María del Rosario Aguilar Perdomo (2022).
Los jardines en tiempos de los Austrias. De la ficción caballeresca
a la realidad nobiliaria
.

Madrid: Centro de Estudios Europa Hispánica, 477 pp.
[ISBN: 978-84-18760-06-8].

Con un enfoque transversal, un arco cronológico amplio, fuentes de muy diversa índole y numerosas ilustraciones, María del Rosario Aguilar Perdomo reconstruye en este libro los jardines históricos de la temprana Modernidad española y los relaciona con los huertos, vergeles y jardines de libros de caballerías. Parte de una hipótesis inicial: el desarrollo del jardín renacentista en las cortes y residencias nobiliarias de la Europa de los Austrias y en este género literario experimentaron un recorrido de ida y vuelta en una retroalimentación continua. En las conclusiones del libro esta tesis se confirma solo parcialmente, pues se matiza que en el jardín de la ficción caballeresca existe una tensión entre la tradición retórica de descripción del paisaje natural manipulado por el hombre —específicamente limitada al tópico del locus amoenus— y la innovación jardinística que estaba teniendo lugar en la época. Así pues, la autora afirma que, frente a los cambios experimentados en los jardines históricos del siglo xvi —por ejemplo, en sus elementos constitutivos (artilugios mecánicos e hidráulicos, etc.) y funcionales (espiritual, museístico, intelectual, etc.)—, los libros de caballerías por lo general presentan descripciones más convencionales, arraigadas en el huerto medieval y en la tópica literaria clásica. La ficción caballeresca aporta al desarrollo del jardín, sin embargo, todo un andamiaje maravilloso y mágico que en ocasiones aparece como paradigma a imitar por los jardines históricos.

El tema del libro es sumamente original. La autora inaugura un campo de investigación y análisis prácticamente inexplorado en gran parte de la literatura y la cultura hispánicas del xvi y sugiere diferentes enfoques para abordar la manifestación cultural del jardín en toda su extensión: desde un punto de vista teórico, pasando por una descripción de sus partes o elementos constitutivos, hasta una perspectiva funcional. Para llevar a cabo su estudio se remite a fuentes de muy diversa índole, entre otras cosas porque la mayoría de los jardines de aquella época son un territorio efímero que debe ser imaginado o reconstruido por el investigador a partir de huellas documentales. En la investigación se utilizan, pues, tratados de agricultura, de perspectiva, de arte —también, por supuesto, de jardinística—, relaciones de sucesos, noticias de embajadores, corografías, iconografía y todo tipo de textos documentales que suministren pistas para la reconstrucción de un jardín antiguo. En el libro se delimita también una red de encuentros y conexiones aristocráticas en la que villas, palacios y jardines de distintas cortes y casas nobiliarias europeos se influencian unos a otros, en un signo de identidad de grupo. En este orden de ideas, los jardines italianos constituyen una fuente de inspiración para los hispánicos, aunque también resulta esencial la influencia de los jardines andalusíes, con su sugestivo uso del agua. Así, aunque el objetivo del libro se enfoca en los jardines de la época y la geografía de los Austrias mayores, el libro goza de una perspectiva paneuropea, no solamente porque examina los jardines importantes de las distintas geografías hispánicas en el continente europeo (Flandes y Nápoles, por ejemplo), sino también al tener en cuenta las influencias provenientes de otras cortes europeas.

El volumen se compone de una extensa introducción, tres capítulos y tres apéndices. En la introducción se sintetiza un marco histórico y teórico esencial para abordar el estudio de los jardines en la temprana Modernidad. Por un lado, se revisan los usos y características del jardín en la Edad Media y su transformación en el Renacimiento: el hortus conclusus medieval, asociado al jardín monástico, y que cumple funciones tanto agrícolas como espirituales, se enriquece en el Renacimiento con una concepción humanística del jardín —asociada al concepto de villeggiatura— que sitúa este espacio como lugar de exploración del ocio y del intelecto, donde el coleccionismo natural y artístico se desarrollan; así mismo, el jardín renacentista en sus usos cortesanos de orden lúdico se puebla de intervenciones mecánicas, hidráulicas y de escenográficas innovadoras. Por otro lado, también se explora en la introducción el carácter ambivalente del jardín, a caballo entre lo natural y lo artificial, entre la función agrícola y la función lúdica, así como los diversos usos de estas arquitecturas naturales, como espacios de meditación, reflexión, terapia o placer.

En el primer capítulo se parte de la hipótesis de que algunos autores de libros de caballerías pudieron haberse inspirado en los jardines históricos de los dedicatarios de sus obras; es decir, que habrían podido imitar en sus libros de ficción los jardines reales. El análisis de las descripciones de jardines y huertos en libros como el Florisando, el Cirongilio de Tracia, la tercera y cuarta parte del Florisel de Niquea o el Mexicano de la Esperanza, entre otros, evidencia que, en algunos casos (no en todos) los autores fueron sensibles a las innovaciones jardinísticas de la época e, incluso, llegaron a imitar elementos de los jardines de los dedicatarios de sus obras. En particular, se rescata aquí el jardín de estilo manierista de la maga Celacunda, en los dos libros del Clarián de Landanís, que podría haberse inspirado en jardines históricos de Guadalajara y Toledo respectivamente.

El segundo capítulo se estructura a partir de los elementos constitutivos de los jardines de la época: el agua, las fuentes, el estanque, las flores, los árboles y hierbas, las aves, los laberintos y, finalmente, las pérgolas y los cenadores. De cada uno de estos componentes la autora ofrece numerosos ejemplos históricos, hispánicos y europeos, y se remite, así mismo, a la presencia de estos en libros de caballerías. En ocasiones se remonta a referencias más antiguas, como los jardines bíblicos o clásicos. Se abordan también aquí numerosos aspectos de cada uno de estos elementos: el agua no solo cumple una función vital para las plantas del jardín, sino que también es «decoración, juego, sonido [y] arquitectura efímera» (p. 192); las fuentes constituyen una fusión entre la naturaleza salvaje —con sus montes y rocas— y el artificio humano —con sus caños, estatuas y mecanismos hidráulicos—; el estanque es lugar idóneo para el baño, las naumaquias, la pesca y el mantenimiento de peces o cisnes; las flores constituyen una experiencia sensorial aromática y visual, los árboles y hierbas pueden servir para la alimentación o para usos medicinales; las aves silvestres —y los aviarios— aportan música, color y formas; los laberintos pueden representar la dificultad del camino sentimental; las pérgolas y cenadores otorgan un espacio fresco donde se come, se lee o se filosofa. En suma, el lector descubre todas las gamas, matices y especies de estos elementos de los jardines, tanto a nivel histórico como ficcional.

En el tercer capítulo, posiblemente el más estimulante de todos, se refieren algunas de las funciones que los jardines adquirieron en la época: recinto idóneo para el amor; escenario de celebraciones y festejos cortesanos; espacio terapéutico para el descanso y el retiro y, finalmente, lugar ideal para el coleccionismo de especies vivas —flores, plantas, aves o animales—, inscripciones, estatuas y antigüedades. Cada una de estas funciones cobra profundidad al vincularse a modelos culturales o estructuras de poder específicos, como el humanismo —en el caso del cultivo terapéutico— o la inclinación de la nobleza a promover sus jardines como signo de pertenencia e identidad de clase.

El libro finaliza con tres apéndices: un cuadro de veintitrés libros de caballerías con sus dedicatarios correspondientes, así como de las villas, palacios o jardines de estos nobles que pudieron haber inspirado las descripciones ficticias; un registro del número de veces que aparecen las voces huerto / huerta, vergel y jardín en prácticamente el corpus completo de libros de caballerías; y un gráfico donde se sintetiza la frecuencia de estas voces. Sobre estos dos últimos apéndices, es de reseñar que la palabra más utilizada en este género literario para hablar de un escenario de naturaleza agradable y mediatizado por la mano del hombre es huerto o huerta, con diferencia considerable frente a vergel y jardín.

Los apartados de cada capítulo vienen precedidos de una cita bastante sugestiva —y no de un subtítulo como tal—, algo que, si bien resulta muy elegante, quizás puede generar confusión en el lector no conocedor del tema, pues en ocasiones no se puede deducir fácilmente el contenido del apartado a partir de la cita. También, para este tipo de lector, podrían resultar en ocasiones un poco abrumadoras las copiosas referencias a jardines, villas, cortes y nobles, especialmente cuando no se especifica el lugar exacto en el que existió un jardín, posiblemente porque muchos de estos jardines se ubicaron en castillos, palacios o villas situadas en medio del campo.

En suma, nos encontramos, pues, frente a un volumen de gran originalidad, de sólidos cimientos y de incuestionable interés, repleto de referencias jardinísticas paneuropeas de la temprana Modernidad y que especialmente invita a un tipo de investigación transversal y amplia en donde los jardines, huertos o vergeles literarios cobren profundidad histórica.

Jimena Gamba Corradine

Universidad de Salamanca

jimenagamba@usal.es