Adelina Sarrión Mora (2020).
La tentación de ser Dios. Vida y prodigios de la beata de Villar de Águila.

Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla – La Mancha, 313 pp.
[ISBN: 978-84-9044-372-9].

Quienes nos hemos visto en la tesitura de reflejar en una investigación un proceso inquisitorial sabemos lo complejo que es, máxime cuando la documentación está incompleta y el caso se ramifica en numerosas causas. A este reto se enfrenta la investigadora Adelina Sarrión para reflejar la vida y juicio de la beata conquense Isabel Herráiz, quien a finales del xviii y principios del xix revolucionó a toda la provincia desde el pueblo de Villar de Águila.

El caso no es desconocido, pues ya Juan Antonio Llorente en su Historia crítica de la Inquisición de España lo reflejó, aunque con numerosas incorrecciones que asumieron de manera acrítica muchos autores, siendo el más importante, dada su repercusión, Menéndez Pelayo con su Historia de los heterodoxos españoles. Por tanto, la obra de Sarrión acaba con un error que se arrastra desde hace más de siglo y medio, contextualiza y reordena todo lo que se presuponía de la beata con un enorme aparato documental reflejado en su obra.

La beata, mujer casada, de gran belleza y sin hijos, sentía la necesidad de ser admirada a la vez que daba sentido a su existencia; y la religión era una de las pocas opciones o vías con las que contaba en la época para alcanzar tal fin. Isabel, fuera de toda duda, fue una persona de gran magnetismo. Pronto se rodeó de incondicionales que llevaron su idolatría casi hasta sus últimas consecuencias en las cárceles inquisitoriales.

En su afán de gloria, la beata llegó a afirmar que en ella se había producido la transubstanciación y que, por tanto, era Dios. Esta mujer, de escasa formación basada en textos ultramontanos, arrastró a gentes sencillas a espectáculos de endemoniados; supuestos milagros reforzaban su posición. Pero su éxito habría sido imposible sin la participación de no pocos hombres de Iglesia y algunos de enorme prestigio que aceptaron, nada menos, que Dios era mujer.

La inacción del Tribunal inquisitorial de Cuenca se explica por dos motivos. Por un lado, por la decadencia de la propia institución; y, por otro lado, por las reticencias del Tribunal enfangarse en iniciar diligencias contra hombres de Iglesia de renombre. Tampoco el obispado inició acción alguna contra la beata al encontrarse la sede vacante hasta que, en 1801, el ilustrado Antonio Palafox, bien relacionado con la Corona, toma posesión de su obispado e inicia el proceso. Es entonces cuando la maquinaria inquisitorial se pone en marcha y reclama el caso para sí, lo que ejemplifica el poder que aún mantenía la institución a pesar de su evidente declive. Por ello, el Tribunal conquense, a pesar de sus reticencias, se vio obligado a iniciar el proceso, aunque realizó numerosos intentos por dejar la causa en suspenso siendo la Suprema quien mantuvo el caso vivo.

Es a través de sus papeles como conocemos a los seguidores principales de la beata y a los clérigos implicados, así como sus numerosos esfuerzos por defender la licitud de la misma en numerosas calificaciones. En los intentos por defender a la beata lo que realmente subyace es la lucha de algunos miembros de la Iglesia ultraconservadores frente a las posiciones ilustradas que ya triunfaban en los círculos eclesiásticos.

Sin lugar a dudas, la persona más fascinante en el proceso es su protagonista, la beata Isabel Herráiz, que es descrita por Sarrión, como el resto de personas incoadas en el proceso, con enorme precisión y de manera extensa. Como decíamos más arriba, la beata es una persona que busca desesperadamente un lugar en el mundo y notoriedad iniciando así un camino de excesos y mortificaciones que la llevaron a sufrir enfermedades como anorexia y bulimia. Otros desarreglos mentales en la beata se intuyen en las fuentes, pero lo que sí que está fuera de toda duda es su enorme atracción y el control férreo que tenía sobre sus seguidores.

A pesar de los esfuerzos de la beata en materia religiosa, esta no llega a sentirse satisfecha y es cuando da un imprudente paso afirmando que Dios está en su pecho. Si esto ya era lo suficientemente temerario para ponerse en el objetivo de las autoridades, la beata pasa del amor místico al amor carnal con unos clérigos que no vieron pecado alguno en ello.

Por supuesto, la beata y sus seguidores más importantes son encarcelados, no así los clérigos. Lo único que sufren estos últimos, y solo en algunos casos, fue una reubicación en otros destinos. Todos son acusados, entre otras cosas, de pacto diabólico, pero el Tribunal siempre se orientó a buscar las causas naturales de todas las acciones de la beata y su grupo, destapándose cómo todo era orquestado por Isabel y las relaciones sexuales de la misma.

La beata, fruto de sus excesos, moriría durante el proceso, lo que permitió al Tribunal conquense dejar su causa en suspenso, no así la del resto de procesados que, en ocasiones, defendieron a la mujer casi hasta sus últimas consecuencias. En las sentencias se aprecia claramente una doble vara de medir entre seglares y clérigos, recibiendo los primeros penas mucho más duras que los segundos. A los clérigos sus sentencias le fueron leídas en privado para no dar mal ejemplo y, años después, siguieron con su vida eclesiástica como si nada hubiera ocurrido.

En definitiva, nos encontramos con una obra de enorme calado y gran carga documental, que recupera la realidad de un caso malinterpretado por largo tiempo. La pulcritud y profundidad de la obra de Sarrión son incuestionables, haciendo al resto de investigadores el gran regalo de poner a su alcance fuentes documentales que podrán ser utilizadas para ahondar más en la religiosidad a caballo entre la Ilustración y los valores del Antiguo Régimen.

Roberto Morales Estévez

ESERP Madrid

prof.rmorales@eserp.com