«VIEJA BARBUDA, DE LEJOS LA SALUDA»:
LA VEJEZ EN FEMENINO AL PRISMA DE LOS TEXTOS DOCTRINALES DE LA ESPAÑA DE LA TEMPRANA EDAD MODERNA

Christine Orobitg

Aix-Marseille Université
christine.orobitg@univ-amu.fr

1. Introducción

La presente contribución se propone estudiar las representaciones de la mujer mayor en los textos doctrinales (textos médicos y demonológicos, tratados de filosofía natural, textos enciclopédicos, polianteas y poligrafías que vulgarizan los saberes) de la temprana Edad Moderna. Esta reflexión se inserta en el marco de un interés más amplio, ya antiguo en mi propia trayectoria de investigación, por los escritos doctrinales. Estos se definen como textos que pretenden transmitir una «doctrina», un saber sobre el mundo. Este tipo de textos ha sido hasta ahora esencialmente estudiado por las historias de la filosofía, de la cultura o de la medicina, con metodologías esencialmente enfocadas en sus contenidos. Se trata aquí de abordar estas fuentes no solo desde un punto de vista informativo, como vectores de ideas y contenidos, sino de analizar cómo la doctrina se configura a nivel lógico, retórico e imaginario, cómo establece conexiones entre diferentes discursos y saberes para elaborar un conjunto de representaciones en que la mujer mayor aparece no solo como un ser inútil y despreciable, sino también como un personaje maléfico, tóxico y peligroso.

Es importante, en el umbral de esta reflexión, insistir sobre la permeabilidad de los textos que caracteriza la escritura doctrinal de la temprana Edad Moderna. En esta época, los diferentes discursos (médicos, morales, espirituales, filosóficos, demonológicos o enciclopédicos) no están separados por fronteras estancas: para describir los males que amenazan el cuerpo humano, los médicos citan los textos sagrados; inversamente, los predicadores se refieren a los saberes médicos para apoyar su propósito moral. Uno de los textos más representativos de esta permeabilidad discursiva es el De sacra philosophia (1587) de Francisco Valles de Covarrubias (1524-1592) que, a través de un procedimiento deductivo, extrae saberes médicos de los textos sagrados.

Este trabajo se enmarca también en el cuadro de un trabajo más amplio, empezado hace bastantes años, sobre las funciones y representaciones de la sangre en los territorios hispánicos de la Edad Moderna. Como veremos en este artículo, la oposición entre sangre masculina y sangre femenina, así como las representaciones vinculadas con la sangre menstrual, son unas de las principales claves explicativas de la visión peyorativa de la mujer mayor. Al final, también nos interrogaremos sobre las implicaciones sociales de estos discursos sobre la vejez femenina.

2. Una visión peyorativa de la mujer mayor

La visión peyorativa de la vejez femenina en la Edad Moderna es ampliamente conocida y no nos detendremos excesivamente en ella, limitándonos a recordar aquí algunas de sus manifestaciones más llamativas. Todos los textos doctrinales coinciden en describir la vejez como un proceso de deterioro del cuerpo humano que va perdiendo, progresivamente, su calor y su humedad. Así lo describe el médico Bernardino Montaña de Montserrate en el Sueño del marqués de Mondéjar publicado en 1551, en Valladolid, junto a su Libro de Annatomía:

Tras esta edad de senectud primera sucede la quarta edad y postrera en la qual como havemos dicho el calor natural y la fuerça del cuerpo están notablemente flacos y su disminución y enflaquecimiento va cada día cresciendo hasta llegar al término de la muerte natural que es quando el húmido radical está tan gastado que no puede conservar su calor, según que es menester para la conservación de la vida (1551: f. 129r).

En un sistema de pensamiento que concibe el calor y la humedad como las bases fisiológicas de la vida, el envejecimiento es visto como un proceso de paulatino enfriamiento y desecamiento. Así lo expone Juan Luis Vives en su De anima et vita (1538):

disminuye el calor cuando se va secando el jugo en el grado conveniente. Así en los ancianos [...] Consiste por tanto la juventud en el equilibrio entre lo cálido y lo húmedo; llega la vejez cuando falta uno de estos dos elementos (1538: II, 1228).

La vida entera consiste en lo cálido, como he dicho repetidas veces, y por razón de lo cálido también en lo húmedo. La muerte es natural cuando secándose la humedad que alimenta el calor, decae éste y acaba por extinguirse, como una lámpara que consumió todo su aceite (1538: II, 1280).

Sin embargo, aunque este proceso de desecamiento y enfriamiento afecta por igual a los cuerpos masculinos y femeninos, los especialistas que han estudiado las representaciones de la vejez en las sociedades occidentales desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea (Minois, 1998; Johnson y Thane, 1998; Ballester, 2002: 3-20; Pérez Cantó y Ortega López, 2002; Thane, 2005) señalan que la vejez femenina siempre fue más denostada que la vejez masculina.

La vetula es uno de los temas habituales de la literatura burlesca y satírica, y su presencia en la escritura de Quevedo ha sido particularmente estudiada (Profeti, 1984: 45-74; Vaíllo, 1998; Otaola, 2018). La «vieja indigna» es también satirizada en el teatro breve, como en el Entremés de la vieja Muñatones de Quevedo (Arellano, 1984). La dueña era asimismo uno de los tipos sociales habitualmente mofados por la literatura (Arco, 1953; Nolting-Hauff, 1974: 148-53; Mas, 1957: 63-69) siendo quizás uno de los mejores ejemplos de esta visión satírica el cruel retrato que Quevedo elabora de la dueña Quintañona en el Sueño de la muerte:

Con su báculo venía una vieja o espantajo, diciendo: —¿Quién está allá a las sepulturas? —con una cara hecha de un orejón; los ojos en dos cuévanos de vendimiar; la frente con tantas rayas y de tal color y hechura, que parecía planta de pie; la nariz en conversación con la barbilla, que casi juntándose hacían garra, y una cara de la impresión del grifo; la boca a la sombra de la nariz, de hechura de lamprea, sin diente ni muela, con sus pliegues de bolsa a lo jimio, y apuntándole ya el bozo de las calaveras en un mostacho erizado; la cabeza con temblor de sonajas y la habla danzante; unas tocas muy largas sobre el monjil negro, esmaltando de mortaja la tumba; con un rosario muy largo colgando, y ella corva, que parecía con las muertecillas que colgaban de él que venía pescando calaverillas chicas (Quevedo, 1991 [1627]: 373-374).

—¿Quién creyera que en el otro mundo hubiera presunción de mocedad, y en una cecina como esta? Llegóse más cerca, y tenía los ojos haciendo aguas, y en el pico de la nariz columpiándose una moquita, por donde echaba un tufo de cementerio (Quevedo, 1991 [1627]: 375).

La mujer mayor es asimismo un tema risible o «ridículo» en la tradición iconográfica, como se observa en la tabla Vieja mesándose los cabellos de Quentin Massys (1465-1530), actualmente conservado en el Museo del Prado (55 x 40 cm, n.º de inventario: 3074) en que una vieja desarreglada tira de sus cabellos con una mueca caricaturesca. En todas estas representaciones, la mujer mayor es objeto de burla y de desprecio, mientras que el hombre mayor escapa generalmente a este tratamiento peyorativo, con la notable excepción del tópico del viejo enamorado (Louvat-Molozay, 2013: 51-61).

El objeto de la presente contribución es mostrar que esta visión peyorativa de la
mujer mayor se fundamenta en los saberes médicos y, más precisamente, en
la descripción que estos textos hacen del temperamento femenino (caracterizado por una «frialdad» constitucional), de la sangre femenina y de la circulación de la sangre menstrual. La sangre femenina, caracterizada como má
s fría, más gruesa y melancólica que la sangre masculina (y, en particular, la sangre menstrual que, en la menopausia, lejos de agotarse, se acumula al contrario en los organismos femeninos), engendra en estos discursos un rico y denso imaginario del «desecho», de la superfluidad tóxica y de la malignidad, y constituye una de las principales claves explicativas de las representaciones despectivas de la vejez femenina.

3. Frialdad femenina y «mala digestión» de los alimentos: la sangre femenina como clave de explicación

Estas representaciones encuentran su base, en primer lugar, en la diferencia que la doctrina médica establece entre temperamento femenino y temperamento masculino. En efecto, los médicos no definen al ser humano de manera única y homogénea, sino a través de un sistema de dicotomías en que la fisiología femenina aparece bien diferente de la masculina (Arquiola, 1988: 297-315). Es un tópico, en los textos médicos y filosóficos, afirmar que el temperamento femenino es más frío y húmedo que el del varón. Así lo confirma un amplio abanico de auctoritates, griegas y latinas, que fundamentan el discurso médico de la Edad Moderna: estas ideas aparecen en Aristóteles (De generatione animalibus, IV, cap. 6; De longitas et brevitas vitae; Problemas), Hipócrates (De dieta, lib. I), Galeno (De causis pulsum, 3; Aforismos, lib. V, cap. 42, 62 y 69; lib. VII, caps. 7 y 14), Avicena (Canon, lib. IV, fen. 1, doc. 3, cap. 3), Alberto Magno (De animalibus, tratado II, cap. 16), Arnau de Vilanova (Regimen sanitatis, cap. 3). En la época medieval y luego moderna, textos como el Lucidario (Sancho IV, 1968 [s. xiii]: 266) o los Diálogos de la agricultura cristiana de Juan de Pineda (1963 [1589]: 90-91). difunden estas representaciones, atribuyendo a las féminas una complexión fría y húmeda, mientras que los varones son definidos por una complexión caliente. Lorenzo Suárez de Chaves subraya en sus Diálogos de varias questiones (Alcalá, 1577) que estas representaciones constituyen un verdadero tópico de los textos médicos y filosóficos: «Esto de la frialdad mugeril y calor varonil es doctrina común entre cuantos médicos y filósofos son leídos en las escuelas» (Suárez de Chaves, 1577: f. 169r).

Si la mujer joven ya es, en sí, mucho más fría que el hombre, el temperamento de la mujer mayor aparece dotado de una frialdad aún mayor que tiene importantísimas consecuencias. En efecto, en un sistema de representación que concibe, por analogía, la digestión como una «cocción» de los alimentos1, la mujer, a causa de su frialdad constitucional, no digiere bien la comida, generando gran cantidad de «desechos» y de sustancias nocivas que permanecen en su organismo. Así lo señala Blas Álvarez de Miraval: «en todas las operaciones vitales y naturales [los varones] tienen mayor fuerça [que la hembra], pues se mueve con mayor firmeza, siente más perfectamente y se alimenta con mayor felicidad, expele con mayor presteza las cosas nocivas» (1601: f. 278r).

La sangre menstrual es vista, precisamente, como uno de estos «desechos» o «excrementos» que el cuerpo femenino debe expulsar para conservar la salud. Así lo afirma, por ejemplo, el Compendio de la salud humana (Zaragoza, 1494), traducción castellana del Fasciculus medicinae de Johannes de Ketham: «las mujeres son de natura muy fría en respecto de los hombres & por ende no pueden convertir todo su nutrimento en sangre, por defecto de calor & queda alguna parte & gran porción en el mestruo» (1494: f. 21r).

Al expeler menos que los hombres las sustancias nocivas de sus cuerpos, las mujeres fabrican una sangre impura, gruesa y melancólica, que habita y ocupa sus organismos desde la pubertad hasta su muerte. Así lo expone, en 1672, Tomás Murillo Velarde afirmando que «la sangre que ordinariamente en las mujeres es fría y húmeda en comparación de la de los hombres y más gruessa y negra» (1672: f. 22). Las características atribuidas por Murillo y Velarde a la sangre femenina proceden de la caracterización del temperamento flemático (caracterizado por una sangre fría y húmeda) y melancólico (constituido por una sangre «gruessa» y «negra»). La definición contrastada de los sexos es entonces una oposición imaginaria de sangres: a la «buena sangre», pura, caliente y clara de los hombres se opone la sangre oscura, fría, impura y pesada de las mujeres. La sangre se convierte entonces en terreno de dicotomías (puro/impuro, grueso/ligero, frío/caliente, claro/oscuro, bueno/malo, orden/desorden) que no se limitan a la caracterización de los sexos, sino que viajan y se desplazan a otros terrenos, siendo el más conocido el de la limpieza de sangre. La sangre femenina aparece entonces como una de las múltiples y posibles configuraciones posibles de un patrón imaginario que es el de la «mala sangre». Y la sangre femenina y, más precisamente, la sangre menstrual es una de las claves que explica la visión peyorativa de la mujer mayor y su representación como ser tóxico, dañino y peligroso, susceptible de «aojar».

4. La circulación de la sangre menstrual, de la juventud a la vejez:
la menopausia y la mujer mayor como ser tóxico

Los cuerpos femeninos aparecen entonces como cuerpos saturados por una «mala sangre», oscura, negra y melancólica. Afortunadamente, según los médicos, las mujeres en edad reproductiva expulsaban cada mes este exceso de sangre melancólica e impura mediante la menstruación. Es muy abundante la bibliografía dedicada a la mitología engendrada alrededor de la menstruación2. En los textos doctrinales de la Época Moderna, la sangre menstrual genera un imaginario en que abundan las imágenes de lo tóxico, del desecho, de lo impuro. El Compendio de la salud humana compara la «madriguera» de la mujer, por donde fluye la sangre menstrual, con los «abellones» que reciben las «inmundicias» de la casa. El final de la cita caracteriza claramente la sangre menstrual como sangre «inmunda»:

¿Por qué tienen las mujeres madriguera? Responde el Aberroyz, porque la madriguera es lugar deputada para recebir la simiente generativa & está collocada en medio de la mujer assí como acostumbran de estar los abellones en medio de los patines para recebir las aguas & inmundicias que cahen de toda la casa, así la madriguera está en medio de la mujer y recibe toda la sangre mestruosa & inmunda della (Ketham, 1494: ff. 21r-23v).

Esta fundamental impureza de la sangre femenina y, más precisamente, de la
sangre menstrual se refleja en una creencia, extremadamente difundida, según
la cual la mujer que se mira a un espejo teniendo la menstruación, lo empaña. La descripción de este fenómeno por el
Compendio de la salud humana es interesante, al convocar un abundante vocabulario de la suciedad y de la infección (el verbo «infecionar» se repite cuatro veces y es completado, al final, por el verbo «corrumpir»), del veneno («un fumo muy venenoso») y al subrayar el papel de la vista, de la mirada, en el proceso de «infección»:

¿Por qué los ojos de la mujer mestruosa infeccionan el espejo [t]anto que como escrive Aristóteles en el libro que hizo del sueño & de la vigilia, que con su vista se engendran nuves sanguinolentas en el espejo? Responde porque naturalmente quando la mujer está tal, se resuelve en ella de la tal materia un fumo muy venenoso, el qual le causa en la cabeça muy gran dolor, & por quanto los ojos son llenos de poros, aquel tal fumo infecionado busca de salir por ellos & infeciona los tanto, que se muestran en ellos venas sanguíneas & como son ellos de su condición lacrimosos & expulsivos de gotas lacrimales, el ayre que les está contiguo recibe aquella infección & corrumpre el objecto del espejo que le está junto delante (Ketham, 1494: f. 22r).

Como muchos otros tratados, la traducción castellana del Libro de propietatibus rerum de Bartholomaeus Anglicus, incide en la naturaleza dañina y destructora de la sangre menstrual:

e no es de maravillar si la sangre assí corrompida tanto molesta su propio sugeto: como sea verdad, según Ysidoro [...] que la sangre mostruosa por su contrato, si toca a las simientes no crecen e las yervas mueren e los árboles pierden su fruto, el fierro viene a ser lleno de ollín y corrompido, los metales en[n]egrecen y si por ventura algún perro comía o bevía la tal sangre, raviaría. Los cimientos fuertes que el fierro no los puede empecer, si la tal sangre los tocava, muy presto tumbarían (1529: f. 38r).

Las mujeres en edad reproductiva eliminan esta sangre tóxica y venenosa cada mes mediante la menstruación. Durante el embarazo, la sangre menstrual servía de alimento al embrión y luego al feto:

Mas es de notar que esta materia es retenyda en el cuerpo después que la dueña ha concebido para criar el niño e para conservacion de lo concebido [...] Esta sangre mezclada con la simiente es la vianda del atal concebido e por esto la muger que después que ha concebido ha fluxo de sangre continuamente suele abortar (Anglicus, 1529: f. 38v).

Pero las mujeres mayores, afectadas por la menopausia, dejaban, según los médicos, de purgar esta sangre maligna e infecta, que se acumulaba en sus cuerpos. El Compendio de la salud humana describe a las mujeres afectadas por la menopausia, como seres tóxicos y venenosos que acumulan en su cuerpo gran cantidad de «materia mala»:

¿Por qué las mugeres después de cinquenta años no tienen mestruos? Responde porque entonces son mañeras. O en otra manera y mejor, porque la natura está entonces tan debilitada que no los puede expellir, & por ende congregan en sí aquella materia mala, en tanto que con su aliento infecionan los mochachos, & habundan en ellas los romadizos & tos las más vezes (Ketham, 1494: 21v).

A los que se sorprenden de que estas mujeres no mueran intoxicadas por esta acumulación de «materia venenosa», Ketham contesta estableciendo una analogía entre las mujeres mayores y los animales venenosos que pueden matar a los demás seres pero que son inmunes a su propio veneno:

¿Por qué siendo las mugeres tan venenosas no infecionan a sí mismas? Responde porque el venino no obra contra sí mas contra otro qualquiere objecto. O en otra manera & mejor, porque las mujeres acostumbran de criar en sí aquella materia venenosa & por aquella tan continua costumbre no les empesce (1494: f. 21v).

La acumulación de sangre menstrual en el organismo femenino explicaba asimismo la pilosidad que afecta el rostro de ciertas mujeres mayores vulgarmente llamadas viejas «barbudas»3. En efecto, según los médicos, al detenerse con la edad el flujo menstrual, la sangre, que se acumulaba por el cuerpo, acababa por salir y manifestarse bajo la forma de barbas (Sanz Hermida, 1994a: 18-19). Pero este no era, para los tratadistas, el único efecto negativo de la menopausia.

5. La fascinatio o aojamiento: una representación basada en la sangre femenina

En los textos médicos y demonológicos, las mujeres mayores eran consideradas como peligrosas y nocivas, susceptibles pues de infectar o «aojar» con la mirada4. Una vez más, la clave explicativa radica en la sangre. El proceso de aojamiento o fascinación reposa enteramente en la idea de sangre menstrual, melancólica, oscura e infecta, que se acumula en el organismo y se difunde por la vista, a través de los espíritus, definidos como «vapores» de la sangre. El Tratado de fascinación (1425) de Enrique de Villena explica cómo de los ojos emana un «spírito visivo» que penetra los ojos de la persona mirada y la infecta irremediablemente:

E la tal venenosidat de complisión más por vista obra que por otra vía, por la sotileza del spírito visivo que su impresión de más lexos en el aire difunde.

Onde tal infecçión de vista dañada e infecta imprime e faze daño conosçido en los catados o irados mediante el aire infecto en que ambos participan, el uno por acción y el otro por passión. E tal acto o recebsión dizen aojamiento (1994 [1425]: I, 330).

En el siglo xvi, fray Martín de Castañega describe en su Tratado de las supersticiones y hechizerías (1529) cómo los ojos de ciertas personas exhalan espíritus dañinos, nacidos de una sangre corrupta, que penetran en el organismo de sus víctimas, contaminando su sangre y causando numerosas enfermedades. Para Castañega, «las viejas que han dejado de purgar sus flores» son las más dañinas y peligrosas:

y esta infición y ponçoña tienen unas más que otras, y en especial las viejas que han dejado de purgar sus flores a sus tiempos por la naturaleza ordenados, porque entonces purgan más por los ojos y de peor complexión por razón de la edad (1997 [1529]: 35).

Los niños constituyen las víctimas favoritas de estas mujeres, cuya mirada, verdadero «rayo ponçoñoso», corrompe definitivamente su objeto:

e si en tal tiempo mirasse ahito e de cerca a los ojos de algún niño tierno y delicado, le imprimiría aquellos rayos ponçoñosos y le destemplaría el cuerpo de tal manera que no pudiesse abrir los ojos ni tener la cabeza derecha sobre sus hombros (Castañega, 1997[1529]: 35).

La cuestión de la realidad del aojamiento o fascinación fue objeto de un amplio debate durante los siglos xvi y xvii. Algunos médicos y demonólogos ponían en duda su existencia, pero muchos la afirmaban. El artículo que Sebastián de Covarrubias dedica al verbo «aojar» refleja estos cuestionamientos. Al principio, el lexicógrafo recoge las creencias en torno a la fascinación: «Oy día se sospecha que en España ay algunos linages de gentes que están infamados de hazer mal poniendo los ojos en alguna cosa y alabándola y los niños corren más peligro que los hombres por ser ternecitos y tener la sangre tan delgada» (1993 [1611]: 128-129), denegándoles toda credibilidad: «Todo esto es superstición y burla, y solo se ha traýdo para curiosidad y no para que se le dé crédito» (1993 [1611]: 129). Sin embargo, el final del artículo es eminentemente ambiguo, pues en él Covarrubias reafirma la existencia del aojamiento, subrayando su estrecha e intrínseca relación con la sangre menstrual que se acumula en el cuerpo femenino:

verdad es que no del todo se reprueva la opinión que ay de mal de ojo y que la muger que está con su regla suele empañar el espejo mirándose a él, y ésta podría hazer daño al niño y algunas otras personas compuestas de malos humores (1993 [1611]: 129).

En su difundida Curiosa filosofía, el jesuita Juan Eusebio Nieremberg sigue afirmando la realidad de la fascinación, atribuyéndola a unos vapores infectos, que brotan por los ojos:

El aojo de los niños tampoco es obra de la imaginación, sino de pestilentes qualidades que brotan por los ojos, inficionan el ayre y hazen mayor presa en lo más tierno. Por todo el cuerpo salen algunos vapores y como los ojos sean más delicados y más porosos que otras partes y estén puestos en parte superior, adonde muchas vezes los afectos arrojan y recogen sus espíritus y humores, lança el alma por aquellas troneras más ciertos y armados tiros (1630: f. 60v).

En 1672, el médico Tomas Murillo y Velarde confirma, en su Aprobación de ingenios y curación de hipochondricos, la existencia de la fascinación, insistiendo en el papel fundamental de la sangre femenina, melancólica, «inficionada y perniciosa», «acre y pestilente» en el proceso de aojamiento:

esto [el aojamiento] puede suceder particularmente quando las mujeres están con sus indisposiciones y achaques mugeriles, aunque lo ordinario sucede en el efecto de fascinación en niños o doncelluelas tiernas, porque los espíritus engendrados con el calor del coraçón e la sangre más pura salen por los ojos como ventanas cristalinas embueltos en los rayos de la vista, que la sirven de carroça, en que son llevados y hiere como saeta la persona o el árbol o animal a quien miran intensamente, en la qual arrojan el vapor de la sangre mezclado entre los mismos espíritus, los quales se entran por los ojos y se apropian dél como región propia y allí se convierten en sangre tanto más inficionada y perniciosa, quanto el vapor de los espíritus procediere de sangre más adusta, melanchólica y mordaz, acre y pestilente y de mala calidad (1672: f. 102v).

Estas ideas aparecen, asimismo, en los textos de magia y en los libros de secretos que conocieron una importante difusión desde los principios de la imprenta hasta el siglo xix. La relación entre aojamiento, sangre corrompida y vapores o «espíritus» aparece en La magia natural de Enrique Cornelius Agrippa: «C’est donc une vapeur de sang corrompu que véhiculent les rayons de ces yeux malades, et, frappant d’autres yeux, cette vapeur les contamine, leur communiquant la même maladie et les mêmes maux» (1982 [1533]: 141). Los populares Admirables secretos atribuidos a Alberto Magno (1210-1290), que se siguen imprimiendo hasta finales del siglo xix, establecen un claro vínculo entre menopausia, retención del menstruo y aojamiento. Así lo afirma una edición de 1804 que dedica el capítulo 10 de su libro primero al «veneno» que las mujeres mayores comunican o destilan («le venin que les vieilles femmes communiquent»):

Or il est à remarquer que les vieilles femmes qui ont encore leurs règles, et certaines autres dans lesquelles elles sont retenues, si elles regardent des enfants couchés dans le berceau elles leur communiquent du venin par le regard, comme le dit Albert dans son livre des menstrues; la cause de cela vient de ce que le flux et ces humeurs étant répandues par tout leur corps, offensent les yeux, et les yeux étant ainsi offensés, infectent l’air, et l’air infecte l’enfant, suivant le sentiment du philosophe. On demande aussi d’où vient que les vielles femmes, à qui leurs règles ne fluent plus infectent les enfans? On répond que c’est parce que la rétention des menstrues engendre beaucoup de méchantes humeurs, et qu’étant âgées, elles n’ont presque plus de chaleur naturelle pour consumer et digérer cette matière, et surtout les pauvres qui ne vivent que de viandes grossières qui y contribuent beaucoup; celles-là sont plus venimeuses que les autres (1804 [1210-1290]: 53-54).

El texto, muy rico y denso al nivel imaginario, desarrolla representaciones de la infección, del «veneno», describiendo los cuerpos de las mujeres mayores, afectadas por la menopausia, como organismos repletos de humores nocivos. La sangre menstrual, retenida en sus organismos, emite vapores que se exhalan por los ojos e «infectan» a sus víctimas. De manera reveladora, el final de la cita explica la presencia de humores infectos por el temperamento «frío» de las mujeres mayores que, debido a la falta de calor natural, no pueden consumir, es decir, eliminar, estos humores venenosos; e introduce asimismo un criterio social, explicando que el mal de ojo se da más entre mujeres mayores de las clases populares que se alimentan de manjares «groseros». De nuevo, se observa que la dicotomía entre «buena sangre» y «mala sangre» viaja y se desplaza, adquiriendo aquí una significación social.

El proverbio «Vieja barbuda, de lejos la saluda», recogido por Covarrubias en su Tesoro (s.v. «vieja») refleja estas representaciones, y la explicación del refrán ofrecida por el lexicógrafo («aludiendo a que suelen ahojar a los niños») relaciona, una vez más, la vejez femenina con la temática del aojamiento.

Una de las principales claves de la visión peyorativa de la mujer mayor, asimilada a un ser maligno, susceptible de aojar o infectar, reside entonces en la san-
gre menstrual y,
más generalmente, en la representación imaginaria de una sangre femenina, negra, melancólica e infecta. El imaginario de la «mala sangre», sucia, impura y tóxica constituye un verdadero continuum temático que impregna todo discurso sobre la mujer. Solo las muchachas impúberes escapan a esta visión peyorativa, por su temperamento que es «caliente», como el de un hombre:

¿Por qué antes de xiii años las mugeres no tienen mestruos[?] Responde porque ante de aqueste tiempo las donzellas tienen tan esforçado calor que digieren todo lo que comen & assí no se engendran en ellas las superfluidades de los mestruos, si ya no lo causase malicia de complexión (Ketham, 1494: f. 21v).

A partir del momento en que la mujer tiene su menstruación y hasta su muerte se ve afectada por las temáticas de la impureza, el veneno, la nocividad. Esta perniciosidad no hace sino crecer con la edad, pues la suspensión de la menstruación, con la menopausia, no hace sino agravar la situación, convirtiendo a las mujeres mayores en seres tóxicos y peligrosos, que infectan con la mirada.

6. Las implicaciones sociales de estos discursos: las mujeres mayores ¿seres inútiles para la sociedad?

Cabe interrogarse, al final de nuestra reflexión, sobre las motivaciones sociales de estas representaciones. Los textos doctrinales (tratados médicos, demonológicos, textos enciclopédicos o incluso lexicográficos) revelan un rechazo y una exclusión de las mujeres mayores que se encarna de especial manera en el discurso sobre la bruja (Tausiet, 2000: 455 y ss.; Zamora Calvo, 2016). En un sistema de representación en que la función de la mujer se reducía a un papel reproductivo, de esposa y madre, la menopausia convertía a la mujer mayor en un ser «inútil», desprovisto de valor para la sociedad. Así lo afirma un personaje de La Dorotea: «Los hombres en cualquier edad [...] son [...] estimados. Pero como las mujeres sólo servimos de materia al edificio de los hijos, en no siendo para esto, ¿qué oficio adquirimos en la república?» (Vega, 1988 [1682]: 82). La utilidad de la mujer era esencialmente reproductiva, por lo que la mujer mayor era, por definición, inútil. Esta «inutilidad social» de la mujer mayor explica, en gran parte, las representaciones peyorativas que suscita la anciana en literatura de la Edad Moderna. Representaciones que silencian el importante papel social, económico y de transmisión de saberes que las mujeres maduras desempeñaban en estas sociedades y siguen desempeñando hoy en día (De Marchi y Alemani, 2015; Aichinger, 2021).

Es evidente, en primer lugar, que la vejez femenina no se representa como la vejez masculina, siendo el envejecimiento femenino objeto de una visión claramente más peyorativa que esta. Esta imagen despectiva de la vejez femenina no se construye de manera autónoma y aislada, sino que se inserta en un conjunto de representaciones mentales que oponen temperamento masculino/temperamento femenino, sangre masculina/sangre femenina, «buena sangre» y «mala sangre».

En este contexto mental, la sangre aparece entonces como verdadera clave explicativa del sistema. La oposición estructurante entre sangre masculina (caliente)/sangre femenina (fría), entre buena sangre (masculina)/mala sangre (femenina) y las representaciones ligadas a la sangre menstrual explican las connotaciones altamente peyorativas que afectan, en la Edad Moderna, la representación de la vejez en femenino.

En efecto, al contrario de las representaciones actuales, en que la sangre menstrual se encuentra únicamente relacionada con el ciclo reproductivo, en la temprana Edad Moderna se pensaba que dicha sangre, representada como un verdadero veneno fisiológico, circulaba en el organismo femenino durante toda la vida de la mujer, a partir de la primera menstruación. Solo las muchachas impúberes escapaban (por poco tiempo) a dicha infección. En vez de expulsar esta sangre nociva por la menstruación, las mujeres mayores la acumulaban en sus organismos, llegando a altas concentraciones de «venenosidat», para retomar una palabra significativa, empleada por el Compendio de salud humana.

La sangre menstrual, que se configura imaginariamente como «mala sangre» constituye la base de los procesos de aojamiento o fascinatio, concebidos como procesos de infección o contaminación por los «espíritus», definidos como sutiles vapores de la sangre que se exhalan por los ojos y penetran la persona infectada para dañarla. Lejos de ser una teoría aislada conceptualmente, la fascinatio se fundamenta en un conjunto coherente de saberes y de discursos sobre el cuerpo masculino y femenino, la sangre, los espíritus, la menopausia y el envejecimiento. Las teorías sobre la fascinación no son, entonces, un epifenómeno de origen folclórico o supersticioso que contaminaría el discurso médico, sino que encuentran su motivación y coherencia en elementos que estructuran profundamente el discurso médico: la diferencia entre los sexos, el discurso sobre la sangre menstrual, la relación establecida entre la sangre y los «espíritus».

El examen de las fuentes muestra una gran continuidad entre las fuentes clásicas, medievales, bajomedievales y modernas. Las teorías hipocrático-galénicas sobre el temperamento femenino, caracterizado como más frío que el del hombre, sirven de base a un auténtico armazón doctrinal que permanece en
el tiempo y que caracteriza la fisiología femenina como una fisiología inferior, que digiere «mal» los alimentos, produciendo gran cantidad de «
desechos», de sustancias nocivas o incluso «venenosas». Estas categorías imaginarias alimentan, a su vez, las representaciones de la sangre menstrual, de la mujer menopáusica y de la fascinatio. La enseñanza de la medicina, basada en gran parte en la lectio y en el comentario de las auctoritates dicas explica, en gran parte,
la permanencia de estas representaciones. Aunque en el siglo
xvi algunos autores cuestionan la realidad del aojamiento, estas creencias siguen vigentes hasta bien entrado el siglo xix, por lo menos en la literatura de difusión popular, como lo demuestra su presencia en las ediciones decimonónicas de los Admirables secretos atribuidos a Alberto Magno.

Por fin, el estudio de los textos dedicados a la vejez femenina, a la menopausia y a la fascinatio revela la presencia y operatividad de categorías imaginarias sumamente poderosas y sugestivas (el «veneno» y el «desecho», la sangre femenina como «mala sangre», negra y melancólica, la contaminación por la mirada) así como un riguroso sistema de dicotomías (masculino/femenino, buena sangre/mala sangre, juventud/vejez) que organiza el sistema de representación mediante una red de antítesis. De esta manera, el discurso médico se abre al imaginario (en el sentido de mecanismo productor de imágenes mentales) y puede ser aprehendido mediante un análisis propiamente literario.

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Recibido: 31/01/2023
Aceptado: 15/02/2023

«Vieja barbuda, de lejos la saluda»: la vejez en femenino al prisma de los textos doctrinales de la España de la temprana Modernidad

Resumen: El propósito de la presente contribución es estudiar las representaciones de la mujer mayor en los textos doctrinales, principalmente médicos y demonológicos, de la España de la temprana Edad Moderna. La visión peyorativa de la mujer mayor encuentra su base en los saberes médicos, que definen el temperamento femenino como imperfecto, en la frialdad femenina, que se refuerza con la edad y en los mecanismos de producción, circulación, evacuación o retención de la sangre menstrual. El artículo analiza los mecanismos conceptuales mediante los cuales estos criterios motivan un rico y denso imaginario en que la mujer mayor es representada como un ser maligno y tóxico, en relación estrecha con las doctrinas sobre la fascinatio.

Palabras claves: vejez, mujeres, España, Edad Moderna, sangre, textos médicos, fascinatio.

«Vieja barbuda, de lejos la saluda»: Old Women through the Prism of Doctrinal Texts in Early Modern Spain

Abstract: The purpose of this contribution is to study the representations of old women in doctrinal texts, mainly medical and demonological, in early modern Spain. The pejorative vision of the old woman finds its basis in medical knowledge, which defines the female temperament as imperfect, in feminine coldness, which is reinforced with age, and in the mechanisms of production, circulation, evacuation or retention of menstrual blood. The contribution analyses the conceptual mechanisms that motivate a rich and dense imaginary in which the old woman is represented as a malignant and toxic being, in close relation to the doctrines of fascinatio.

Keywords: old age, women, Spain, Modern Age, blood, medical texts, fascinatio.


1 Véase, por ejemplo: «El calor cuece y disuelve las sustancias por virtud y obra de su naturaleza; mientras las va cociendo, discrimina y separa lo que es provechoso al cuerpo» (Vives, 1948 [1538]: II, 1152).

2 Véanse, por ejemplo, para citar algunas referencias clásicas: Racamier (1955: 285-297), Héritier (1984: 7-21), Jacquart y Thomasset (1985), O’Dowd y Philipp (1994) y Le Naour y Valenti (2001: 207-229).

3 El tema ha sido tratado por Sanz Hermida (1994a: 17-34) y Von der Walde Moheno (2007: 129-142).

4 Sobre la literatura dedicada a la fascinación en el siglo xv y en la temprana Edad Moderna, véase Sanz Hermida (1994b).

Edad de Oro, XLII (2023), pp. 111-127, ISSN: 0212-0429 - ISSNe: 2605-3314
DOI:
https://doi.org/10.15366/edadoro2023.42.007