DEMONIOS, GIGANTES Y HERESIARCAS
CONTRA LA SANTA. LA PARATEATRALIDAD
Y EL FUEGO COMO ELEMENTOS
DIDÁCTICOS EN LA BEATIFICACIÓN
DE TERESA DE JESÚS*

María Moya García

Universidad de Granada
mariamoya@ugr.es

1. Introducción: la beatificación de Teresa de Jesús (1614)

El elevado número de beatificaciones y canonizaciones que se solemnizaron en España durante el primer tercio del siglo xvii le ha hecho merecedor del apelativo de «el siglo de los santos españoles» (Vicent Cassy, 2010: 76). No es de extrañar si tenemos en cuenta que, a las fiestas dedicadas a la beatificación de Luis Beltrán (1608) e Ignacio de Loyola (1609), le siguieron las consagradas a Teresa de Jesús (1614), Tomás de Villanueva (1618) e Isidro, patrón de Madrid (1619); todas ellas preámbulo de los célebres festejos que se sucedieron en las canonizaciones de Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús, Isidro y Felipe Neri en 1622, por citar los más relevantes. En total, en el siglo xvii en España se conmemoraron trece canonizaciones y quince beatificaciones; todo un despliegue de propaganda religiosa y muestra de la devoción del pueblo español.

En el caso de Teresa de Jesús, fue el Breve de beatificación, firmado por el papa Paulo V el 24 de abril de 1614 en Roma, el que daba el pistoletazo de salida a unas fiestas que se acogieron con extraordinario fervor en todos los rincones de España (Arellano, 2018). En mayo, cuando la noticia se propagó, las iglesias y los conventos ordenaron repicar sus campanas, a la vez que las calles y fachadas de multitud de localidades se inundaron de luminarias y fuegos artificiales. No obstante, habría que esperar hasta mediados de octubre para disfrutar del grueso de los programas celebrativos, cuando, coincidiendo con la onomástica de Teresa, los carmelitas desplegaron actos festivos en ciudades, villas y pueblos de todo el país (Cammarata, 2004).

El auge de este tipo de ceremoniales promovió que el ritual de la fiesta hagiográfica quedase cristalizado desde inicios de siglo, de manera que todos los actos, en mayor o menor medida, terminaron articulándose de manera similar1: en primer lugar, se procedía al anuncio del acontecimiento y a la convocatoria de certámenes y concursos; posteriormente, se organizaban procesiones, octavas de sermones y actos públicos para exaltar la vida y milagros del santo o la santa en cuestión; no podían faltar las dramatizaciones, fuegos y mascaradas, que generalmente tenían lugar después de los actos litúrgicos y cuya finalidad era servir de contrapunto a las fiestas religiosas. Así, durante ocho días, las procesiones, sermones y misas se combinaban con justas, certámenes poéticos, representaciones teatrales y parateatrales que hacían las delicias del pueblo. Además, todas las ciudades engalanaban sus fachadas con colgaduras, tapices y telas de gran riqueza, mientras que en las iglesias y conventos se erigían magníficos altares en honor a los homenajeados. Las ciudades se convertían en enormes espacios teatrales, auténticos decorados urbanos que contribuían «a crear la ilusión de una realidad mejorada, de una ciudad transformada [que] [...] durante unos días, pretende dejar de ser lugar de fatigas cotidianas para convertirse en el espacio de la diversión y el espectáculo» (Ferrer, 2003: 27).

Por otro lado, no hay que olvidar que, durante toda la Edad Moderna, la fiesta, en cualquiera de sus manifestaciones, suponía una magnífica ocasión para poner en marcha todos los mecanismos de propaganda política, religiosa o social, permitiendo ofrecer tanto al pueblo como el exterior una imagen muy concreta del país y de las personas a las que se honraban. En el caso de las fiestas hagiográficas, se intercalaban las vertientes doctrinal y lúdica, combinándose la enseñanza de valores seculares y religiosos, sin olvidar siempre un componente espectacular que buscaba el asombro del pueblo (Arellano, 2009a: 27). En palabras de García Bernal, «responden a la propia necesidad de autoexaltación de las poderosas fundaciones religiosas que los patrocinan. Estas tratan de asegurar una cadena de adhesiones que incorpora el poder civil y contribuye a engrandecer el prestigio de la orden» (2006: 263).

La beatificación de Teresa de Jesús no fue una excepción y ofreció a la Orden del Carmelo un pretexto para enaltecer y dignificar la figura de la futura santa (Arellano, 2018), con el fin de promover y defender su santidad. Un claro ejemplo de este despliegue propagandístico lo encontramos en las relaciones de sucesos, entre las que destaca el Compendio de las solemnes fiestas que en toda España se hicieron en la beatificación de N.B.M. Teresa de Jesús, libro de la fiesta en el que Diego de San José se encargó de reunir, compilar y publicar las relaciones que le fueron enviadas desde los distintos conventos que participaron en las celebraciones teresianas2. En total, el definidor y secretario general de la orden nos ofrece el testimonio de más de ochenta localidades, en un extenso volumen dividido en dos partes3.

Todas ellas describen con prolijidad los complicadísimos programas simbólicos e iconográficos desarrollados por la Orden del Carmelo4. Sin embargo, en este artículo, nos centraremos en analizar uno de los elementos que más contribuía a dar espectacularidad a la fiesta: el ruido, el colorido y la sorpresa que producían los fuegos de artificio, que, junto a las luminarias y otros espectáculos ígneos, aparecen de manera constante en las descripciones de muchas de las celebraciones y que en la mayoría de los casos muestran un valor didáctico incuestionable. En el caso de la beatificación de Teresa de Jesús, muchos de los conventos carmelitas, como si partiesen de un programa de festejos común, organizaron complicados juegos pirotécnicos que pretendían potenciar lo que Manero Sorolla define como la imagen de «la nueva Teresa “oficial” impuesta por la iglesia y por la orden, apoyada en la concepción de la santidad contrarreformista, basada en los milagros, virtudes heroicas y pureza genealógica» (1999: 233).

2. El fuego y la pirotecnia como elementos de la fiesta barroca

Como advierte Díez Borque, el fuego es uno de los elementos que más aparece en la descripción de las fiestas, tanto en forma de luminarias callejeras, como de fuegos de artificios e ingenios pirotécnicos; es decir, «hay una obsesión de luz, que es, a su vez, la quintaesencia de la fugacidad, del decorado ornamental efímero [...]» (1986: 21). La costumbre de iluminar una ciudad cada vez que tenía lugar un acontecimiento político o alguna efeméride fue una costumbre iniciada en el siglo xvii y muy arraigada entre un pueblo que se maravillaba al ver cómo la noche se volvía día. Tal como ha indicado Bonet Correa (1986), el carácter mágico de la luz y su artificiosidad debieron constituir, sin duda, un motivo de júbilo entre los habitantes de unas ciudades en las que se debía sobrellevar la casi más absoluta oscuridad, tanto en unas calles sin apenas iluminado como en unas casas con escasísima luz en los interiores.

Este ambiente mágico se completaba con fuegos artificiales, en los que, además de la luminiscencia, se quemaban castillos artísticos, diversidad de figuras y espectaculares construcciones efímeras. El arte de la pirotecnia se puso muy de moda en toda Europa desde principios del siglo xvii, como demuestra la cantidad de tratados publicados durante esta centuria5. García García (2003: 142) advierte que en la formación de los ingenieros y oficiales del ejército y de la armada incluso se incluía una sección dedicada a la fabricación de juegos pirotécnicos, que completaba el estudio de elaboración de todo tipo de artefactos incendiarios destinados al combate. De hecho, con la proliferación de este tipo de espectáculos, los ingenieros pirotécnicos alcanzaron una enorme popularidad en toda Europa, de manera que:

They also fashioned a new form of pyrotechnic knowledge, creating a literature of fireworks treatises whose articulations and craft skills were carefully designed to appeal to noble patrons. By combining pyrotechnic practices with this creditable knowledge, gunners made material the discursive niceties of courtly rhetoric, fashioning a kind of poetry in black powder, an artful craft that would enthrall audiences and secure the gunners a place at court and higher reputations (Werrelt, 2010: 15).

Es en el siglo xiv cuando aparecen por primera vez noticias de la incorporación de este tipo de artificios en actos festivos celebrados en Europa; por ejemplo, parece que en el recibimiento en Salamanca a María Manuela de Portugal ya se nombran los «fuegos» y los «truenos de fuego de cohetería» que salían de una nube y los «cohetes y luminarias» exhaladas por la boca de una bestia (Ferrer, 1993: 135-142). Asimismo, desde fechas muy tempranas aparecen ligados a festividades religiosas, en las que «simple fireworks also added drama no mystery plays and holy festivals at Christian religious sites, imitating the sound and appearance of celestial and meteoric scenes that mediated between heaven and earth» (Werrett, 2010: 16).

Poco a poco, este tipo de fuegos y juegos pirotécnicos se convirtieron en espectáculos independientes, que fueron adquiriendo una mayor complejidad gracias a la capacidad de los artilleros e ingenieros para crear artificios cada vez más sorprendentes, que «acabarían por transformar la escenografía festiva, estableciendo una interesante simbiosis entre lo militar y lo lúdico» (Gómez, 2019: 224). La complejidad de este tipo de espectáculos llegó hasta tal punto que exigía un complejo entramado de colaboradores y una fusión de artes que nos describe perfectamente Salatino:

More frequently, the surviving records emphasize their inability sufficiently to describe the marvels of these elaborate enterprises —a complex collaboration between architects, painters, sculptors, engineers, skilled crafts— men, pyrotechnists, musicians, and armies of workmen. And the visual records are, inevitably, no more than pale reflections of their subjects. The difficulty in attempting to convey the effect of these entertainments, which often united music, dance, theater, jousting, feasting, illuminations, and fireworks in a highly textured and nuanced ensemble [...] (Salatino, 1997: 21).

Al mismo tiempo que se potenciaba su grandiosidad, se fueron convirtiendo en un símbolo de poder, «un divertimento que se producía a través del alarde en el dominio del uso de la pólvora y la artillería, [que encerraba] un potente mensaje político con el que se pretendía exhibir la capacidad y la potencia militar de los estados» (Gómez, 2019: 226). Y, como no podía ser de otra forma, también se consolidaron como arquitecturas simbólicas, «dotadas de una capacidad discursiva de tipo iconográfico» (Andrés Renales, 2011: 37). Los organizadores de este tipo de fiestas se afanaban por crear imágenes y espectáculos en forma de relato, en los que se escenificaban motivos grotescos, monstruosos, de tipo histórico-legendario o mitológico que, como veremos, ostentaban un claro valor doctrinal. Un espectáculo con tintes de teatralidad que provocaba pavor y admiración a partes iguales y que, en cualquiera de los casos, nunca pasaba desapercibido.

A continuación, describiremos los espectáculos pirotécnicos más destacados que tuvieron lugar durante las fiestas de la beatificación de Teresa de Jesús, con el fin de constatar su valor doctrinal. Nos centraremos en aquellos que recoge Diego de San José en su Compendio, haciendo hincapié en la descripción de aquellos que cuentan con un mayor componente de parateatralidad y espectacularidad, en los que el factor didáctico es más palpable. Comenzaremos por las fiestas de Alba, por ser las primeras que aparecen en el Compendio, e iremos pasando por las de Barcelona, Mataró, Perpiñán y Corella6.

3. Fuegos artificiales y didactismo en las fiestas de la beatificación de Teresa de Jesús

A pesar de tratarse de una ciudad de apenas setecientos habitantes, en Alba de Tormes se organizaron festejos a la altura de las grandes urbes, gracias, en gran medida, a la generosa financiación de los duques de Alba. El programa celebrativo se desarrolló entre el 5 y el 12 de octubre, en los que se sucedieron misas, sermones, procesiones y luminarias (más de dos mil, según el relator), que transformaron la apacible vida de la localidad. Asimismo, la noche previa al inicio de la octava (el sábado 4 de octubre) se representaron dos comedias —una sobre la vida de santa Teresa y otra sobre san Francisco— y se preparó una exhibición de artillería y cohetes que terminó siendo un éxito, ya que, según Diego de San José, los espectadores renunciaron a esperar al final de la comedia y, cuando empezaron los fuegos, «corrieron despavoridos y presurosos a la plaza de palacio, puesto señalado y a propósito por su capacidad y eminencia para ser los fuegos muy lucidos» (1615: f. 14v).

Tras el éxito inaugural, el segundo día se ofreció un espectáculo pirotécnico en la plaza principal, gracias a la instalación de un complejo escenario con dos bandos contrapuestos; el de Teresa de Jesús, con caballeros que acudieron en su auxilio, y el de los herejes:

Amanecieron puestas esta mañana con buen trabajo de los que entendieron de esto cinco figuras de estatuas gigantes, sobre un tablado en descubierto [...]. Estaba en medio de los cuatro y, por caminos secretos, alambres y cordeles sin verse quién los movía, ya levantaba los brazos amenazando, ya volvía aquí y allí la cabeza espantando y sacudía y azotaba apresuradamente la cola, rabiando, ya tendía las grandes alas de murciégalo, haciendo ademán de que volaba, movimientos que pasmaban al vulgo y a los entendidos que admiraban, porque aún no alcanzaban la causa de aquellos efectos, que juntamente lo eran de admiración y de alegría (1615: ff. 17v y 18r).

El escenario alegórico dio paso a un auténtico espectáculo doctrinal, gracias al combate entre los demonios, los caballeros y la santa, con tal despliegue de fuegos, cohetes y ruido que provocó que incluso los más valientes buscasen refugio en los alrededores de la plaza. Horror y pavor mezclados con el estupor y la admiración, un repertorio de sentimientos antagónicos que son «evocados en el discurso mediante una recurrente tipología de tropos y figuras casi siempre alrededor del combate de luz/oscuridad» (Andrés Renales, 2011: 31). En este contraste ígneo se establece una simbiosis lógica entre los conceptos de luz/bien y oscuridad/mal, una asociación recurrente y perfectamente entendible por los concurrentes, que se refleja vívidamente en las relaciones de sucesos mediante un efecto de hipotiposis que busca transportar al lector al momento del espectáculo. De hecho, la descripción del relator, que insiste en que todo lo vio con sus propios ojos, abarca más de más de un folio que resumimos a continuación:

A una con las tinieblas de la noche aparecieron luces artificiales sin número en los puestos de la noche primera, y [...] aparecieron dos caballeros armados a caballo, a guisa de pelear [...] Comenzaron los fuegos con mayor prisa que la noche precedente a romper y encender el aire con extraña fuerza y porfía, ardían bombas a menudo, quedábanse ruedas y a veces con asombro de los circunstantes combatían los caballeros armados corriendo el uno contra el otro con increíble velocidad: cuando partían de sus puestos iba cada uno hecho un Etna, vomitando fuego por las cabezas, lanzas, colas de los caballos y otras partes y al tiempo de herirse se resolvían al parecer todos en fuego [...] El fuego que subía más de una pica, y de las entrañas vomitó [...] llamas de fuego, cohetes sin número, de manera que sus vecinos herejes no tuvieron tiempo de echar la barba a remojo [...]. En la parte opuesta asistía con majestad y decencia, como en estrados, la santa madre para arrojar a aquella vil canalla rayos de fuego con que se abrasasen (1615: f. 23v).

Por si no bastase la exhibición en sí misma, Diego de San José no duda en complementarla con un discurso encomiástico sobre las virtudes de Teresa de Jesús, que pone en evidencia su labor como contendiente de la herejía y su afán por propagar la santa fe:

[...] maravilloso jeroglífico del valor y fuerza de sus oraciones, del celo de nuestra santa fe y propagación del santo evangelio, deseos que siempre ardían dentro de su pecho, en el cual, mediante este divino fuego, se fraguaban a menudo agudas saetas contra los herejes, que viras eran y pasadores contra ellos sus fervorosas oraciones y peticiones a Dios, por donde merece bien el nombre de acérrima perseguidora de la herejía, como ella lo confiesa, y se da por tal en sus escritos. Y si demás de esto triunfó valerosamente tantas veces del demonio y del infierno todo junto, luego buen pensamiento era el que hemos dicho y lástima fue que se malograse (1615: ff. 23v-24r).

Como advierte Ferrer, no hay que olvidar que estas relaciones eran obras escritas por encargo de los organizadores, para «quienes la relación se convertía en un instrumento útil de cara a la amplificación de su prestigio social» (2003: 30). En consecuencia, vemos cómo el relator trata de combinar en un mismo texto la función informativa o descriptiva de la relación con una función claramente emotiva, mediante un discurso plagado de hipérboles, oxímoron, metáforas, alegorías o analogías con un claro afán propagandístico, que buscan deslumbrar al lector en la misma medida en la que el espectáculo pretende sorprender al espectador. En palabras de Andrés Renales:

[...] también cabe destacar cómo ciertos autores se aventuran en su labor más allá de la mera descripción seriada, característica de aquella primigenia dimensión antropológica de los fuegos, desvelando en su escritura posibles significados, emprendiendo analogías, siendo también, en definitiva, intérpretes o exégetas de los sucesos festivos (2011: 34).

Idéntica exégesis brota de las fiestas de Barcelona, de la que nos ha llegado una prolija descripción gracias al libro de la fiesta publicado por Dalmau (1615). Aunque la noticia se celebró en mayo con luminarias y fuegos artificiales, no fue hasta el 2 de octubre cuando se pregonó el inicio de los fastos. No podían faltar las luminarias, que se dispusieron a lo largo de la Rambla y que alumbraron a los más de cincuenta tablados que atestaban la calle, con invenciones de fuegos, globos, pirámides, galeras, pavones y otras máquinas pirotécnicas. De todas ellas, sin duda la más espectacular fue la que se situó justo enfrente de la iglesia de Sant Joseph, en una pequeña plaza en la que se construyó un castillo de nueve torreones lleno de cohetes y voladores, así como una rueda de fuego en lo alto de la torre del homenaje; al otro lado se fijó una navecilla con figuras humanas que representaban a herejes y apóstatas. Según Dalmau, «era esta fortaleza símbolo de la fuerza con que los herejes perseguían la Iglesia católica [...] y la navecilla significaba los apóstatas que andaban fluctuando por los mares de este mundo» (1615: f. 7r). Junto a ellos, en la esquina de una casa, asomaba un cocodrilo de veinte palmos de largo, lleno de artificios, bombas de fuego y más de mil cohetes voladores y tronadores repartidos por todo el cuerpo. El propio relator reconoce que parecía dibujado «de aquel Leviatán del que se habla en la historia del pacientísimo Job», porque tenía «todo su cuerpo escamado de unos escudillos tan fuertes, que parecían acero, de suerte que cuantas dagas o estoques se probaban en él era cierto dejar allí las puntas; una boca ferocísima con dientes y colmillos muy grandes» (Dalmau, 1615: f. 7).

La mención al Leviatán bíblico resulta relevante, ya que responde a la incorporación a este tipo de exhibiciones de monstruos simbólicos que representan a la herejía y la idolatría, inspirados en los bestiarios medievales o en la propia Biblia. Encontramos claros antecedentes en el teatro medieval (Massip, 1999), con figuraciones de monstruos, demonios, sierpes y dragones que pervivieron en el imaginario colectivo. En el contexto barroco, Arellano afirma que «debe tenerse en cuenta que los monstruos que aparecen en estas fiestas se integran en una estructura antitética y simbólica» y que «la mayoría pertenecen a los territorios del mal y forman en las filas de los ejércitos diabólicos, como instrumentos de la pedagogía religiosa en el marco del fasto barroco» (2009b: 24). En este caso, el elegido es Leviatán, monstruo marino que representa el caos y el mal, que aparece descrito, de manera muy similar en la relación, por Job (41, 15-30).

Con un escenario alegórico concebido para provocar curiosidad y admiración, dio comienzo la función. A las diez de la noche atravesó la Rambla una nave adornada con gallardetes, banderillas y hachas blancas. En su popa se podía ver la imagen de Teresa de Jesús, cubierta de joyas, con una pluma en una mano y un libro en la otra, acompañada por ocho niños vestidos de frailes carmelitas y, justo detrás de ellos, otros cuatro que representaban las cuatro virtudes cardinales. Delante de la nave avanzaba un carro triunfal tirado por caballos, con un coro de voces e instrumentos y adornado con más de doscientas hachas blancas. Cuando la nave capitaneada por Teresa de Jesús fue conducida por delante del castillo:

[...] de improviso comenzó el cocodrilo a echar grandes llamaradas de fuego por la boca, manos y pies, por cinco bombas que con mucho artificio tenían repartidas en estas cinco partes, después de haber despedido de sí mucho fuego, y sonando dentro de su cuerpo algunos tronidos, se movió meneando unas arlas artificiales, caminando como en defensa de los herejes y puesto en medio de ellos estuvo casi un cuarto de hora echando fuego de sí. Luego comenzó a echarlo la nave en que venía nuestra santa, por una bomba tan artificiosamente puesta que pegó fuego en el castillo, en el cual, después de grandes truenos y ruido, se encendieron infinitos cohetes voladores [...] (1615: f. 67r).

La batalla entre los herejes, el monstruo y el barco continuó por largo tiempo, en el que el fuego y el ruido fueron los máximos protagonistas. Por fin, todo se serenó y, como no podía ser de otra manera, Teresa de Jesús salió victoriosa y continuó su camino, dejando, una vez más, a todos quietos, de rodillas y derramando lágrimas de devoción7. Se demuestra así, una vez más, cómo arquitecturas efímeras, animales mecánicos (con mayor o menor grado de simbolismo), encarnizados combates, música y, sobre todo, fuego y pirotécnica, conformarán una fórmula tan recurrente como efectiva a la hora de adoctrinar al pueblo, que se repetirá en muchas fiestas hagiográficas áureas8.

Un espectáculo similar encontramos en Mataró, localidad costera de la provincia barcelonesa. En esta ocasión, frente a la iglesia se dispusieron tres cadalsos, con sendas figuras que encarnaban a tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la lujuria. El primero aparecía representado como un gigante de treinta palmos de altura, armado de pies a cabeza y sosteniendo una lanza contra la santa; por su parte, el demonio emergía con la boca abierta y mostrando sus garras, en actitud de querer despedazarla, mientras que la lujuria se exhibía como una mujer ricamente vestida, que sostenía un espejo en la mano. Frente a ellos, se erigió una ermita con el busto de Teresa de Jesús, de rodillas, delante de un Cristo y con un ángel a su lado que le ofrecía tres saetas. Por fin:

Tomó la santa las tres saetas que le ofrecía el ángel y tirolas cada una de por sí a cada uno de sus tres enemigos, que los tenía enfrente y dispuestos de manera que luego se encendieron y quemaron en vivas llamas, con tan grande ruido y estruendo que parecía hundirse la tierra. Quemáronse todos tres: Mundo, Carne y Demonio, sin que quedase cosa de ellos. Solo quedó un obelisco, el cual se abrió y apareció un ángel que estaba dentro y traía en la mano una corona muy rica, y en la otra una palma para darla a la santa (1615: f. 157v).

Este escenario alegórico-didáctico se completó con varias invenciones de fuegos y artificios construidas en los aledaños del monasterio de San José, que sirvieron de diversión durante la semana que duró la octava. En una de ellas se plantó un árbol gigante, del que salía una enorme culebra con siete cabezas, que fue alcanzada por una de las flechas que lanzaba desde el otro lado de la calle una figura de Teresa de Jesús, armada con arco y flechas. La misma suerte corrió un dragón lleno de fuegos artificiales que estaba en otra de las calles, esta vez vencido por una representación de la devota portando una cruz en sus manos. Más espectacular debió resultar la obra de la plaza de la villa, en la que se fabricó un castillo con siete divisiones del que salían lagartijas y otras sabandijas, emulando a esas sabandijas y bestias que rondan el castillo de santa Teresa, tal y como aparecía descrito en su libro.

Siguiendo esta misma línea, la plaza de Perpiñán se transformó en un magnífico jardín lleno de árboles y flores, en medio del cual se erigió un monte Carmelo, con riscos, valles y ermitas. A los lados se dispusieron dos tablados con sendas naves: en la primera se situaron dos tronos, uno con la imagen de la Virgen del Carmen, con corona de piedras preciosas y escapulario en mano; y otro con la imagen de Teresa de Jesús, igualmente decorada. En la otra nave aparecían «las figuras de los dos heresiarcas de estos tiempos: Lutero y Calvino; y repartidos por diversos puestos muchos de sus secuaces» (1615: f. 187v). Un escenario perfecto para que, al llegar la noche, diera comienzo una exhibición que duró más de tres cuartos de hora:

Llegada pues, la noche y la hora de ver el fin de estos jeroglíficos, lo tuvo la nave de los herejes tan desgraciado y triste como lo tuvieron los que representaba, porque a deshora, por un cordelito muy sutil, partieron a un mismo tiempo dos rayos de fuego de la imagen de nuestra señora y de nuestra santa madre, y con grandísima presteza se prendió en las figuras de los dos herejes, los cuales comenzaron a disparar de sus cuerpos tantos tiros, y a despedir tanta cantidad de cohetes, que parecía imposible caber en ellos tanta máquina (1615: f. 187v).

Algo diferentes fueron las fiestas de Corella (Arellano, 2007), donde la noticia se recibió con repique de campanas y se dispusieron luminarias en todas las plazas y calles. El relator advierte que fueron tantas que incluso acudieron habitantes de las aldeas cercanas «pensando que se abrasaba la villa». Añade que «fuera largo de contar las máquinas e ingenios de fuego, arcos, bombas, ruedas y otras muchas invenciones que los ingenieros tenían hechos», que cuando se disparaban hacían «temblar la tierra y cubrirse el cielo y que todo parecía hundirse» (1615: f. 117r), provocando que muchos se tapasen ojos y oídos y que incluso saliesen huyendo. También se prepararon invenciones de fuegos muy cerca de la iglesia, en la que se dispuso un águila de catorce pies de alto, con las alas extendidas, que iba despidiendo cohetes voladores a los lados.

Pero lo más curioso fue la mezcla de las danzas con estos espectáculos ígneos. En primer lugar, el relator describe cómo en la procesión se dispararon mosquetes y trabucos y que especialmente espectaculares fueron «los ingenieros de la pólvora [...] porque salieron muy de gala y danzaron delante de la santa, y, al mismo compás que llevaban en los pies, iban despidiéndose cohetes de muchas partes de sus vestidos». Más tarde, se sucedieron una serie de danzas de cohetería y sortija, entre las que destaca «una danza que por sus fuegos y figuras ponía admiración y espanto» (1615: f. 118r). Estaba compuesta por veinticuatro hombres vestidos de demonios, con garfios, despidiendo mucho fuego hediondo por sus lados, corriendo de un lado al otro de la calle dando espantosos bramidos.

Estando en esto, salió de improviso un ángel muy hermoso por detrás de la iglesia, en un caballo blanco, con sus alas tendidas y espada en mano, y peleó gran rato con ellos, defendiéndose ya con el fuego que despedían, ya con sus instrumentos, mas al fin el ángel los fue rindiendo y arrinconándolos a la parte de la iglesia (1615: f. 118r).

Parecía que todo había terminado, pero de repente, se abrió la puerta de la iglesia y apareció un carro triunfal muy vistoso, adornado con flores y acompañado por chirimías y vihuelas, en lo alto del cual iba un niño vestido de monja descalza, símbolo de Teresa de Jesús. Los demonios, ya vencidos, aparecieron encadenados al carro; y detrás de ellos el ángel, «como gozándose de ver cuán gloriosamente triunfaba la santa de los demonios» (1615: f. 118r).

4. Conclusión

Una vez finalizado el recorrido por las fiestas, podemos concluir que las descripciones ofrecidas por los relatores ponen de relieve cómo las complejas estructuras pirotécnicas, los aterradores monstruos mecánicos, los demonios, los gigantes, los heresiarcas, las representaciones alegóricas de los vicios mundanos y, sobre todo, el ruido, la música, el fuego y la pirotécnica se configuran como un elemento clave al servicio de la propaganda religiosa, convirtiéndose en un recurso prefecto para instruir a un pueblo ávido de este tipo de espectáculos, a la vez que se maravillaba. Se consigue crear así un espacio mágico, fascinante y, sobre todo, didáctico, del que son fiel reflejo las relaciones de sucesos conservadas, muchas de ellas encargadas por la propia Orden del Carmelo. Asistimos a una simbiosis entre el universo terrenal y el literario, en el que no se deja nada al azar, y cuya única finalidad es la de dignificar la figura de Teresa de Jesús en aras de fortalecer los méritos de la beata para su futura canonización. Por tanto, estamos ante una fórmula prefecta que, como tal, se repetirá en la mayor parte de las fiestas hagiográficas áureas y que terminará por ser imprescindible en los programas celebrativos, tanto civiles como profanos. Tanto es así, que llegará a nuestros días como uno de los elementos imprescindibles en muchos festejos populares, tanto seculares como religiosos, que siguen maravillando a la vez que sorprendiendo a una sociedad cada vez más difícil de asombrar.

Bibliografía

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Recibido: 15/02/2021
Aceptado: 12/03/2021

Demonios, gigantes y heresiarcas contra la Santa.
La parateatralidad y el fuego como elementos didácticos en
la beatificación de Teresa de Jesús

Resumen: El anuncio y la celebración de la beatificación de Teresa de Jesús (1614) trajo consigo la organización de diversos festejos por todos los rincones de España. En este artículo se analizan aquellos relacionados con los espectáculos pirotécnicos y fuegos artificiales, con el fin de demostrar cómo los organizadores de la fiesta se beneficiaban de uno de los entretenimientos preferidos por el pueblo para realizar exhibiciones con una finalidad eminentemente didáctica, siempre al servicio de la propaganda religiosa.

Palabras clave: beatificación, Teresa de Jesús, fuegos artificiales, espectáculos pirotécnicos, fiestas religiosas.

Demons, giants and heresiarchs against the Saint.
Paratheatricality and fire as didactic elements in
the beatification of Teresa of Jesus

Abstract: The announcement and celebration of Teresa de Jesús’ beatification (1614) brought with it the organization of several celebrations throughout Spain. The aim of this paper is to analyze those related to firework displays and fireworks, in order to demonstrate how the event organizers benefited themselves from one of the most valuated performances, to make exhibitions with an eminently didactic purpose, with a religious propaganda intention.

Keywords: Beatification, Teresa de Jesús, fireworks, firework displays, Diego de San José, religious festivals.


1 Para un estudio completo de la fiesta en el ámbito religioso durante el siglo xvii, se remite a García Bernal (2006).

2 Junto a ella, se publicaron ocho relaciones que describen las celebraciones de ciudades o localidades concretas, como Zaragoza, Barcelona, Salamanca, Madrid, Valladolid, Toledo y Córdoba. Todas constituyen interesantísimos ejemplos de libros de la fiesta hagiográfica que merecen un estudio aparte, por lo que no entraremos en detalle.

3 El Compendio (en adelante, se citará de esta manera) conforma un extenso libro de la fiesta que se divide en dos partes, cada una con su propia paginación: la primera, de 62 folios, se dedica íntegramente a la descripción de los espectáculos que se celebraron en Madrid en los conventos de San Hermenegildo y Santa Ana. Asimismo, incluye la relación completa (y la transcripción de los poemas) del certamen poético que se celebró en la capital, célebre por la participación de Lope de Vega como tribunal. La segunda parte, con 230 folios, describe las fiestas de las 87 ciudades restantes seleccionadas por el autor, comenzando por las de Ávila y Alba, por ser las más vinculadas con la santa. Con el fin de simplificar las citas, estas se realizarán como si la relación no estuviese dividida en dos partes, cada una con su propia numeración. Por ello, si se habla de las fiestas de Madrid, deberá consultarse la primera parte; el resto de las ciudades aparece en la segunda.

4 Se remite a García Bernal (2019) para un estudio completo del simbolismo y la iconografía, especialmente en los sermones que se pronunciaron durante las fiestas.

5 Aunque en este siglo se editan numerosos tratados relacionados con el tema, parece que hubo textos sobre pirotecnia desde 1540. Destaca La Pyrotechnie (1630) o, en España, el Tratado de la artillería y el uso de ella (1613) de Diego de Ufano o El perfecto artificial, bombardero y artillero (1691) de Fernández de Medrano.

6 Las descripciones de los festejos celebrados en Barcelona y Mataró serán completadas con la relación de Dalmau (1615), en la que se relata, con mayor minuciosidad, los festejos de Barcelona y otras ciudades aledañas.

7 Dalmau (1615: ff. 12r-13v) realiza una descripción más prolija de la representación.

8 Andrés Renales (2011: 25-43) hace un interesantísimo repaso de este tipo de espectáculos pirotécnicos, vinculados a las fiestas valencianas del siglo xvii.

* Este trabajo se integra en el grupo de investigación «Hibridismo literario y cultura áurea (HILICA)» (ref. 970841), de la Universidad Complutense de Madrid.

Edad de Oro, XLI (2022), pp. 241-255, ISSN: 0212-0429 - ISSNe: 2605-3314
DOI:
https://doi.org/10.15366/edadoro2021.41.014