LA EXPULSIÓN DE LA GITANA VIEJA EN LA GITANILLA
DE MIGUEL DE CERVANTES*

Leyla Rouhi

Williams College
lrouhi@williams.edu

No es de sorprender que La gitanilla, novela ejemplar de Miguel de Cervantes, haya dado lugar a un número elevadísimo de estudios, cada uno de los cuales corresponde a las prioridades de su propio contexto histórico. Por ejemplo, debido a la reciente oleada de interés por revelar la autonomía subversiva de los personajes femeninos de Cervantes, Preciosa, la joven gitana que inspira el título de la novela, en las décadas recientes ha sido objeto de varias interpretaciones que celebran su independencia y su astucia tanto el simbolismo de su personaje como figura de la poesía (Márquez Villanueva, 1985; Clamurro, 1989; Presberg, 1998; Pym, 2006; Williamson, 2011). La misma sensibilidad, sea desde una perspectiva feminista, sea desde otras vertientes basadas en cuestiones de género, causa perplejidad ante la transformación fulminante de esa adolescente avispada y hasta taimada en una esposa obediente al final de la novela. Teniendo de nuevo en cuenta la explosión de interés por los personajes femeninos de Cervantes, es curioso que la otra protagonista de la novela no haya recibido atención por parte de la crítica más allá de los resúmenes de la trama y epítetos conocidos. Se trata de la gitana vieja que desempeña un papel clave en la trama de la novela, pero que tanto en la historia como en la crítica ocupa un espacio aparentemente estable y limitado cuyas connotaciones se dan por sentadas.

De clara genealogía celestinesca, la imagen de la gitana vieja repite, en efecto, todos los rasgos anticipados: destreza lingüística, gestión financiera y logística de las gitanas jóvenes que lleva a la corte, enorme interés en el dinero, conocimiento de la medicina popular y, en particular, una actitud oscilante entre temor y arrogancia frente a los retos (Rouhi, 2021). El más destacado rasgo estereotipado de la «nación» gitana, el hurto de los recién nacidos, también se evidencia al final de la novela, cuando se revela que Preciosa no es en realidad gitana sino hija de padres aristócratas, robada de niña por la vieja que ha pasado por su abuela durante sus primeros quince años. El único elemento celestinesco ausente en el texto es la actividad de orden prostibulario; se enfatiza la castidad de las gitanas jóvenes y la clara limitación de sus servicios al baile y canto. Aquella ausencia obviamente sirve para poner de relieve la castidad de Preciosa, cuya proyección desde el principio se basa en la virtud y los registros superiores de amor y poesía, en claro contraste con el entorno picaresco de la gitana vieja.

Por su parte, la crítica, a la vez que ha celebrado las ambigüedades típicamente cervantinas, como la hibridez del género literario, la ironía de la voz narrativa y un final supuestamente feliz que causa perplejidad, si se ha dirigido a la figura de la gitana vieja ha aceptado sin problematización su retrato carente de ambigüedad; es decir, el típico ejercicio intelectual de los cervantistas actuales, de los que la autora de estas líneas se considera una, ha dejado de considerarse aplicable al caso de la gitana vieja. Me refiero al ejercicio que consiste en la revelación de una ironía latente pero mordaz, que solo se manifiesta por medio de lecturas meticulosas en temas y personajes cervantinos. En el caso de La gitanilla, si los otros personajes principales han sido estudiados en términos de sus ambigüedades tanto como su existencia híbrida en mundos alternamente picarescos y cortesanos, la vieja, si es que se la menciona, es identificada rotundamente como la ciudadana egoísta de un mundo gobernado por la codicia y la picardía. Sea cual sea la orientación del estudioso, la vieja es descrita desde perspectivas morales y siempre en una posición inferior a lo poético y a lo cortés, representados por Preciosa y su novio Andrés, quienes ocupan un nivel moral superior.

La relegación de la vieja a aquel terreno inferior ocurre principalmente por su interés en el dinero y su preocupación por él (Clamurro, 1989: 49; Resina, 1991: 260; Williamson, 2011: 26; Alcalde, 1997: 124; Mayer, 2013: 107). En los resúmenes de la trama la gitana vieja solo se preocupa por el potencial económico de su «nieta» como entidad que produce dinero. En cuanto a sus motivaciones al revelar la verdadera identidad de Preciosa, la interpretación predominante ha sido la manipulación estratégica para conseguir una entrada a la alta sociedad, incluso hasta la posibilidad de que la vieja haya fingido la genealogía de la niña por el mismo motivo (Nelson, 2014: 130). Una excepción (Zimic, 1992: 108) va al otro extremo, considerando la revelación de la identidad de Preciosa un acto heroico y altruista que permite una resolución suave y feliz; aquello nos parece demasiado optimista dado el desconcierto que inspira el final y del que hablaremos en su momento.

Ante la caracterización de la vieja como mercenaria por los críticos, se nos debe ocurrir, en primer lugar, una pregunta sencilla pero necesaria: ¿de qué otras opciones dispone una gitana vieja para ganarse la vida en una sociedad sumamente hostil? ¿De verdad podemos llamar codicia a la búsqueda de la seguridad económica y básica en un entorno altamente desfavorable? En términos obvios, la gitana vieja solo puede tener cubiertas sus necesidades materiales si hace lo que hace, ya que el mundo que habita no le proporciona otras posibilidades para satisfacer las necesidades más elementales. Dar por sentada la existencia de una línea clara entre los valores representados por Preciosa (poesía, virtud) y los de la gitana vieja (materialismo y, por consiguiente, inferiores) crea problemas, puesto que dicha evaluación no toma en cuenta la realidad contextual de la vieja. Nos parece importante cuestionar el valor ético atribuido tan automáticamente al comportamiento de la gitana vieja.

Tras el planteamiento de esta pregunta básica, también cabe mencionar que en varios momentos del texto observamos intercambios verbales entre nieta y abuela que indican complicidad y cariño, expresados con una vivacidad dialéctica que va más allá de metas económicas. Consideremos el diálogo siguiente en el que Preciosa desea explicarse ante un mancebo aristócrata y atrevido:

En tanto que el caballero esto decía, le estaba mirando Preciosa atentamente, y sin duda que no le debieron de parecer mal ni sus razones ni su talle; y, volviéndose a la vieja, le dijo:

—Perdóneme, abuela, de que me tomo licencia para responder a este tan enamorado señor.

—Responde lo que quisieres, nieta —respondió la vieja—, que yo sé que tienes discreción para todo (Cervantes, 1982 [1613]: 99).

Escuchando, en otra ocasión, la elocuencia de la joven, la abuela declara su admiración y Preciosa le contesta en un tono cómplice y juguetón:

—Satanás tienes en tu pecho, muchacha —dijo a esta sazón la gitana vieja—: ¡mira que dices cosas que no las diría un colegial de Salamanca! Tú sabes de amor, tú sabes de celos, tú de confianzas: ¿cómo es esto?, que me tienes loca, y te estoy escuchando como a una persona espiritada, que habla latín sin saberlo.

—Calle, abuela —respondió Preciosa—, y sepa que todas las cosas que me oye son nonada, y son de burlas, para las muchas que de más veras me quedan en el pecho (Cervantes, 1982 [1613]: 102).

La interacción no requiere explicación: queda claro que entre la vieja y Preciosa existen diversas formas de interactuar y que su relación no se limita a preocupaciones de orden económico.

En los resúmenes de la trama se percibe, pues, una gerontofobia inconsciente, mostrando hasta qué punto la crítica interioriza y acepta una visión estereotipada de la vejez de la mujer en una comunidad marginal, en contraste con el registro alto y refinado vivido por Preciosa y su novio. Dicha aceptación de la inferioridad de la vieja no se debe a su genealogía picaresca, ya que lo picaresco no condena necesariamente a evaluaciones rígidas: a título de mero ejemplo, han corrido ríos de tinta sobre Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo, Cipión y Berganza, enfatizando —con razón— los marcos dinámicos y cargados de ambigüedad que habitan estos personajes. La gitana vieja, en contraste, es relegada a una práctica textual que se limita al resumen de la trama con la serie de presuposiciones que acabamos de señalar.

Cabe decir que el texto colabora hasta cierto punto con los estudiosos. Después de una generalización sobre los gitanos enfatizando su casi natural inclinación al robo —aunque con la típica fisura cervantina dado que la frase empieza con «Parece»: «Parece que los gitanos y las gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones», palabra que no ha escapado la atención de la crítica (Presberg, 1998: 8)— el narrador pasa a la vieja:

Una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. [...] la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía; y así, determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y enseñarle a vivir por sus uñas (Cervantes, 1982 [1613]: 73-74).

La docencia de la vieja deja huellas en Preciosa solo en términos del interés en el dinero, específicamente en una conciencia aguda de la incompatibilidad del amor y de la pobreza. El texto no deja espacio para acusar a Preciosa de mercenaria, corrupta o ladrona. Si Preciosa sale a su abuela es únicamente en el caso de su entendimiento del valor del dinero tanto como en su destreza lingüística, pero no en los delitos asociados con los gitanos. De modo que Preciosa trasciende los rasgos literarios de la pícara, de los que no se escapa su abuela. Para describir a la vieja, el narrador mantiene la estabilidad necesaria en la construcción de los estereotipos, es decir, cerrar la puerta a cualquier posibilidad de problematización. Incluso se le niega un nombre: «gitana vieja» y «la abuela» son sus únicas designaciones con una duda que aparece, únicamente al principio, acerca de la relación natural entre ella y Preciosa: «Crió una muchacha en nombre de nieta suya» (Cervantes, 1982 [1613]: 73-74), «Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, y a los quince años de su edad, su abuela putativa la volvió a [...]» (Cervantes, 1982 [1613]: 75). Dichos momentos de duda desaparecen rápidamente y el texto, a partir de estas dos primeras páginas, le llama «abuela» definitivamente.

A medida que el retrato de Preciosa va ampliando el horizonte de ambigüedades típicamente cervantinas, creando paradojas y espacios interpretativos, se mantiene la relegación de la vieja a un mero estereotipo. El colmo llega con el tratamiento del robo de la niña. Al fin y al cabo, es el hecho clave de la historia, pero su posición en la novela debilita su potencia. La revelación del robo ocurre hacia el final en un ambiente tan lleno de emoción, intriga y tensión provenidas de otro asunto —es decir, el destino de Preciosa y de Andrés— que casi se pierde bajo el peso de la trama. Es más, los verdaderos padres de Preciosa, al enterarse del robo, perdonan en seguida a la vieja. Una justificación de ese perdón sería la generosidad cristiana y la importancia de perdonar a la pecadora, un gesto que además garantiza un final feliz. Pero ¿no podemos considerar el acto de perdonar, tan rápido y somero, también una desvalorización de la vieja? ¿No le quita legitimidad y subjetividad a ella ese perdón casi distraído, que parece ni siquiera haber reconocido el tamaño del acto de robar a una bebé?

que, ¿quién había de imaginar que la gitanilla era hija de sus señores? El corregidor dijo a su mujer y a su hija, y a la gitana vieja, que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese; y asimismo dijo a la vieja que él la perdonaba el agravio que le había hecho en hurtarle el alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias recebía; y que sólo le pesaba de que, sabiendo ella la calidad de Preciosa, la hubiese desposado con un gitano, y más con un ladrón y homicida (Cervantes, 1982 [1613]: 151).

Al minimizar el enorme delito de la vieja y, en cambio, insistir en otro problema, es decir, la vergüenza y la decepción de ver a su hija prometida a un gitano, el Corregidor y su esposa contribuyen a la invisibilidad textual y contextual de la vieja.

La realidad sociológica de los siglos xvi y xvii documenta ampliamente la situación precaria de los gitanos y, con evidencia, se ve reflejada en el texto de Cervantes. Ningún lector se sorprendería al saber que en la España de Cervantes hubo políticas y actitudes romáfobas, pero estas no equivalían a una fobia elemental y simplista. La estudiosa Lou Charnon-Deutsch muestra hasta qué punto, a pesar de percepciones abiertamente intolerantes, la pregunta aparentemente sencilla de ¿quién es un gitano? ocasionaba una inmensa gama de respuestas a lo largo de la temprana Edad Moderna, dando lugar a una polémica intensa acerca de la identidad del gitano (Charnon-Deutsch, 2004: 21-35). Se debatían los grados de su religiosidad y su capacidad para ser asimilados y se preguntaba si constituían una raza o solo un grupo de personas dedicadas al hurto y a una vida itinerante. Como señala Mayte Green-Mercado, la legislación anti-gitana que apareció primero en 1499 demostraba diferencias significativas con las restricciones impuestas a los musulmanes y los judíos. Más que nada, la ansiedad producida por los gitanos tenía que ver con su vida nómada que resistía cualquier intento de control y disciplina, aunque, al mismo tiempo, los gitanos ejercían oficios útiles. Como sigue explicando Green-Mercado, se dedicaban a la forja, la cestería, la compra y la venta del ganado, es decir, actividades de clara utilidad para los pueblos y ciudades cercanos. Mientras tanto, las presiones impuestas por las autoridades les forzaban a cometer delitos, de modo que su interacción con la sociedad consistía en una mezcla paradójica de pertenecer y no pertenecer (Green-Mercado, 2018: 136-137). El hecho o el mito de que alguna gente «paya» se unía por su propia voluntad a los gitanos complicaba aún más las definiciones. Dado el carácter sumamente polémico de las definiciones, las actitudes rotundamente fóbicas empezaron poco a poco a incluir un intento de calificar a los gitanos como verdaderos, aunque defectuosos, españoles, en contraste con una raza enteramente ajena (Green-Mercado, 2018: 137-138). Hay que tomar en cuenta, pues, esa contextura vital que proyecta una romafobia patente sin, en realidad, conseguir definir precisamente su identidad.

De la misma manera, la novela de Cervantes, a la vez que acomoda e incluso cuenta con la invisibilidad de la vieja, ofrece vías para resistir su desaparición total. Consideremos la escena justo después de que Preciosa, quien ya se ha revelado como la hija de sus padres nobles, suplica llorando que salven a su novio «que ni es gitano ni ladrón» (Cervantes, 1982 [1613]: 151).

—¿Cómo que no es gitano, hija mía? —dijo doña Guiomar.

Entonces la gitana vieja contó brevemente la historia de Andrés Caballero, y que era hijo de don Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba don Juan de Cárcamo; asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenía, cuando los mudó en los de gitano. Contó también el concierto que entre Preciosa y don Juan estaba hecho, de aguardar dos años de aprobación para desposarse o no. Puso en su punto la honestidad de entrambos y la agradable condición de don Juan.

Tanto se admiraron desto como del hallazgo de su hija, y mandó el corregidor a la gitana que fuese por los vestidos de don Juan. Ella lo hizo ansí, y volvió con otro gitano, que los trujo.

En tanto que ella iba y volvía, hicieron sus padres a Preciosa cien mil preguntas, a quien respondió con tanta discreción y gracia que, aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara (Cervantes, 1982 [1613]: 151).

Una frase llama la atención: «En tanto que ella iba y volvía». Al desentrañar la estructura de la escena notamos que primero el Corregidor le da una orden a la vieja, confirmando así su superioridad jerárquica, aceptada por ambos: «Ella lo hizo ansí». Justo en ese momento, los padres de Preciosa le hacen «cien mil preguntas, a quien respondió con tanta discreción y gracia que, aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara». De modo que la gitana va y vuelve mientras que la biología y la clase social, ambas opuestas a las realidades de la vieja, se van afirmando cada vez más. Todo parece volver a su cauce natural: la hija legítima y además muy dotada ha regresado al seno de la familia. Pero se abre una fisura: «aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara». La hipérbole podría pasar desapercibida, sin embargo existe la duda de que Preciosa no fuera su hija biológica, dada la posibilidad de la falsificación de las pruebas, talento conocido de los gitanos (Mayer, 2013: 109). La conexión natural, tan vitalmente significativa, cae bajo sospecha.

Dicha duda —algo preocupante, aunque menor— se conecta con el ir y volver de la gitana, acción que requiere una lectura figurada. Si de forma conveniente se la borra del texto al no darle un nombre ni una posición privilegiada en la estructura narrativa, en realidad la gitana vieja «va y vuelve». Ese recorrido se debe a varios factores: la sustitución del título «abuela» después de solo una mención de «putativa abuela», la posible duda respecto a la correspondencia Preciosa/Costanza, el énfasis tenaz en la relación entre las dos incluso durante una boda que afirma vehementemente el estatus «normal» de la joven: «quedóse la gitana vieja en casa, que no se quiso apartar de su nieta Preciosa» (Cervantes, 1982 [1613]: 157. Énfasis mío). Quizás no haya mayor prueba de la resistencia de la vieja contra un texto determinado en expulsarla que una declaración por parte de la persona que más representa su opuesto, es decir, el padre natural de Preciosa:

Preguntáronla si tenía alguna afición a don Juan. Respondió que no más de aquella que le obligaba a ser agradecida a quien se había querido humillar a ser gitano por ella; pero que ya no se estendería a más el agradecimiento de aquello que sus señores padres quisiesen.

—Calla, hija Preciosa —dijo su padre—, que este nombre de Preciosa quiero que se te quede, en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo; que yo, como tu padre, tomo a cargo el ponerte en estado que no desdiga de quién eres (Cervantes, 1982 [1613]: 151-152).

Nos encontramos ante una figura paterna que expresa su poder al apropiarse de un nombre y de una vida no formados bajo su control. Pero irónicamente, al declarar su autoridad en términos de «memoria de tu pérdida y de tu hallazgo» se nota una enorme inseguridad inconsciente, ya que permanece la «memoria de la pérdida», es decir, la vieja.

Con todo, las fisuras señaladas no consiguen elevar a la gitana vieja al estatus de un personaje novelesco. Su expulsión textual termina dominando las resistencias menores que acabamos de mencionar. Pero dicho desahucio realiza una función significativa para Preciosa. Es más, nos obliga a reexaminar las evaluaciones exageradamente positivas de la gitanilla.

A lo largo de la novela y hasta el momento de la revelación de su identidad, Preciosa se ha mostrado sumamente elocuente, capaz de expresarse con fluidez y facilidad. Convertida en Constanza, pierde su autonomía lingüística tanto como su
espíritu juguetón, declará
ndose obediente en cuerpo y alma a la voluntad de
su padre. La transformación fulminante no se les ha escapado a los estudiosos y ha dado lugar a múltiples interpretaciones: deber cristiano de la mujer casada, requisito de un final feliz, transacción necesaria para convertirse de Preciosa en Constanza (Presberg, 1998; Clamurro, 1989; Meyer, 2013; Nelson, 2014). Como decíamos al principio de este trabajo, abundan hoy estudios sobre las mujeres autónomas y soberanas de Cervantes, quienes se ven listas e inteligentes, capaces de tomar sus propias decisiones. Dicha celebración merece ser interrogada y es un tema que desarrollaremos en su momento en otro trabajo. Aquí basta con ofrecer una advertencia: cualquier autonomía manifestada por Preciosa se basa en elementos ilusorios típicos de fantasí
as patriarcales y gerontófobas1. Su juventud, su belleza y su expresividad producen placer para la mirada masculina, tanto en el texto como en las interpretaciones, y tras su matrimonio dejan de servir. Su autonomía e independencia, tan celebradas por los estudiosos (Pym, 2006: 50; Clamurro, 1989: 58; Williamson, 2011: 27 y 35) corresponden solo a expectativas masculinas, puesto que se manifiestan bajo rúbricas sensuales y archifeminizadas como el baile, la poesía erótica y excitante, y palabras juguetonas que la hacen aún más apetecible. La belleza física de Preciosa sirve de fundamento para todos sus talentos. La estudiosa Alison Webber considera que no carece de elementos paródicos la exagerada descripción de Preciosa como audaz y osada, teniendo en cuenta los flagrantes contrastes que presenta contra todo lo que se estimaba apropiado y recomendado para las mujeres de su época (Webber, 1994). Es decir, en vez de interpretarla según líneas serias, es preciso destacar su retrato fundamentalmente paródico. William Clamurro, a pesar de su elogio de la libertad de Preciosa, termina concluyendo que la novela aprueba un mundo el que la mujer debe aceptar su objetificación y su inferioridad social (Clamurro, 1989: 60).

A estas interpretaciones hay que agregar la posición de la gitana vieja, que aclara la sumisión y el silencio de Preciosa/Constanza. La vieja es el producto de
una serie de tópicos y presuposiciones que prohíben cualquier interpretaci
ón
de orden dinámico; se ha convertido en un cliché atestado y saturado, de acuerdo,
entre otras presuposiciones, con tratados moralistas y médicos que desestiman a la mujer vieja por razones científicas (Orobitg, 2011; Gernert, 2016). Las fisuras señaladas cuestionan la integridad absoluta del cliché, pero permanecen a un nivel subterráneo. En realidad, dada su relación estructural con Preciosa, la gitana vieja se convierte en un espejo para la joven, como si le fuese diciendo: «has empezado independiente y lista, pero terminarás como yo, invisible e inmóvil». Con la represión de ambigüedad e ironía, las fisuras terminan siendo nada más que vistazos breves de una posibilidad que nunca pudo realizarse. El espejo que le ofrece la gitana vieja a Preciosa nos invita, desde un horizonte más amplio, a cuestionar el proto-feminismo de Cervantes en su retrato de Preciosa. La joven será un día vieja. En su abuela hemos visto el destino de la elocuencia femenina (en sí ya problemática, porque existe a servicio del placer masculino): una vez acabadas la belleza y la juventud, no logra atraer a nadie, ni ser vista seriamente. No es un destino feliz, porque en realidad no tuvo un comienzo feliz.

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Recibido: 03/02/2023
Aceptado: 22/03/2023

La expulsión de la gitana vieja en La gitanilla de Miguel de Cervantes

Resumen: Una característica ampliamente documentada de las obras de Miguel de Cervantes (1547-1616) es su problematización de las definiciones de identidades marginales. Pero una figura marginal que merece más consideración es la vieja gitana, la «abuela» de Preciosa en La gitanilla, cuya proyección corresponde a todos los marcos estereotípicos de su edad y oficio. El estigma de la vejez femenina, junto con la despreciada identidad de gitana, facilitan conclusiones categóricas acerca de su personaje, y el texto mismo permite una evaluación rotundamente ética de su comportamiento. Sin embargo, el entorno social retratado en la novela y la construcción lingüística del personaje crean posibilidades interpretativas que superan un mero juicio ético. El detallado análisis del personaje revela que la supuesta división entre la vitalidad de la joven Preciosa y la decrepitud de la gitana vieja no es tan clara como ha supuesto la gran mayoría de la crítica, y que en realidad existe una continuidad sombría que conecta a las dos.

Palabras claves: Miguel de Cervantes, La gitanilla, vejez, vieja, Preciosa, gitanos.

The Expulsion of the Old Gypsy Woman in La gitanilla of Miguel de Cervantes

Abstract: A widely documented feature of the works of Miguel Cervantes (1547-1616) is their problemization of the definition of marginal identities. But one marginal figure who deserves more consideration is the old gypsy woman, the grandmother of Preciosa in La gitanilla, who corresponds to all the stereotypical definitions of her age and profession. The stigma of old age in a woman alongside her despised identity as a gypsy permit categorical conclusions about her character, and even the text itself invites a clearly ethical judgment of her behavior. However, the social context portrayed in the short story as well as the linguistic construction of the character create interpretive possibilities that surpass a simplistic moral judgment. The detailed analysis of the old woman reveals that the supposed division between the vitality of the young Preciosa and the decrepitude of the old Gypsy woman is not as clear as has been supposed by most scholarship, and that in fact a bleak continuity connects the two.

Keywords: Miguel de Cervantes, La gitanilla, old age, the old woman, Preciosa, gypsies.


1 Cabe recordar que ciertas orientaciones críticas suscriben el mismo marco fantástico y se nutren del placer ofrecido por Preciosa. Fijémonos en una calificación de su forma de bailar: «Preciosa’s dance, at one chaste and orgiastic, sets her and her story on the path of a pilgrimage out of a fallen world, spirit lost in matter but straining for the light» (Ter Horst, 1985: 126). El concepto binario establecido aquí da por sentada la oposición entre luz y tiniebla, pérdida y recuperación, castidad y cuerpo. Este esquema binario constituye una de las fundaciones claves de fantasías masculinas sobre la mujer, quien solo es vista en términos binarios.

* Este artículo se enmarca dentro de la producción científica generada por el grupo de investigación consolidado «Mentalidades mágicas y discursos antisupersticiosos (siglos xvi, xvii y xviii)», reconocido oficialmente en la Universidad Autónoma de Madrid <http://www.mariajesuszamora.es/grupo_MMDA>.

Edad de Oro, XLII (2023), pp. 85-95, ISSN: 0212-0429 - ISSNe: 2605-3314
DOI:
https://doi.org/10.15366/edadoro2023.42.005