue. Although
Villalón has juggled the material, omitting some names and anecdotes and supplying some from other Classical sources, much of the language and many of the ideas are directly from
De senectute» (1983: 383). Desafortunadamente, no ha sido posible consultar la tesis doctoral inédita de Jean Moore Kiger y, especialmente, el segundo capítulo de la primera parte que contiene un cotejo de los dos textos. Una de las consecuencias más representativas de la transposición del Cato maior al espacio textual de El Scholástico es la reducción de la tercera parte de la argumentación ciceroniana. Villalón evacúa la dimensión política de la reflexión de Catón sobre los daños de los placeres. Bobadilla, en cambio, pone en solfa al viejo que quiere parecer joven, en un párrafo con resabios del Menosprecio de corte y alabanza de aldea de Guevara, y lamenta la incapacidad del hombre para seguir lo que le es benéfico. Como buen humanista, recomienda el refugio en el «estudio apazible de las buenas letras» (Villalón, 1997 [1550]: 77).

14 Compárese: «Contentarse devieran los tristes hados con aver poblado a mi casa de tan grandes infortunios, sino que, después de todo y sobre todo, dexáronme un maldito nieto que me eredasse y dexáronme a mí para que toda mi infelice vida llorasse» (Guevara, 1994 [1529]: 781); y «Y aun contentárame si mis tristes hados permitieran que después que pasé por esto me muriera, y no viva yo tan de asiento en la triste vejez» (Villalón, 1997 [1550]: 68).

15 La comparación con la primera traducción del De senectute por el erasmista Francisco Támara parece confirmar la intención de Villalón. En efecto, traduce de manera más general el mismo pasaje: «La primera, porque retira al hombre de entender en las cosas» (Cicerón, 1546: 174v). Es verdad, por otra parte, que en otras ediciones la adaptación al castellano se va amplificando un poco. Se lee en una edición posterior: «La primera, porque retira al hombre de entender en el gobierno y administración de las cosas necesarias» (Cicerón, 1582: 204r).

16 Del capítulo XVII del tercer libro del Relox de príncipes (Guevara, 1994 [1529]: 780-782), solo recoge Villalón la queja sobre las muertes ajenas que vienen jalonando la vida del anciano (Villalón, 1997 [1550]: 68) y descarta el importante papel de Catón en este apotegma engañosamente atribuido a Plutarco.

17 «[Elle] vise à déterminer sinon une décision du moins un type de conduite, à réformer les cœurs et les mœurs. Les règles de la rhétorique, avant tout le traité de Quintilien, sont utilisées pour exhorter les chrétiens, tout en les délectant, à penser à leur salut, pour persuader les pères que leur devoir est de veiller de très bonne heure à l’éducation de leurs enfants, pour inviter les princes et les peuples à rechercher la paix.

Ici il convient d’indiquer sommairement que l’histoire du genre pourrait être prolongée dans une autre direction, celle de l’histoire de l’enseignement. Ce sont les humanistes, au premier chef Érasme, qui ont rétabli la déclamation comme exercice scolaire» (Chomarat, 1981: II, 1001).

18 El capítulo XVI ofrece el esquema siguiente: narratio, propositio, confutatio (larga, en la que se lee una sabrosa sátira del viejo que imita los usos de los jóvenes), probatio (que enumera los deleites de la vejez) y confutatio-peroratio (con un lamento sobre la miseria del hombre incapaz de reconocer y seguir el bien).

19 «—Señor Bonifaçio, todo ha sido para nuestra doctrina, y tenemos gran voluntad de os servir» (Villalón, 1997 [1550]: 83).

20 El Crotalón también ofrece una ilustración de la relación ambigua con la retórica (Quero, 2020: 129-202).

21 No se ha encontrado la fuente en la que se inspira Villalón. En su edición, Martínez Torrejón observa que las ideas que contiene la anécdota aparecen en Cicerón y en Séneca, pero no en el De remediis de Petrarca que trata precisamente el tema de los hijos fallecidos (Villalón, 1997 [1550]: 82, nota 181).

22 Por razones de espacio, no se remite a los numerosos títulos de la bibliografía sobre Antonio de Guevara que tratan la compleja cuestión del estilo del franciscano.

Edad de Oro, XLII (2023), pp. 41-54, ISSN: 0212-0429 - ISSNe: 2605-3314
DOI:
https://doi.org/10.15366/edadoro2023.42.002