Jesús Gómez (2021).
La literatura y el ocio en la sociedad cortesana del Siglo de Oro.
Salamanca: Universidad de Salamanca, 204 pp.
[ISBN: 978-84-1311-570-2].
La crítica literaria en las últimas décadas ofrece una presencia cada vez menor de los acercamientos inmanentistas al texto literario y opta por la puesta en primer plano de lo que podríamos llamar los marcos y dinámicas de producción de las obras. Si, en un principio, estas posiciones se centraron preferentemente en la literatura moderna y contemporánea, desde hace un tiempo, han venido mostrando también su efectividad y operatividad a la hora de acercarse a la escritura de los periodos «clásicos». Jesús Gómez, en La literatura y el ocio en la sociedad cortesana del Siglo de Oro, nos trae una muestra incontestable de esta evidencia. Especialista en el género de los diálogos literarios y en la obra dramática de Lope de Vega, con este volumen su autor demuestra que su conocimiento riguroso y enciclopédico de las letras áureas se extiende mucho más allá de estos dos campos concretos.
La literatura y el ocio en la sociedad cortesana del Siglo de Oro es el resultado más ambicioso hasta la fecha de la participación de Jesús Gómez en las actividades y proyectos del Instituto Universitario de la Corte en Europa (IULCE), ubicado en la Universidad Autónoma de Madrid y en el que ejerce actualmente como subdirector y director de la revista ligada a él: Libros de la Corte.es. El punto de partida y la razón de ser de esta monografía se apoyan en algunas de las afirmaciones que se deslizan en la introducción y el primer capítulo: «Estudios sobre el ocio», donde encontramos un minucioso estado de la cuestión sobre el tema. Los estudios sobre el ocio y, en concreto, sobre el ocio literario, han estado, según Gómez, muy centrados en el periodo contemporáneo; lo que explicaría, por un lado, cierta desatención por parte de la crítica frente al tema de la profesionalización de la escritura que trae la consolidación de la nueva sociedad burguesa y, por otro, una visión, desde esa óptica moderna predominante, muy simplista del ocio aristocrático durante los periodos clásicos y de su influencia en la producción literaria en las sociedades del Antiguo Régimen. Desde tal perspectiva, ha sido valorado casi siempre como una mera actividad parasitaria en el marco del clientelismo y el mecenazgo que definen en esas épocas la relación del escritor con el poder y, con ello, se habría obviado, con pocas excepciones, el valor formativo de los entretenimientos aristocráticos en la sociedad cortesana.
Para responder a estas carencias, Jesús Gómez emprende un recorrido extenso y riguroso para detectar y destacar el papel del ocio en la cultura de Occidente, un itinerario que se remonta a la antigüedad grecolatina —y en concreto al pensamiento de Aristóteles, Cicerón y Séneca, como figuras estelares—, que recorre minuciosamente los Siglos de Oro hispánicos y que finalmente —como otra de las aportaciones más relevantes del libro— nos habla también de las transformaciones y nuevos valores, y también de las continuidades, que el concepto de ocio ha sufrido en el marco de las sociedades contemporáneas. En esta revisión, Gómez echa mano de un arsenal bibliográfico abrumador que recurre a campos como la sociología de la cultura, la historia, la filosofía, la teoría y la historia literarias o la antropología cultural, entre otros saberes, y que aplica con gran lucidez analítica a un extenso repertorio de obras áureas. Resulta difícil resumir, con un mínimo de precisión y al tiempo en un espacio tan reducido, las numerosas aportaciones y aciertos del libro, destacaré los que me parecen especialmente relevantes.
Si la ciudad modeló dinámicas, procedimientos y estrategias fundamentales de la literatura de la modernidad, el estudio de Jesús Gómez demuestra que la corte juega un papel similar respecto a las expresiones literarias del Siglo de Oro. Y, en este marco, las reflexiones sobre el ocio cobran una importancia central. Frente a la oposición moderna ocio/trabajo, en la sociedad cortesana el ocio literario es ocio laborioso, opuesto a la pereza o inútil ociosidad: es refugio de la creatividad y rasgo de distinción social, así como marco para el propio desarrollo personal. El ocio literario, por ejemplo, se encuentra detrás del ideal armónico de las armas y las letras que define la formación de la nobleza cortesana y también, como subraya Gómez, «durante el amplio periodo del clasicismo, el ocio literario sirvió para justificar la creación artística en términos fundamentalmente morales subordinados a la dualidad horaciana prodesse et delectare» (p. 44); es decir, el ocio se ubica en el centro de la mentalidad cortesana áurea y define claves esenciales de su producción literaria —lo que hace aún más llamativa la escasez de estudios sobre el tema que se señala al comienzo del volumen y al tiempo se evidencia el carácter fundacional que, en muchos aspectos, atesora esta monografía—.
Tras el capítulo inicial, en el que despliega un completo estado de la cuestión, y el segundo centrado en «El ocio laborioso», donde analiza y describe las tipologías del ocio, su papel en el humanismo y el impacto de la imprenta y la extensión de la lectura en las reflexiones sobre la función social de la «ociosidad activa», los capítulos 3, 4 y 5 —«El remedio literario de la ociosidad», «El ocio poético» y «El ocio en la controversia teatral»— se centran en obras y géneros literarios y demuestran hasta qué punto la noción del ocio impregna la literatura de los siglos xvi y xvii, perceptible en ciertas temáticas, en elementos formales y asimismo en su circulación y valoración social. Jesús Gómez recuerda que el ocio como motor creativo se menciona ya en La Celestina y posteriormente en el Guzmán de Alfarache, La pícara Justina y el Quijote; que géneros como los diálogos y las epístolas se despliegan como efecto de un ocio compartido entre interlocutores y se desarrollan fuera de sus obligaciones cotidianas; que muchas colecciones narrativas (herederas del marco decameroniano) parten de momentos de descanso que los personajes aprovechan para entretenerse unos a otros con la narración de cuentos; o que la ficción y la égloga pastoril se enmarcan también en ambientes ociosos que dan lugar al relato de las historias. Por su parte, la poesía —como apunta Gómez— atesora en ese periodo el mayor prestigio entre los géneros, el de mayor «dignidad aristocrática» al estar asociado al patrocinio de la nobleza y fuera de toda rentabilidad (pp. 108-109); en esta línea, el tópico del beatus ille es emblema central de un ocio literario que consagra la imagen solitaria del poeta alejado de los asuntos vulgares. Por último, el capítulo 5 se centra en el modo en que el ocio se encuentra en el trasfondo de las polémicas sobre los espectáculos teatrales, polémicas que van creciendo hasta llegar a su punto más alto con la irrupción y el éxito de la comedia nueva lopesca. Su condición de entretenimiento vulgar, la licitud moral de sus contenidos y los componentes comerciales que lo condicionan parten en buena medida de los debates sobre la utilidad del ocio en el marco de la sociedad cortesana.
En este punto del libro, Jesús Gómez emprende un giro de gran significación para encauzar el estudio hacia su conclusión final, cierre perfecto a un volumen que ya había dado sobradas muestras de una gran densidad conceptual y una extraordinaria capacidad analítica. Las polémicas teatrales revelan la aparición de nuevos factores en la circulación literaria hasta entonces fuera de las reflexiones sobre el ocio literario: el mercado y el dinero irrumpen en este debate y, entonces, comienza a asomarse la economía como elemento condicionante de la creación literaria, germen del nuevo marco que posteriormente impondrá la sociedad burguesa por venir. Jesús Gómez, con indudable acierto, recurre a la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España, redactada por Gaspar Melchor de Jovellanos en 1790, como una especie de texto bisagra que testimonia las nuevas reglas de juego que poco a poco van imponiéndose en la producción cultural. En este informe se imponen «los términos económicos» y «se legitima el tiempo dedicado a la diversión y a los espectáculos siempre que sean rentables para la sociedad» (p. 145).
El análisis del texto de Jovellanos abre las puertas al excelente capítulo final: «El fin del ocio literario». La profesionalización del escritor y por tanto la concepción de su labor creadora ya no como ocio productivo sino como trabajo remunerable —dentro de las nuevas coordenadas de la sociedad burguesa y del sistema de producción capitalista— rompen con la vinculación previa entre ocio cortesano y mecenazgo y centran ahora el debate en las tensiones entre la autonomía del arte y la amenaza constante de su mercantilización. Al mismo tiempo, el ocio literario de la sociedad cortesana, vehículo de dignificación y enriquecimiento espiritual —con un potente sesgo elitista y clasista—, mantiene una cierta vigencia en las frecuentes «poses» aristocráticas del nuevo artista defensor del arte por el arte; en paralelo, poco a poco va diluyéndose en medio de los procesos de democratización en el acceso a la cultura que, si bien deseables, facilitan las imposiciones mercantiles sobre las dinámicas de circulación de las obras artísticas. La cultura convertida en industria cultural, productora de mercancías cada vez más banales con el fin de lograr su consumo masivo, constituye uno de los efectos más evidentes del nuevo campo de juego. La tensión entre cultura de masas y la alta cultura atraviesa el mapa cultural de la actualidad; detrás de este debate, las reflexiones sobre el ocio y el tiempo libre adquieren una importancia indiscutible.
Con el último capítulo comprobamos que el tema del ocio y su influencia en la cultura sigue vigente. Algo caducas quedan ya las llamadas a la inspiración o a las musas, para explicar la creación artística. Como señala Jesús Gómez en al menos dos ocasiones, a partir de una afortunada fórmula de Guy Debord, poder escribir ha dependido casi siempre de disponer de «plusvalía temporal». La literatura y el ocio en la sociedad cortesana del Siglo de Oro así lo demuestra en cada una de sus páginas: en el Antiguo Régimen esa plusvalía que permitía disfrutar del tiempo del ocio venía de nacimiento; en la modernidad, el tiempo de la creación pasa a ser tiempo de trabajo, lo que trae al campo literario determinaciones económicas e implicaciones políticas que siempre conviene tener en cuenta.
Eduardo Becerra
Universidad Autónoma de Madrid
eduardo.becerra@uam.es