Eugenio de Salazar (2019).
Silva de poesía. Jaime José Martínez Martín (ed.).

Ciudad de México: Frente de Afirmación Hispanista, A. C., 1.087 pp.
[ISBN: 978-84-09-12287-5].

Eugenio de Salazar (Madrid, 1530 – Valladolid, 1602) tuvo la vida del cortesano madrileño que dedicaba la mayor parte de su vida a la búsqueda del ascenso social a través de cargos civiles, labor que en el Siglo de Oro suponía una dedicación no solo al puesto de trabajo, sino también a la obtención de favores de los grandes cargos aristocráticos. Las herramientas para el medro estaban convencionalmente establecidas y los cortesanos se servían de ellas de forma reconocida; una de estas herramientas era sin duda la producción poética. Salazar, además, ejercitó gran parte de los tropos y metros en boga en el siglo xvi y seleccionó un gran número de esas obras para reunir su Silva de poesía, obra completa seleccionada por el propio autor para ser publicada por sus hijos tras su muerte, cosa que no sucedió. La obra completa del poeta madrileño permaneció inédita hasta que Jaime José Martínez Martín rescató su testamento y llevó a cabo la edición crítica de un extenso y misceláneo volumen, con todas las dificultades que ello comprende.

La introducción de Martínez Martín se centra, en términos generales, en explicar la situación particular de Salazar en el corpus poético y político del Siglo de Oro español, relacionando los versos del autor con las influencias castellanas e italianas y con las corrientes contemporáneas de análisis de la poesía de la época. El crítico comienza analizando la biografía de Salazar, y hace especial hincapié en sus ambiciones civiles y en su situación en la corte, como muestra con ejemplos sacados de la prosa satírica del madrileño. La crítica mordaz de las intrigas cortesanas y las penurias de los «catarriberas» o pretendientes que seguían a la corte para obtener algún cargo público copa, de modo autobiográfico, gran parte de estas historias. Martínez Martín advierte, sin embargo, acerca del escaso contento del poeta y de los problemas económicos que lo persiguieron durante toda su vida. Especial mención merecen, sin embargo, la larga estancia en las posesiones españolas en América (veinticinco años), de la que queda rastro en la Silva a través de las composiciones intercambiadas con varias personas de relevancia histórica. El crítico insiste en la correspondencia poética con Leonor de Ovando, primera poeta en español del Nuevo Mundo. Más allá de esta correspondencia, los primeros años en América están marcados por el descontento de Salazar, a quien se le había concedido la plaza de fiscal en la por entonces aislada audiencia de Guatemala. Sin embargo, en 1581 es nombrado fiscal en la Audiencia de México, ciudad que se había convertido en la principal del imperio español en América y que comenzó a contar con una interesantísima vida cultural de gran dinamismo tras la debacle de la conquista española. La compleja realidad social de México, como explica Martínez Martín, también afectó a la situación de Salazar y provocó en él la simultánea y enormemente paradójica defensa de los indios y de las encomiendas. Resulta esclarecedor contrastar la larga estancia en América con la leve impronta que tuvo en su obra poética, permeando algunos de sus poemas de circunstancias, como es el caso de la «Descripción de la laguna de México», escrita para la llegada del nuevo virrey de México, el marqués de Villamanrique, en 1585.

Martínez Martín se apoya en esta revisión biográfica para esclarecer los principios del desarrollo poético de Eugenio de Salazar. La pista crucial que ofrece el contraste entre la biografía del autor y los temas de sus obras le sirven al investigador para afirmar que las fuentes de Salazar no son en gran medida su propia experiencia biográfica, sino, más bien, las corrientes y modas poéticas del Siglo de Oro. El estudio de la obra de Salazar toma entonces un cariz diferente, puesto que el objetivo final se define como la revisión de los procesos creativos de Salazar dentro del contexto específico de las corrientes literarias. Salazar no se atrevió a publicar la Silva en vida, según explica el propio Salazar en su testamento, «porque aunque si no me engaño, tienen obras que pueden salir a la luz temí, por causa de mi profesión y oficio, no tuviesen algunos a desautoridad mía publicar e imprimir obras en metro castellano». Los prejuicios en torno a la poesía lírica y la difícil situación social de Salazar evitaron la publicación de la obra, aunque dejó en su testamento unas instrucciones muy precisas sobre la edición póstuma de la misma.

Esta obra, miscelánea y diversa, está organizada en tres partes, sobre las que Martínez Martín puntualiza su inestabilidad, ya que existen otras obras que pudieran incluirse en otras secciones. La primera parte de la Silva está dedicada a los poemas a su esposa, en una poesía sentimental de corte moralista y compuesta por obras pastoriles y un cancionero petrarquista. Destaca Martínez Martín de esta primera sección la mezcla entre metros castellanos e influencias italianas traídas a España por Garcilaso y Boscán, aunque recalca la preferencia de Eugenio de Salazar por la poesía cancioneril. También resulta notable reseñar la incoherencia entre los temas tradicionales de la poesía bucólica y de los cancioneros sentimentales petrarquistas y la firme defensa del amor monógamo, matrimonial y consumado que lleva a cabo Salazar en sus obras. Martínez Martín aprovecha estas tensiones con los géneros y las influencias grecolatinas pasadas por el tamiz de diferentes tradiciones para llevar a cabo un concienzudo análisis de las derivaciones presentes en Salazar. Especialmente clarificador resulta el estudio de la evolución de la eclógica a partir de las Bucólicas virgilianas, la renovación de Sannazaro y la fijación garcilasista de la estructura y el decorum de la poesía pastoril, que fue, como resulta lógico, la que más influyó en las Églogas de Salazar. A pesar de ello, Salazar no duda en innovar y reunir diversas tradiciones, como la de la poesía francesa, al elegir los cuartetos encadenados como medida para su Égloga I y II. Estas dos primeras églogas, de limitada extensión, contrastan con la complejidad de la Égloga III, de quinientos noventa y cinco versos, polimétrica y contradictoria: las acusaciones de dureza a la amada, caracterizada como una prototípica belle dame sans merci, resultan extrañas con la confirmación total de su fidelidad. Tras la poesía pastoril, el cancionero petrarquista es definido por Martínez Martín como un intento de Salazar de asentar su fama literaria a través de las composiciones que habían convertido a Garcilaso en el gran poeta español. Salazar adapta aquí las estructuras del cancionero a su propia biografía, con las contradicciones e incoherencias que supone y que ya se habían señalado en el caso de la poesía pastoril: no hay amada muerta, aunque la separación de su familia al marchar a América sí le sirve para marcar las dos etapas que corresponden a la estructura canónica del modelo petrarquista.

La segunda parte de la Silva está compuesta por la llamada «poesía de circunstancias», de gran importancia en la estructura social de la época y de grandísima utilidad para entender los juegos retóricos y discursivos de la España del Siglo de Oro. Martínez Martín pone en duda la categoría de «mala poesía» que persigue a la poesía de circunstancias desde el Romanticismo y la búsqueda de la producción de poesía de forma autónoma, al señalar la relevancia de esta poesía y sus cualidades específicas. Sirven además para entender los intereses poéticos de Salazar y su correspondencia con las figuras más relevantes de su época a través de la escritura de numerosos jeroglíficos y poemas. Martínez Martín distingue tres tipos principalmente de esta poesía en la Silva: la encomiástica, de variado género pero de tono laudatorio y práctico, la dirigida a sus amigos, que sigue esquemas bastante fijos convenidos en las academias, y la poesía satírico-burlesca. Todas estas son, a pesar de su tono moralista, y según la opinión de Martínez Martín, quizá las composiciones más interesantes. De entre la poesía encomiástica es preciso destacar la bucólica titulada «Descripción de la laguna de México». En esta composición, de las escasas que introducen el tema de América de toda la obra del madrileño, se narra la llegada de los nuevos virreyes de México en un entorno pastoril y mitológico. La complejidad de la estructura, de varias partes bien diferenciadas, introduce la descripción del glorioso pasado azteca y, por primera vez, de la naturaleza novohispana, del que Martínez Martín destaca varios versos de gran belleza y colorido, donde sobresale el carácter cortesano:

Allí el bermejo chile colorea

y el naranjado ají no muy maduro;

allí el frío tomate verdeguea

y flores de color claro y escuro

y el agua dulce entre ellas, que blanquea,

haciendo un enrejado claro y puro

de blanca plata y variado esmalte

porque ninguna cosa bella falte (vv. 161-168).

Finalmente, la última parte de la Silva está compuesta por la poesía religiosa, de tono moral, pero no excesivamente meditativo. Martínez Martín se pregunta aquí por los motivos de ordenación de esta parte de la Silva, puesto que poemas como los dedicados a la Natividad e intercambiados con Leonor de Ovando están incluidos en la segunda parte del libro, mientras que otros de temas similares intercambiados con Pedro de Liébana se reservan para esta última. Salazar ensaya, en cualquier caso, con una amplia variedad de géneros religiosos en esta última parte, que el crítico ha decidido dividir por géneros poéticos, al igual que en las otras partes de la Silva, facilitando así la visión genérica y la clasificación de los poemas. En primer lugar, distingue los poemas pastoriles; en segundo lugar, aquellos en metro castellano, de los que resalta Martínez Martín la ausencia de introspección personal y de calidad del corpus. Por último y misceláneamente, el crítico incluye los «sonetos religiosos, líricos, psalmos y otras obras religiosas», reconociendo la dificultad y variedad de estas composiciones para estar incluidas en un mismo corpus.

Las consecuencias de tan extensa y variada obra en estructuras y calidades hacen que la Silva no pueda ser considerada un cartapacio poético como tal, sino un testamento con todas aquellas composiciones que Salazar creyó dignas de recuerdo. Los criterios de edición de Martínez Martín tienen en cuenta las minuciosas indicaciones del poeta madrileño, si bien opta finalmente por modernizar las grafías, reducir las geminadas y modernizar los grupos consonánticos cultos siempre que no se afecte al cómputo silábico. Respeta, sin embargo, la realidad de la lengua del período: conjugaciones, falta de fijación en el vocalismo átono (recebido, escuras), asimilaciones y metátesis. Todas estas decisiones son, en general, bastante comunes en la mayoría de las ediciones críticas contemporáneas de los textos del siglo xvi. De la Silva se conserva un único manuscrito, así que el aparato crítico se limita a indicar las correcciones del propio autor en el texto, reconociendo las vacilaciones y cambios de criterio en notas al final del texto, donde se indican también algunos apuntes de sentido y significado para varias jeroglíficas y expresiones de mayor dificultad. El pulcro trabajo de Martínez Martín representa así una elogiable muestra de la edición crítica, debidamente documentada y asesorada, pero también libre en sus decisiones y valiosa en sus consideraciones sobre la figura de Eugenio de Salazar y sobre la recepción de las múltiples influencias poéticas durante el siglo xvi.

Juan Gallego Benot

Universidad Autónoma de Madrid

juan.gallegob@estudiante.uam.es